Me dejaron sola en la choza. No atada, no vigilada. Porque sabían que no huiría. No sin saber dónde estaba Miriam.
Oré durante horas. Supliqué guía. Esperé una respuesta divina clara.
No llegó ninguna.
Solo el silencio de Dios y la imagen de mi hija gritando bajo cuchillos rituales.
Al amanecer, Nia regresó.
—¿Tu decisión?
—¿Prometes que Miriam estará segura? ¿Que nunca será tocada por sus rituales?
—Lo prometo. Sobre los ancestros. Sobre mi propia vida.
—Y Samuel...
—Samuel es varón. Los rituales masculinos son diferentes, menos... invasivos. Él estará bien de cualquier manera.
Cerré los ojos.
—Conduciré la ceremonia. Pero solo como facilitadora. No participaré espiritualmente. No invocaré a sus dioses. Solo estaré presente, supervisando.
—Aceptable. —Nia asintió—. Tus límites se respetarán. Eres demasiado valiosa para forzar.