—. Luis XIV aceptaba este sobrenombre, acorde con la grandeza que se le atribuía. El palacio de Versalles sirvió de residencia a los reyes de Francia entre 1676 y 1789. El núcleo de esta construcción fue un pabellón de casa edificado por Luis VIII. Los arquitectos... —detiene la lectura de repente, dejando al aire la conclusión del escrito.
Muevo el pie debajo de la mesa con poca paciencia, me urge terminar el ensayo cuanto antes.
Mira que tengo sueño.
Je.
—. Vamos, Alana —Kyan mira con fastidio el libro —. ¿No puedo hacer otra cosa? ¿Ayudarte con un dibujo o algo?
Niego con la cabeza sin apartar la vista de lo que estoy escribiendo, Kyan bufa pero continua leyendo con la misma pereza a como empezó.
Bueno, que más lento.
Je.
Cuando escribes, tienes que tener un concepto claro de lo que vas a garabatear en la hoja, pues mientras tu lo entiendas y lo des a entender, el escrito puede utilizarse de nuevo si así lo quieren.
Ago coherente y distinto, es de buen visto por otros.
—. A veces me siento viejo —comenta —, me da flojera hacer todas esas pausas en una lectura por los puntos y las comas. ¡Es que nadie le presta atención a esos garabatos!
Río por el comentario.
Kyan siempre ha sido un flojo para el estudio, pero por lo menos se graduó de la secundaria. Desde allí sólo ha trabajado y agarrar un libro o escribir algo por mas pequeño que sea, es una tortura para él.
Termino las últimas palabras del ensayo y guardo todo en la mochila, suspiro y levanto las manos al cielo.
—. Terminé —me levanto de la silla del comedor y camino con pasos flojos a la habitación, ya es tarde y mañana tengo colegio.
Mi hermano alaba a dios antes de apagar las luces y seguirme el paso.
—. El estudio no es lo tuyo, Kyan —le comento con burla, revolviendome el cabello aún húmedo por el baño que me había dado una hora atrás.
—. Ni la lectura tampoco —se coloca en la puerta de su habitación.
Ya estamos a jueves, la semana pasó algo rápida. Mañana es el ultimo día de clases por esta semana, y como todos los viernes debo entregarle a la señorita clarsfork un ensayo de la clase pasada. Según ella, así aprendemos mejor la historia del mundo y no seríamos una copia barata de piratería estudiantil.
Sólo me he encontrado una vez al nuevo profesor de matemáticas, sin contar con nuestro encuentro de aprendizaje el lunes. Él como buen samaritano me saluda con un buenos días, cabe decir que muchas chicas del penúltimo año están coladas por él, pues los rumores del pasillo cuentan que el miércoles se lió con una de último año, y no se me hace extraño, porque el profesor a su edad cuarentena —calculada por mi— hace brotar un suspiro de los labios a cualquiera que le ve.
menos a mi.
Con respecto a aquel extraño guapo no le ví por esta semana. Según Dalas pudo haber sido un turista, pues de haber vivido por ahí ya lo había hecho su conquista.
Que es así.
Siempre que vamos de camino al colegio o venimos me saca el tema a conversación, cosas como ¿Que sentiste en sus brazos? ¿Olía bien? ¿Te mojaste las bragas? Salían a cada rato de su boca, sin contar el hecho de que al día siguiente confundió a uno del colegio con el chico extraño, y al día después de este se cayó "accidentalmente" para que le atajaran, pero no tuvo la suerte de caer en los brazos del extraño que "supuestamente" la iba a coger, sino que cayó en los brazos de un hombre con una panza y falto de dos dientes.
Ese día lo recordaré por siempre.
—. ¿Te puedo decir algo? —pregunta Kyan ya con la puerta de la habitación abierta.
Asiento.
—. Te he detallado ultimamente y me he dado cuenta que has crecido, ya no eres la cría que se colocaba mis boxers en la cabeza para llamar la atención de las personas —comenta con nostalgia.
Suelta una risa contagiandome al instante.
Es verdad, cuando era pequeña quería ser la mujer maravilla y la tiara que ella llevaba puesta se me parecía a los boxers de Kyan. Muchos de los vecinos se reían por la ocurrencia, pero cuando les decía lo del personaje de tiras cómicas, soltaban un aww de ternura.
Claro, ya a esta edad me da pena ajena que lo saquen a la luz.
—. Ya, no lo recuerdes — reprocho con algo de gracia, en serio que da risa el recuerdo —. ¿A qué viene el comentario?
Él, quién estaba muy concentrado rememorando el momento, deja de tener la risa tonta y la reemplaza por un entrecejo arrugado.
Que parece pasa.
Je.
—. ¿Sabes lo que me ha dicho Mirco? —niego y me apoyo en la puerta de mi habitación que aún se encuentra cerrada —. ¡Que si no fueras mi hermana te daría en la pared!