Al sexto día, Mukasa nos visitó.
—Hermano Isaac, escuché que estás... trabajando.
—El evangelio no puede esperar, jefe. El luto es importante, pero las almas eternas son más importantes.
—Comprendo tu perspectiva. Pero rompiste el pacto.
—¿Qué pacto?
—El pacto de luto. Cuando alguien muere en Tumbala, todos cargan el peso de esa muerte. Compartiendo el silencio. El ayuno. La quietud. Es cómo equilibramos el mundo espiritual. Un alma se fue. Todos deben sentir ese vacío. Si tú continúas con música, con alegría, con "trabajo de Dios"... desbalanceas. Ofendes.
—No ofendo a nadie. Solo predico.
—Ofendes al muerto. Ofendes a los ancestros. Y ofendes a Tumbala. —Mukasa se puso de pie—. Había esperado que entendieras. Pero veo que eres como los otros.
—¿Qué otros?
—Los que vinieron antes. Los que pensaron que sus urgencias eran más importantes que nuestros muertos. Aprendieron. Tarde, pero aprendieron.
La Enfermedad de Isaac
Esa noche, Isaac desarrolló fiebre. Alta, repentina. Deliró durante horas. Yo lo enfriaba con compresas, le daba agua, oraba.
Al amanecer, la fiebre se rompió. Pero Isaac estaba débil, demacrado.
—Esther... algo está mal. Siento... siento como si algo me estuviera drenando.
—Estás enfermo. Solo necesitas descanso.
—No. Es más que eso. Es... espiritual. Sentí algo durante la noche. Como manos frías apretando mi pecho. Voces susurrando que debí haber guardado silencio. Que rompí el luto. Que ahora debo pagar.
—Son solo sueños. Delirios febriles.
—¿Y si no lo son?