Mi espalda chocaba contra la pared, mientras apoyaba mi hombro sobre la ventana, sin ningún ruido que pueda distraerme solo el de la lluvia acompañándome, haciéndome sentir que seguía viva. Las gotas caían desenfrenadas contra el asfalto, mojando toda la ventana. Por aburrimiento, seguí detenidamente con la mirada las gotas que se deslizaban lentamente hasta desaparecer.
Estoy cansada.
De todo.
De mi.
De mi estúpida mente.
¿Que me esta pasando?
¿Me estoy volviendo loca?
Es la única lógica coherente que se me ocurría.
Quería despertar y sentirme viva. Quería dejar de soñar. De ver. De sentir. De pensar. Quiero dejar de sentirme sola, aunque para algunos sentirse solos debes en cuando era algo bueno para sí mismos, ya que podías pensar en todo tu sola, no obstante, para los que sufrían ciertos trastornos no era para nada bueno sentirse así. Ni mucho menos cuando tu día es una miserable mierda, acompañadas de más miserias.
Lo único que pasaba por mi cabeza, era irme a cualquier lugar en donde no tenga que respirar. Sueno un poco escandalosa, losé y estoy consciente que debería seguir el concejo del entrenador. Excepto cuando una chica como yo no está interesada en el mundo desde su infancia, nunca fue apetecible esa opción, ya que lo único que hará es...
Nada.
No le tomara importancia.
Ignorar las palabras de la gente que me rodeaba toda mi vida era muy fácil, lo sé hacer bien, muy bien en realidad. Pero, nunca estuvo en mis manos estabilizar mis emociones con lo que nunca había podido sentir, ni mucho menos controlar. Todo se me fue de las manos en tan solo segundos. Otra vez.
Me sentía sola y lo único que tenía era... Yo.
Yo era la única que podía levantarme y seguir al frente, pero no podía, mi mente lo único que hacía era llenarse de dudas, situaciones de las cuales me hacían replantearme muchas cosas y eso tampoco podía control. No podía controlar mis pensamientos. Esos pensamientos que me carcome todo el tiempo, se aprovecha cada segundo del día. Y todavía más, cuando me sentía una basura.
Débil.
Sin defensas.
Nada a lo que pueda detener.
Todo eso lo deje de lado al ver de reojo que la puerta se abrió, dejando ver a Papá con una taza en su mano.
—Te trague un té, hija—Informo, dejando la tasa en el escritorio.
—Gracias— Murmure, con mi vista en la ventana.
Por el rabillo del ojo, note que Papá se quedó parado, tocando sus jeans debes en cuando, mirando para los costados, un poco incómodo. Esperando a que le hable, supongo y sé que eso no va a pasar, no lo culpaba que estuviera así, jamás le permití ni un afecto de cariño hacia mí ni mucho menos lo quería ahora.
—Hija, yo... — Se detuvo, dudando si seguir hablando o no.
Suspire, esta vez mirándolo.
—No hace falta que hables, estoy bien—Mentira—Me tomare el té que trajiste y tomare un descanso.
Asintió no muy convencido.
—Esta bien, te dejare sola — Estableció, cruzando la puerta — Descansa — Dijo, antes de cerrar la puerta.
—Tu igual — Susurre, consciente de que no me había escuchado, aunque era mejor así.
Mi mente no dejaba de repetir aquel sueño que me dejo con un sabor amargo en el paladar. Sentía mi corazón latiendo a mil, cada vez que lo recordaba a él, la sangre, el fuego, mis gritos y la forma en la que pude escuchar su corazón latir contra mi mano. Un gesto tan común que me dejo una sensación electrizante, un poco incomoda que a la vez extrañamente era... cálida.
No entendía porque había soñado eso, y mucho menos que él estaría en mi cabeza al punto de meterse en mi sueño.
Solté una risa sin gracias, pasándome las manos por la cara.
Al fin y al cabo, siempre estuviste allí.
Y no lo quise admitir, nunca podré hacerlo por culpa mía.
No pude aguantar y tape mi boca para ahogar un grito desesperado.
Una gota cayo en mi mejilla y no era agua, era una maldita lagrima de debilidad. Lo peor es que no podía hacer nada, solo quedaba seguir sacando todo lo que tenía, que por alguna razón se sentía bien. Estaba consiente que no podía amar a alguien como una persona normal, ni mucho menos poder sentir aquello que llamamos amor.
Una palabra sencilla y complicada de sentir, que, a pesar de todo, también es difícil de demostrar.
¿Por qué es tan complicado?
¿Por qué la vida se trata de sufrir?
¿Por qué todo el mundo se pone en tu contra?
Las preguntas cesaban en mi cabeza, frustrándose más y más, porque sabían que no conocían una salida a esa respuesta. No había nada a lo que podría decir, "si, puede ser que sea eso" para poder dejar de pensar, en cambio lo que hacia mi cabeza era seguir con las preguntas. Sin poder conciliar el sueño.
Recosté mi cabeza en la pared, mirando el techo deseando poder volver a ver a Marcus, aunque sea de lejos, solo quiero verlo unos segundos.
Solo unos segundos.
Suspire, cerrando los ojos, pasando la mano sobre mi rostro. Me levante dirigiéndome hacia mi escritorio agarrando la taza de té. Esto me hará bien. Me acomode en la cama y agarre un libro para poder entretenerme con otra cosa que no sea volver a recordar ese sueño.
Al darle un sorbo, dejé la taza en la mesita de noche y me puse a leer un rato. Estuve así por un buen rato. Pasando de página y dando sorbos al té, hasta caer rendida en los brazos de Morfeo.
— !Adhara¡...
— Mmm... ¿Qué? — Apenas y pude escuchar lo que decía. Me movía desenfrenadamente para que despertara.
— Despierta, hija — Comento, sacándome el libro de la cara, se notaba un poco ansioso — Hay alguien que está en la llamada.
Abrí los ojos poco a poco, dejando que la claridad se acostumbrara a mis ojos.
— ¿Quién es? — Pregunté, aún dormida. Me levante dejando el libro a un costado, frotándome la cara para poder despertar.
— Es un chico, quiere avisarte de algo. — Aviso, ansioso y a la vez un poco confundido.