Esa noche, Farai vino con más té.
—Te ves cansado, reverendo. Este té te ayudará a dormir profundo.
—Realmente, no necesito—
—Insisto. —Su sonrisa era cálida pero sus ojos eran hierro—. Es descortés rechazar la hospitalidad repetidamente.
Bebí el té. Era más amargo que antes, casi metálico.
Esa noche el fuego en mis sueños era más intenso. Las llamas se convirtieron en formas. Rostros. Ancestros, comprendí de alguna manera. Generaciones de muertos mirándome con ojos de carbón incandescente.
Y uno habló con mi propia voz:
—Mateo. Estás viendo lo que es real. El mundo de espíritus que tu religión niega. Estamos aquí. Siempre hemos estado aquí.
Me desperté gritando. Lucía encendió la lámpara.
—¡Mateo! ¿Qué pasa?
—Sueños. Solo sueños.
—Estás empapado. Y tienes fiebre.
—Es el clima. La adaptación.