A pesar de mi broma, esa noche solo dormimos muy abrazados uno al otro. Me desperté enérgico y sonriente. Fui besando el cuello desnudo de la mujer con la que compartía la cama con la única intención de sentir su piel bajo mis labios. Sin embargo, Adria se removió hacia atrás, acomodando su trasero sobre mi hombría y volteó su rostro buscando mis labios, provocando que la excitación me hiciera olvidar del entrenamiento que teníamos pactado con João un par de horas después.
Desayunamos en silencio y luego nos quedamos sentados en el sillón, abrazados. Maite interrumpió el íntimo momento al golpear la puerta del motorhome. Adria se envaró y me miró indecisa.
—Vamos a tener que decirle —confirmé lo que sabía la asustaba.
—Dame tiempo, no estoy lista.
—¿Para aceptar lo que está creciendo entre nosotros? ¿O para decírselo a tu amiga?
—No es mi amiga, somos compañeras de trabajo.
—No respondiste a mi pregunta.
—Vamos despacio, yo no esperaba empezar una relación en estos momentos.
—Estoy dispuesto a ir a tu ritmo, pero también me conozco. No soy un hombre que sepa mentir, o que logre camuflar los sentimientos, no nos va a salir bien.
Me besó en los labios y se retiró a cambiarse, dejándome la duda clavada en el pecho. ¿Qué tenía de especial ese “momento”? “Paciencia, Victorio, paciencia”, me repetí mientras me dejaba caer de espaldas sobre el sillón.
Adria salió del baño enfundada en una calza sobria y un top que dejaba sus curvas expuestas. Vino hacia mí y se detuvo a mi lado.
—Fue lindo amanecer con vos.
—Fue hermoso —respondí—. ¿Algún día me vas a contar algo de tu vida, mendocina?
—Algún día, chileno —respondió camuflando malamente la inseguridad que mi pregunta le provocó.
Me besó y me dejó solo en su “espacio sagrado”, como lo había llamado en varias oportunidades. Decidí ver la parte positiva de aquella situación, porque no quería pasar por alto la confianza que ese simple gesto significaba para una mujer tan reservada como Adria.
Febrero pasó entre muchas miradas reticentes, desbordante pasión, y también varias quejas de João porque mi rendimiento físico no era el mismo después de hacer el amor a diario con Adria.
El segundo mes del año, estaba por llegar a su fin cuando una noche al terminar la función, una mujer acompañada de un tipo bastante alto y delgado se apersonaron sobre la pista. Un gemido extraño que salió de los labios de Adria me llevó a observarla, empalidecida miraba a la desconocida con los ojos cargados de lágrimas.
—Tranquila, estoy acá —habló un hombre con delicadeza, ubicado bajo el plató.
Atravesando esa extraña situación seguimos saludando a la audiencia como si nada estuviera sucediendo. James nos pidió que nos encargáramos de terminar de acompañar al público a la salida de la carpa para permitirles tomar fotos juntos al elenco.
Ni Maite ni João ni yo nos movimos.
—James, no esperaba esta traición de tu parte —habló por fin la mujer, antes de acercarse a Adria y mirarla con desprecio. —¿Qué significa esta locura?
—Mamá —la voz le salió temblorosa—, no es lugar para hablar.
—¡Claro que lo es! ¡Llevo meses buscándote!
—No pienso volver —habló en voz muy baja.
—¡¿Has enloquecido?! —gritó. —¡Vas a venir por las buenas o por las malas! ¡Vos elegís!
Dando un paso al frente, cubrí a Adria con parte de mi cuerpo.
—Le sugiero que se tranquilice, señora. Ya escuchó, de aquí no se va a mover.
Sentí la mano helada de Adria, tomando la mía. Me volteé para mirarla, le costaba respirar, un ataque de pánico, como los que yo había sufrido, la acometía. Giré por completo y puse mi mano en su hombro.
—Tranquila, mi amor —le hablé suave—. No estás sola.
Varias miradas me quemaron.
—¿Mi amor? —preguntó la mujer con renovado desprecio— ¿Tan bajo has caído? —me fulminó.
Al levantar la cabeza observé varios panoramas; los ojos arrasados de Maite, la mueca burlesca de João y el atento escaneo que me hacía el hombre debajo del escenario. Al posar mis ojos en James, una sonrisa paternal y bien intencionada surgió de sus labios. Volví mi atención hacia la mujer que me había deslumbrado tantos meses atrás y la pegué a mi pecho con pasión.
—Cuando Adria se reponga, podrán hablar.
La cubrí con mi cuerpo con la intención de alejarla de aquella siniestra mujer.
—¿Ya le contaste a tu amante que sos una mujer casada? —inquirió con saña.
El corazón se me detuvo, los movimientos también. Adria negaba con cortos y repetitivos movimientos de cabeza. Retomé la marcha, llevándola conmigo. La madre de Adria, nos siguió lanzando afilados comentarios sobre la vergüenza que significaba para la familia la vida que había llevado durantes aquellos meses, hasta que muy cerca de la entrada al motorhome, la agresión se dirigió directamente al aspecto físico de Adria y a los kilos de más que supuestamente tenía. Lisa y llanamente, la llamó gorda y así acabó con mi paciencia. Solté a Adria, di media vuelta y me avalancé contra la insoportable detractora de mi mujer, aprovechando de mi altura para intimidarla.