Regresé a la choza esa noche con dolor de cabeza. Lucía me preparó aspirinas.
—¿Comiste algo extraño?
—Solo té. Hierbas locales.
—Ten cuidado con lo que aceptas, Mateo. Ni siquiera sabemos qué plantas usan aquí.
—Es solo té, Lucía. No puedo rechazar cada gesto de hospitalidad.
Me dormí temprano. Y soñé con fuego.
No fuego ordinario. Fuego que hablaba. Llamas que formaban palabras en idiomas que yo no conocía pero de alguna manera comprendía. Me desperté sudando, con el corazón acelerado.
—Solo una pesadilla —me dije.
Pero la siguiente noche, el sueño volvió. Y la siguiente. Siempre el mismo: fuego danzante, voces llameantes, mensajes que se quemaban en mi mente antes de que pudiera recordarlos completamente.