A la mañana siguiente, rechacé la invitación de Farai.
—No puedo visitarte hoy. Tengo que preparar el sermón del domingo.
—Comprendo. —Asintió—. Pero toma esto al menos. Un regalo. Hierbas secas. Puedes preparar el té tú mismo cuando necesites claridad mental.
Me entregó una bolsa de tela llena de hojas secas color marrón oscuro.
—Gracias, pero—
—Es descortés rechazar un regalo tres veces, reverendo. Ya rechazaste la visita. Ya rechazaste mi invitación de ayer. No rechaces también esto.
Tomé la bolsa. Pesaba más de lo que debía, como si las hojas estuvieran hechas de metal.
Lucía la examinó más tarde.
—Mateo, estas no son hierbas normales. Mira las hojas. Tienen una textura extraña. Casi... cerosa.
—Las tiraré.
—Sí, por favor. Y no bebas más de su té. Creo que te está drogando.
—¿Drogando? Eso es...
—¿Qué más explica los sueños? ¿Las alucinaciones durante el sermón? Mateo, te está administrando algo. Lentamente. Para que no lo notes de golpe.
Tenía razón. Por supuesto que tenía razón.
Tiré las hierbas en el río esa tarde. Decidí no aceptar más invitaciones de Farai. Nada de té. Nada de visitas íntimas. Solo cultos públicos y conversaciones con testigos presentes.