Ataques brujos contra 6 misioneros. (pluma maldita)

4.7: La Confrontación con Farai

Esa noche, Farai vino sin invitación.
—Reverendo, escuché que no estás bien.
—Tú hiciste esto. —Mi voz temblaba de furia—. Me drogaste. Me envenenaste. ¿Con qué? ¿Peyote? ¿Ayahuasca? ¿Algún alucinógeno local?
—¿Drogas? —Farai se rió—. No, reverendo. Medicina. Medicina para abrir los ojos. Para que veas el mundo espiritual que predicas pero nunca has experimentado.
—Quiero el antídoto. Ya.
—No hay antídoto. Lo que viste, sigue viéndolo. No es tu cerebro imaginando. Es tu espíritu despertando. Las hierbas solo removieron el velo. Ahora ves lo que siempre estuvo ahí.
—¿Entonces por qué tu esposa también ve la sombra detrás de ti? Ella no bebió el té. Ella no tomó las hierbas. Pero ve lo que tú invocaste.
—Yo no invoqué nada.
—Sí lo hiciste. Cada vez que predicabas sobre fuego. Cada vez que hablabas de espíritus. Cada vez que invocabas a tu Espíritu Santo. Las palabras tienen poder, reverendo. Y en Kitembe, el poder responde. No siempre como esperas.
—Vete de mi casa.
—Me voy. Pero te dejo algo. —Depositó una pequeña calabaza sobre la mesa—. Cuando las visiones sean insoportables, cuando el fuego te consuma desde adentro, bebe esto. Es lo único que aliviará el dolor.
—No voy a beber nada tuyo nunca más.
—Veremos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.