Al cuadragésimo día, Bibi Zawadi y las ancianas vinieron.
—Ha terminado. El espíritu de Mama Halima ha completado su transición. Tú has cumplido.
Me llevaron al río. Me lavaron con hierbas que quemaban la piel. Me dieron ropa nueva—no la mía, sino ropa local. Me alimentaron con comida fresca que mi estómago rechazó violentamente después de cuarenta días de pudrición.
Mukasa me observaba desde la orilla.
—¿Cómo te sientes, luto-guardiana?
Abrí la boca. No salió "Esther". No salió "misionera". No salió "cristiana".
Salió: "Completa."
El Reencuentro con Isaac
Isaac vino corriendo cuando me liberaron. Me abrazó. Lloró sobre mi hombro.
—Esther. Mi Esther. Pensé que te perdería.
Lo abracé. Pero sentí... distancia. Como si Isaac fuera memoria, no realidad presente.
—Estoy aquí —dije. Pero no estaba segura si era verdad.
La Sanación de la Mujer Embarazada
Eso fue hace tres meses.
Seguimos en Tumbala. Isaac predica. Yo... yo no sé qué hago.
Oficialmente, soy misionera. Asisto a los cultos. Leo la Biblia. Oro.
Pero las palabras resuenan huecas.
Porque parte de mí—gran parte de mí—todavía está en aquella choza. Todavía viste la ropa de Mama Halima. Todavía piensa sus pensamientos. Todavía ve el mundo a través de sus ojos ancestrales.
Los aldeanos lo saben. Me tratan diferente ahora. Con respeto. Con reverencia, incluso. Como si yo fuera puente entre mundos.
No puente. Híbrida.
Anoche, una mujer embarazada vino a nuestra choza con complicaciones. Isaac quería llevarla al puesto de salud—tres días de viaje.
Pero yo supe—con conocimiento que no debería tener—que no había tiempo.
Tomé hierbas. Las que Mama Halima guardaba. Las que ahora sé reconocer.
Preparé infusión. La mujer bebió. El bebé vino esa noche. Saludable.
Isaac me observó con horror mezclado con asombro.
—¿Cómo sabías qué hacer?
—No lo sé. —Mentí. Porque sí sabía. Mama Halima sabía. Y yo soy Mama Halima ahora. Parcialmente. Irrevocablemente—. Solo... intuición.
—Esther, eso no era intuición. Eso era... brujería.
—¿O medicina tradicional?
—¿Cuál es la diferencia?
—No lo sé, Isaac. Ya no sé nada.
La Reflexión Final
Y esa es la verdad.
No sé quién soy. No sé a qué dios sirvo. No sé si fui misionera que fue convertida, o cristiana que aprendió que hay más mundos de los que su teología admite.
Los cuarenta días no me mataron.
Pero me transformaron en algo que ya no cabe en mi antigua vida.
Isaac habla de evacuar. De volver a casa. De retomar el ministerio en territorio más seguro.
But when he says "home," I feel nothing. Because my home now is that dark hut where I ate death and drank time.
Mi casa es el lugar donde Esther murió y algo nuevo nació.
No estoy perdida.
No estoy ganada.
Estoy... entre.
Y creo que así permaneceré.
Para siempre.