La Llegada a Tumbala
Mi abuela siempre decía que el luto es el último acto de amor. Cuando alguien muere, la forma en que honras su partida dice todo sobre quién eres.
Nunca imaginé que me obligarían a honrar la muerte de un extraño con mi propia destrucción.
Pero así funciona el luto en Tumbala.
Llegamos en octubre, mi esposo Isaac y yo. Tumbala era diferente a otras asignaciones: más tradicional, más cerrada, más vigilante de sus costumbres. El jefe Mukasa nos recibió con advertencias claras.
—En Tumbala, respetamos tres cosas absolutas: los ancestros, la tierra, y el luto. Pueden predicar su dios. Pueden enseñar sus caminos. Pero si alguien muere, respetarán nuestro luto. Sin excepciones.
—¿Qué implica ese respeto? —preguntó Isaac.
—Participación. Cuando alguien muere, todos en la aldea entran en luto. Tres días de silencio. Siete días de ayuno parcial. Treinta días sin música, sin celebración. Es cómo honramos a los que se van.
—Podemos respetar eso —dije—. El luto es universal.
—Bien. —Mukasa asintió—. Porque la última persona que se negó... ya no está aquí para contar qué pasó.