Las primeras semanas fueron productivas. Establecí un culto dominical bajo el gran iroko. Lucía abrió una clínica improvisada para heridas menores y partos. Los aldeanos venían, escuchaban, algunos incluso preguntaban sobre el bautismo.
Farai asistía a cada servicio, sentado en la primera fila, asintiendo con atención profunda. Después, siempre me invitaba a su choza para "profundizar en las conversaciones teológicas".
—Reverendo Mateo, explícame esto: tu Dios es tres pero también uno. ¿Cómo?
—Es el misterio de la Trinidad. Padre, Hijo y Espíritu Santo, distintos en persona pero uno en esencia.
—Interesante. En nuestra tradición, también tenemos triadas. El ancestro, su espíritu, y su máscara. Tres manifestaciones, una esencia.
—No es lo mismo, Farai. La Trinidad es...
—Té, reverendo. —Interrumpió, ofreciéndome una taza de barro humeante—. Mi esposa lo preparó especial. Hierbas locales. Muy bueno para la garganta después de predicar.
El té era amargo pero aromático. Lo bebí por cortesía. Farai sonrió.
—Continúa, por favor. Explícame más sobre tu Trinidad.