Subo con rapidez las escaleras que van al segundo piso, con cuidado de no tropezar con mis propios pies. Las clases en el colegio Salvatore ya han comenzado y ningún alumno se ve por los pasillos, voy volando por la segunda planta buscando el salón donde la señora Milton reparte matemáticas.
Esta vez no la he salvado.
El autobús que me trae no llegaba y caminé hasta la siguiente parada, el muy trastarto decidió aparecer a medio camino y corrí de nuevo para cogerlo.
Que me cansé con la carrera.
No mencionando el hecho de que me vine de pie todo el camino y para rematar el día un señor con un olor muy "inhumano" tenía la axila casi pegada a mi cara.
Mira que casi le vomito el sombrero de plumas a la señora que tenía al frente.
Je
¿Es que acaso no ha escuchado nunca la palabra desodorante?
Pues creo que no.
Serciorandome de que no tengo ese "olor" me planto frente a la puerta de madera, aliso un poco la falda gris del uniforme, me acomodo la corbata roja y aprieto un poco la coleta alta.
París Hilton, no me mires así.
Vuelvo a oler las axilas «estoy asegurándome de que no huelan a cebolla» y miro una vez mas la puerta. Debato si toco o no, ya es tarde y los profesores odian las interrupciones, mas la señora Milton —que ya ha dado clase por casi 40 años— y sabe como son las excusas de los estudiantes. Pero claro, como soy pobre no me creerá lo del trastarto.
Bueno, que es mejor que le diga que un castor me comió el dinero.
Ja.
Suspiro y toco la puerta, no tengo dinero para pagarle al vigilante del piso de esta semana. Aguardo el regaño de Miss Milton que tarda alrededor de un minuto en abrir.
Que ya le veo arrugando la frente.
Al abrirse la puerta no veo ni arrugas, ni gafas de los 80, ni falda de flores vegestales, ni una cara de poker a medio sonreír «¿Que coño?». Al contrario, veo a un señor de unos cuarenta años con un cabello rubio y piel levemente bronceada, sus facciones a pesar de la edad se ven marcadas, incluso puedo llegar a pensar que en 15 años atrás era un hombre apuesto. Sus ojos son negros y lleva una camisa blanca con los dos primeros botones desabrochados, está pulcramente bien vestido y se nota a leguas que es un riquillo.
Los dos nos miramos con los ojos entrecerrados.
—. Digame, jovencita —dice con amabilidad.
Anda, empieza.
—. Buenos días — «Bien, Alana. Ahora dejate de modales y ve al punto», me animo —, pertenezco a esta clase pero me retrasé por el autobús.
»En verdad no fue mi culpa, vivo un poco lejos y se me hace un tanto difícil llegar hasta aquí.
El hombre asiente con media sonrisa abriendome un espacio entre su cuerpo y la puerta.
—. No diga excusas incoherentes —arquea una ceja —, ya para su curso debería mentir mejor ¿No le parece?
Lo dice el hombre que oculta las canas.
Ja.
Bufo ante la indolencia pero le ignoro, él no sabe la situación económica que tengo.
Me mira de arriba a abajo y suspira.
—. Su nombre, por favor —habla en voz baja.
Petunia.
—. Alana —respondo.
—. ¿Apellido? —arquea una ceja.
El de la madre que te...
—. Holoways —mascullo irritada.
—. Adelante, y que no se vuelva a repetir —sonríe de boca cerrada.
Eh, que ya me caes mal.
Ja.
Paso por su lado sintiendo de cerca el olor a perfume caro, me siento en el puesto de siempre y preparo las cosas para la clase.
—. Como os venía contando antes de la interrupción —me observa dando a entender que fui yo el motivo de la interrupción.« No le estoy soportando ni un poco, la verdad» —, soy el señor Riley, su nuevo profesor de matemáticas.
Oh, que ya me cayó de la patada.
Je.
Toma un marcador del escritorio y apunta a todos en el salón
—. Voy a suspender todo lo que la señora Milton os ha dado, me imagino que no han entendido ni un tuétano ¿A que si? —todos asienten menos yo.
Bueno, que nunca entienden.
—. Bien, empecemos con la clase de hoy —empieza a escribir en la pizarra —. Parece que estáis mas idos que el último rey mago de la fila.
Hombre, lanza un chiste mejor.
Los demás parecen encantados con su presencia, y mas las chicas que parecen leones comiéndole con la mirada.
Mujeres, cambien el agua.
Je.
La clase va pasando y hasta ahora todos están comprendiendo el sistema de ecuaciones, me cuesta aceptar que este profesor es muy bueno explicando. Las chicas suspiran al ver como se le tensan los músculos debajo de la camisa blanca, veo como sonríe cuando se da cuenta de los coqueteos de algunas.
Aún me cae mal.
Suena el timbre y todos salen del salón, yo me atraso porque no quiero ser pisada ni tumbada por esos orangutanes.
Que ya me han tumbado.