Me levanté alrededor de las 8 de la mañana, mi horario preferido para salir a correr. El aire fresco de la playa viñamarina me golpeó de frente, aproveché la zona deportiva para ejercitarme y volví trotando hasta el departamento que había alquilado por la última semana libre que disfrutaría, antes de comenzar a trabajar con el grupo circense “Astral”.
Había aceptado un contrato por cuatro meses, que era el tiempo que el circo se asentaría en la zona costera de Viña del Mar. Había visto varias de sus funciones por video y conocía a la mayoría de los artistas que en esos momentos integraban el elenco porque había tenido oportunidad de trabajar con ellos, en otras compañías circenses.
Me habían invitado a presenciar la primera función de la temporada y había aceptado porque deseaba empezar a conocer la dinámica del grupo y el espacio donde me desarrollaría como trapacista hasta el otoño del siguiente año.
João, un amigo personal y el compañero que me tocaría para completar los trucos, era quien me había recomendado para el nuevo trabajo porque ya llevaba un año completo viajando con el Circo Astral.
Luego del copioso desayuno, me sumergí en las páginas del último libro que había conseguido, el cual trataba sobre el entrenamiento mental y la concentración de una persona para el rendimiento deportivo.
Minutos antes de las 7 de la tarde, ya estaba ubicado en el palco frente al escenario, listo para presenciar la función. Todavía, a pesar de mis treinta años, me invade la ansiedad frente al nuevo espectáculo. Amo el circo, atesoro hermosos recuerdos de mi infancia y también de los más de diez años que llevo, cuál nómade, trabajando de compañía en compañía. Cuando las luces se apagaron me permití disfrutar del cosquilleo en el estómago que anteponía a lo que sabía disfrutaría como un crío.
Salieron los artistas ataviados con trajes brillantes y coloridos, desde la corta distancia en que me encontraba pude ver la calidad de las telas. Inició el show una hermosa mujer presentando la disciplina de fuerza capilar, hacía años no veía a ningún artista especializarse en ello. Dejó la vara muy alta para el resto de la noche, el antipodista que siguió tuvo que esforzarse para ganarse al público que no aplaudía con tanto ahínco. Pero el hombre era bueno en lo suyo, así que con bastante arenga lo logró.
A continuación, se presentó el show de los payasos, el monociclista, una pareja de ilusionistas, un grupo que bailó malambo hasta que le tocó el turno a dos aerealistas. El circo contaba con un escenario de 360°, una cualidad atrayente ya que muy pocos lo poseían y todo un reto para cada artista que tenía que mantener la atención del público de ambos lados. Por esa razón cada una de las aerealistas salió de un extremo distinto. La primera, una chica menuda con un traje negro, plateado y una mezcla de tonalidades entre rojo, amarillo y anaranjado que simulaban llamas. En el momento que mis ojos recayeron en la siguiente artista, esas mismas llamas que en principio no me habían provocado absolutamente nada, me llevaron a desear quemarme entre las piernas de su dueña. Con un cuerpo exuberante, de anchas caderas y mullidas piernas se deslizaba con una gracia natural que me secó la garganta. Aferrada a sus telas de color anaranjado inició el ascenso deteniendo los latidos de mi corazón.
Como acto final, las telas desaparecieron y un aro negro bajó hasta ellas que estaban de pie en la pista. Se montaron sobre él y empezaron a elevarse. La bailarina que había salido en primer lugar, se encontraba boca abajo y la otra, la que se había robado toda mi atención iba aferrada a la parte superior. Una vez que estuvieron lo suficientemente altas, como si de un espejo se tratara, quedaron apoyadas una en los pies de la otra. Y cuando el descenso inició fueron abriendo sus piernas lentamente hasta formar un perfecto split.
Me removí incómodo en mi asiento cuando la actuación terminó, la atracción había sido tal que me había abstraído en tiempo y en espacio sin siquiera percatarme de ello. Lo que había tenido lugar frente a mis ojos había sido maravilloso, cada movimiento elegante y bien ejecutado. El público las aplaudió de pie hasta que desaparecieron, yo tuve que mantenerme sentado porque me avergonzaba la erección que tiraba inclemente bajo mi pantalón de jean. Jamás me había pasado algo similar con una compañera de pega, y eso que había trabajado con beldades de diversas nacionalidades. Pero una regla máxima, regía mi profesionalismo y era que jamás me enrollaba con colegas.
El show terminó veinte minutos después, en mi memoria persistía el recuerdo de la mujer de caderas generosas mientras se abría de piernas. Me golpeé la pierna con el puño, como reprimenda por desear recorrerla con mi lengua mientras hacía lo mismo en la intimidad solo para mí. No supe cómo lo iba a lograr pero no me iba a acercar a más de cinco metros de ese imán femenino porque estaba seguro, sucumbiría a sus encantos como el más débil de los esclavos y por voluntad propia.
Por cobarde, no ingresé a la carpa donde se encontraban los camarines. Esperé afuera del circo por João para felicitarlo. Mi amigo salió, aún vestido con su traje y me invitó a que lo acompañara a su motorhome.
—Como foi o show? — preguntó en su lengua madre porque sabía que yo manejaba el idioma.
—¡Bacán, hermano!
—Como você viu meus truques?
—Estuvo todo bien, po, lo sabes —no pensaba aumentar su ego de artista que ya vagaba por las nubes—. Espera a que me presente y ahí sí te vai a lucir.