Isaac no se recuperó completamente. Quedó débil, frágil. Dejó de predicar, no por obediencia sino por incapacidad. Yo asumí sus responsabilidades, pero con cautela. No quería provocar lo que sea que lo había atacado.
El luto de treinta días terminó. La aldea volvió a la vida normal. Los aldeanos nos hablaban de nuevo, pero con distancia nueva. Como si hubiéramos fallado una prueba.
Entonces, seis semanas después, Mama Halima murió.
Tenía setenta años. Abuela respetada, curandera tradicional. Su muerte conmocionó a Tumbala más profundamente que la de Tendaji.
Los tambores comenzaron de nuevo. El silencio ritual descendió.
La Elección de Esther
Mukasa vino con una comitiva de ancianos.
—Misionera Esther, Mama Halima ha partido al mundo de los ancestros.
—Lo lamento mucho. Era una mujer notable.
—Lo era. Y por eso, su luto es especial. Requiere una luto-guardiana.
—¿Qué es eso?
—Cuando muere una figura importante, especialmente una mujer sabia, alguien debe cargar su luto más profundamente. Vivir en su choza. Usar su ropa. Comer su comida guardada. No lavarse. No hablar. Convertirse en receptáculo viviente de su espíritu durante el periodo de transición.
—¿Y quién es esa persona?
Los ancianos intercambiaron miradas. Mukasa habló lentamente:
—Normalmente sería una mujer de su familia. Pero Mama Halima no tiene hijas vivas. Entonces los ancestros eligen. Y esta mañana, en ceremonia de adivinación, eligieron a una forastera. Una mujer fuerte que llegó a Tumbala pretendiendo enseñar nuevos caminos. Los ancestros dicen: que ella aprenda los caminos antiguos. Desde adentro.
Mi sangre se heló.
—Me eligieron a mí.
—Sí.
—No puedo hacer eso. Soy cristiana. No puedo participar en...
—No es opcional. —La voz de Mukasa era hierro—. Tu esposo rompió el luto anterior. Causó desequilibrio. Esta es la corrección. Tú cargarás el luto de Mama Halima por cuarenta días. Vivirás en su choza. Cumplirás las obligaciones. O...
—¿O qué?
—O tu esposo, ya débil, recibirá el peso completo del desequilibrio que causó. Y él no sobrevivirá.