Antes de todo esto, cuando aún creía que el mundo era mío…
Me desperté de golpe, en mi cama.
Me tomé un momento para mirar alrededor. Esta sería la última vez que estaría en mi habitación. Mis sábanas, mi cama... todo me parecía más valioso, más definitivo.
Me levanté y caminé hasta el espejo. Me quité la ropa y me observé. Mi cuerpo delgado, mis senos pequeños, mi trasero discreto, el cabello corto... Aun así, me sentía hermosa. Como cada día de mi vida.
Después de unos minutos, me vestí sola y esperé a que llegara mi doncella. Hoy era el día más importante de mi vida: mi boda con el hombre más hermoso de todos.
—¡Berenice! —grité varias veces.
Desde niña, ella me ayudaba en todo. Espero que quiera venirse conmigo a mi nuevo hogar.
Estoy tan feliz que no dejo de sonreír. Me miro al espejo, ansiosa por la hora. Pero Berenice no llega. Me parece extraño.
Salgo de mi habitación. El pasillo del palacio se extiende ante mí, largo y silencioso. Bajo las escaleras —siempre me parecieron muy anchas, muy frías— y no veo a nadie.
El gran salón está desierto.
Corro al cuarto de mi madre. Está vacío. Las cosas están revueltas, algunos objetos tirados. Voy a la cocina: sola. La estufa sigue encendida. La apago y corro hacia la entrada.
No hay caballos.
—¡Mamá! —grito una y otra vez. Las lágrimas me inundan el rostro. Siento que no puedo respirar.
Reviso cada habitación. Corro de un lado a otro. Me desplomo de rodillas en el gran salón. Lloro sin parar.
Entonces recuerdo: el calabozo del palacio. Tal vez alguien se escondió allí.
Bajo los escalones, desesperada. El lugar huele a humedad y encierro.
Las celdas están abiertas. Vacías. Todo está en silencio. Enciendo una antorcha. Camino, temblando.
—¿Qué pasa...? Hoy es mi día especial. ¿Por qué estoy sola?
No sé qué hacer.
Decido salir del palacio. Buscaré ayuda en el pueblo.
Subo corriendo. Pero cuando llego a la entrada, la puerta se cierra de golpe.
Intento abrirla. Empujo con todas mis fuerzas.
No se mueve.
Veo una sombra al otro lado.
Y entonces, una voz detrás de mí:
—Te tengo, princesa.
La llama de mi antorcha se apaga.
...
Estoy atrapada.