A veces, en las noches, extraño las visiones.
Extraño ver el mundo espiritual, aunque fuera terrorizante. Extraño sentir que había algo MÁS allá de esta existencia plana y gris.
Pero luego recuerdo el dolor. El calor. La locura.
Y sé que elegí correctamente.
¿Verdad?
Anoche, diez años después de Kitembe, tuve un sueño.
No de fuego. Sino de Cristo.
El real. No la figura ardiente que vi en la choza.
Me miró con ojos llenos de tristeza y dijo:
—Mateo. Tenías que soportar el fuego. Era tu purificación. Tu prueba. Estabas tan cerca de ver verdaderamente. Pero bebiste de otra fuente. Y ahora...
—¿Ahora qué?
—Ahora estás vivo, pero no vives. Sano, pero no completo. Seguro, pero no salvo.
Me desperté llorando.
Porque sé que tiene razón.
Elegí la supervivencia sobre la santidad. La cordura sobre el llamado. La comodidad sobre la cruz.
Y ahora existo en este limbo: demasiado iluminado para ignorar lo que sé, demasiado cobarde para volver al fuego.