13. Parte del mal.
Marshall.
Juro que me estoy conteniendo de no matar, a este hijo de puta.
Verle llorar y suplicar por su vida, me está alterando más que escuchar los sollozos femeninos de las mujeres de aquí. Mi respiración es lenta, y no es porque me cueste respirar, sino que me estoy controlando de no destrozarlo a balazos. Miro a los otros en la sala, y todos están pendientes del mas mínimo movimiento que hago.
Estoy que le reviento a balazos.
Escucho los gritos y sollozos ahogados de las féminas. Cierro los ojos con fuerza al reconocer uno en particular, y el que mas me importa de todas estas putas. Quisiera ir hasta ella y abrazarla, decirle que todo está bien y que sólo es un mal sueño. Pero ella no es tonta, y se en su mente está armando ciertas piezas que hundirán la poca confianza que me tiene.
O que me tuvo, cierto tiempo.
Le hago una seña a uno de mis hombres, para que cojan a este imbécil y lo lleven fuera de aquí. No quiero que Alana siga escuchando nada, quiero que borre todo lo que ha pasado hoy.
Lo que estaba a punto de vivir.
Salgo de la pequeña y vieja sala, y me dirijo afuera, donde la oscuridad de la noche se empieza a asomar. Respiro aire puro, y no el apretado oxígeno que estaba aspirando allá dentro, ni tampoco el olor a sudor y a mezclas de perfumes irritantes para mi nariz. Sólo era un olor el que me mantenía con algo de juicio, y era ese aroma de duraznos de mi pequeña.
Mi niña.
—Eh, Gaston —llamo a uno de mis hombres, el segundo al que le tengo mas confianza. El ojimiel me mira, atento a lo que le voy a ordenar —Entra y lleva a Alana a mi coche, colocala de copiloto.
—Si, señor —asiente y entra nuevamente a la vieja cabaña.
Dirijo mi vista al tipo tirado al suelo, y busco las palabras correctas con qué hablarle.
—Dime tu —empiezo. Miro hacia otro lado, enfocando mi vista en un árbol a punto de derrumbarse —¿Que he dicho yo, con respecto a las colegialas?
—Que no cogieramos a ninguna, señor —asiento, frunciendo los labios y apretando mis manos en puños.
—Ahora —paso la engua por mi labio inferior, preparandome para hacer la siguiente pregunta —¿Que he dicho, en cuanto al vecindario de los robles?
—Que no fuéramos a él. Y mucho memos cogieramos a ninguna cría de ese vecindario —asiento una vez mas, lentamente. Vuelvo mi vista hacia él, y veo como traga saliva.
Está cagado.
—Entonces —empiezo a tronar los dedos de mis manos, distrayendome de hacer lo que de verdad quiero. Matarle —¿Por qué demonios, no has acatado la puta orden?
—Señor, se que cometí un error —empezó con voz temblorosa. Intento no soltar una carcajada, y no es porque me de risa la situación, sino porque quiero controlar la puta rabia que tengo —Y quería dejar a la niña donde la había agarrado. Pero Od, me había dicho que a usted le gustan las crías.
Ahora no es a uno sólo, que quiero matar.
—¿Y eso que tiene que ver, con que no hayan cumplido con lo que os ordené? —alzo mis cejas rubias, sintiendo la frustración correr por mi cuerpo.
—Od pensó, que usted quería divertirse un poco con la niña —suelto un suspiro lento, haciendo sentir cuan cabreado estoy.
Od, cuenta estos minutos.
—Claro —asiento lentamente. Miro hacia mi jeep blanco, cuyas luces internas están encendidas, mostrándome la imagen de mi pequeña. Miro al tipo tirado frente de mi y le apunto con mi arma. Sin dejar perder tiempo, suelto dos balazos, uno en cada brazo. El grito de este, me da cierto placer y confort —Pero no sabían que era mi novia, a la que habían cogido ¿a que si?
El tipo no me contestó, pues era mas el dolor que estaba sintiendo en este momento, que la urgencia de contestarme. Dos de mis hombre llegaron hasta donde me encontraba, mirando con burla a aquel hombre que moría lentamente.
—Dejenlo así, que se desangre sólo —los dos asintieron en respuesta. —Buscadme al tal Od, y traedlo hasta aquí.
Los dos salieron a la búsqueda de aquel cerdo. Coloqué mis brazos detrás de mi espalda, y miré fijamente a aquel hombre que gritaba y lloraba, clamando por su vida.
Que se muera.
—¡No he tocado a esa niña! Se lo juro —grita las palabras, como si con eso me convencería de salvarle. Me acerte a él, y piso uno de sus brazos, aumentadole el dolor que lo atormenta.
Y esto no es nada.
—Si crees que con decirme eso, te perdonaré de haberle hecho pasar esto a mi novia, te equivocas —piso mas fuerte su brazo, sintiendo satisfacción de verle sufrir.
De verle pagar lo que hizo.
—Aqui está, señor —uno de mis hombres, trae a un hombre de unos 40 años, quién ha quedado calvo, pues se le ve poco cabello por algunas partes de su cabeza. Lo tira al suelo, haciendo que el tipo caiga de rodillas, frente a mi.
Siempre tienen que caer de rodillas, frente a mi.
—Le juro que... —no le dejo terminar, pues le hago una seña para que cierre su puta boca. El tipo asiente y baja la mirada, como si mi contacto visual le quemara.