Atrapados en el aire

07. VICTORIO

—Les dejé lista la palta para el desayuno —habló en voz baja João—. Me voy a entrenar.

—Gracias, ¿vos le abriste anoche? —quise saber.

—Sí, cuando golpeó era muy tarde y se notaba que necesitaba tu compañía.

—Gracias.

—Te la voy a cobrar —me advirtió levantando el pulgar de su mano derecha.

Sin decir más, se perdió tras la puerta de nuestra casa.

Adria se desperezó mientras se giraba y se pegó más a mi pecho. Deposité un beso en su frente y me quedé observándola hasta que el sueño volvió a vencerme.

El bullicio del exterior nos despertó media hora más tarde, depositó varios besos en mi pecho mientras yo la observaba.

—¿Te molesta que me haya metido en tu cama sin permiso? —preguntó insegura.

—¿Parezco molesto? —pregunté lo que para mí era obvio.

Negó levemente y se abrazó fuerte a mi espalda, por algún motivo le costaba mantenerme la mirada.

—¿Quieres hablar de lo que sucedió ayer?

—No —fue su corta respuesta.

—¿Nos damos una ducha?

—¿Y si vuelve João?

—Es solo una ducha, Adria ¿O tú quieres algo más? —bromeé iniciando un juego de cosquillas.

La risa cristalina y contagiosa que emitió, me envolvió en una burbuja de amor de la que deseé no salir nunca. Qué bella era cuando sonreía, en estado de relajo sus facciones eran proverbiales. Se rebullía debajo de mi cuerpo, despertando uno a uno mis sentidos. La temperatura en mí fue aumentando proporcional a su alegría. Clavé mis rodillas a los costados de sus muslos inmovilizándola y comencé a ubicarme donde deseaba. Bajé su pantalón de pijama y escondí mi rostro en su sexo.

—¡Mi amor! —gimió mientras me acariciaba, entrelazando sus dedos en mis cabellos.

La dulzura de su voz envolvió mi corazón, introduje mis dedos dentro de su vagina mientras la saboreaba a sabiendas de que estaba a punto de explotar de placer. En el instante en que la sentí claudicar, busqué su rostro con la mirada. Tenía los ojos cerrados y una sonrisa complacida afianzaba su belleza. Seguí lamiendo su intimidad, absorbiendo todo lo que tenía para mí, ella no dejó de acariciar mis cabellos hasta que yo terminé mi pega.

—Ahora sí has quedado bien sequita —hablé mientras reptaba para volver a mi sitio en la cama.

Apoyó ambas manos en mi pecho, para seguir con las caricias.

—No sabía que existía esta clase de amor —aseguró.

—¿Qué clase de amor es este? —pregunté porque quería saber con exactitud a lo que se refería.

—Tan sano, tan maravilloso.

—Ni más ni menos que lo que nos merecemos.

Sus ojos acuosos me dijeron, lo que su boca no logró expresar. Quizá porque todavía procesaba lo sucedido pero también porque João abrió la puerta. No hizo más de dos pasos que se detuvo en seco, clavo la mirada sobre nosotros que permanecíamos en la cama. Fueron un par de segundos extraños porque nadie emitió sonido, finalmente mi amigo pasó directo a la ducha. Adria volteó hacia mí, confundida.

—¿Desayunamos? —pregunté para devolverle un poco la comodidad.

—Sí, muero de hambre —aceptó por primera vez sin parecer agobiada por el ríspido tema de los alimentos.

Los días empezaron a pasar con cierta calma, ya no teníamos necesidad de escondernos de nuestros compañeros por lo que salíamos a trotar juntos por la mañana, ensayábamos nuestro cuadro y luego yo hacía lo mismo con João mientras ella nos observaba. Nunca hablamos sobre convivir en su motorhome o en el de João, la situación se fue acomodando sola porque pasábamos mucho tiempo en la casa de mi amigo. Solo usábamos el espacio de Adria para amarnos, ya que una mañana en que João había ingresado y nos había encontrado en pleno acto sexual, casi nos echa hacia afuera medio desnudos.

—No me importa compartir la casa con ustedes —había empezado el sermón—. Me da gusto que estén aquí, me siento acompañado pero el único que tiene sexo dentro de esta casa soy yo ¿Está claro? —El rostro compungido de Adria, con las mejillas arreboladas y la culpa impresa me causó un jolgorio que nadie compartió—. ¿Victorio, entendiste? —insistió en su lengua madre.

Adria me dio un codazo en medio de las costillas que aumentó mi risa.

—Sí, entendí. Y te prometo que no va a volver a suceder pero podrías dejarnos a solas así terminamos lo que ya habíamos iniciado —hablé sonriente pero muy en serio.

João bufó y se fue dando un portazo. Adria enojada conmigo, intentó iniciar una conversación que detuve al devorarle los labios y recordarle a su mente en qué lugar del placer habíamos quedado, porque su cuerpo húmedo no lo había olvidado.

La amistad entre Adria y mi amigo, fue afianzándose poco a poco. Convivíamos muchas horas del día los tres, en el motorhome y después en la pega porque solíamos pedir su opinión sobre las nuevas coreografías. Y así, con los tres unidos, el circo se empezó a mover. Maite aparecía y desaparecía de nuestras vidas por temporadas, porque solía variar sus presentaciones en diferentes grupos circenses. La relación que mantenía con mi novia y conmigo era cordial, hablábamos lo justo y necesario, solo sobre los temas que la pega requería.




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