Atrapados en el aire

08. VICTORIO

Adria era totalmente impredecible para mí.

La falta de oxígeno hizo que me doblara en dos, un gran dolor punzó en el centro de mi pecho. Me puse de pie y salí del motorhome como impulsado por un resorte. Vomité bilis después de tantas arcadas ocasionadas por la falta de oxígeno. Alguien me acarició el hombro, de inmediato sentí a Maite hablar.

—Todo va a estar bien —intentó consolarme.

Al instante, otra voz, la que minutos atrás me había herido de muerte, profirió gritos en su dirección.

—¡Maldita estúpida! —la empujó para alejarla de mí— ¡Dejanos en paz! ¡No te da vergüenza andar mendigando un poco de atención! —Ante los ojos azorados de nuestra colega, la furia de Adria se incrementó y volvió a golpearla con ambas manos en el pecho hasta dejarla de culo sentada sobre la tierra—. ¡Andate! —gritó despavorida.

João que venía junto a Maite, se interpuso en el camino de mi novia y le exigió silencio.

—¡Te vas dentro de casa! —la desafió— Estás haciendo un escándalo sin sentido —insistió ante el mutismo de Adria que no quitaba los ojos de encima de su ex compañera.

—¡Mantenete alejada! —escupió antes de desaparecer.

Miré a João suplicando que me ayudara a salir de aquella situación.

—Andá —me señaló el interior de nuestra casa—, yo me hago cargo —habló en referencia a la mujer que todavía estaba sentada en el suelo con mechones de pelo en el rostro.

—Victorio —me llamó herida por la indiferencia que le demostré—, te advertí que te ibas a arrepentir.

Y a pesar de todo el dolor que Adria me había provocado durante esos últimos días, no toleré la manera despectiva en la que se estaba refiriendo a ella. Y como un gallito de pelea, defendí a la madre de mi bebé con uñas y dientes.

—Tu predicción es tan errada, Maite. Hoy más que nunca te puedo asegurar que jamás me voy a arrepentir de cada minuto que pasé junto al único amor de mi vida.

—Victorio, andate adentro —exigió João opacando un poco el sollozo que salió de los labios de la mujer.

Ni bien entré, encontré a Adria sentada en el enorme sillón de la sala. No pude hacerle frente, iba camino a nuestra habitación cuando de reojo vi las pastillas sobre la mesa. Me volví hasta tomarlas en mi mano, ingresé al baño y las lancé por el inodoro. Sin decir una palabra, acepté el trato más amargo de mi vida. El intercambio de un amor por otro, similares en lo intenso e infinito, diferentes por el vínculo que nos uniría.

João nos suplicó que buscáramos ayuda profesional, pero ninguno lo escuchó. Desconozco el motivo por el que Adria, no asistía con un especialista. Mi razón era simplemente que no quería aceptar que todo se había ido al demonio, una luz de esperanza vibraba en mi corazón, con la ilusión de que al conocer a nuestro bebé se quedara junto a nosotros.

Volví al trabajo días después, Adria me acompañaba a los ensayos y presenciaba las funciones. Nuestro amigo en común, le sugirió volver a las tablas como presentadora de los artistas. Ella aceptó pero solo para anunciar nuestro show.

—No pienso arengar aplausos para la estúpida de Maite —vociferó en pleno ensayo con toda la intención de ser escuchada.

Margaret y James, desde que se enteraron que estaba embarazada la mimaban como si fuera su propia hija, quizá un poco así la sentían. Hasta le consultaron a João la posibilidad de rescindir el contrato verbal con Maite, para no incomodar a la futura madre. A lo que mi amigo se opuso firmemente.

Nuestra relación era una montaña rusa que funcionaba a 200km/h, pasábamos de no hablarnos a discutir por bobadas hasta terminar arreglando la situación con intensas sesiones de sexo que culminaban con alguno de los dos llorando.

En la casa que había sabido ser un cálido hogar, el ambiente se había vuelto rancio y denso. La hora diaria en la que salía a correr se volvió insuficiente para mantener mis emociones controladas. Margaret me recriminaba que cada día dormía menos y se notaba en las enormes ojeras, que el maquillaje que utilizaba en las funciones, no podía tapar.

A punto de entrar en el cuarto mes de embarazo, hablé con João para advertirle que me tomaría unos días. Necesitaba con desesperación visitar la casa de mi padre, su contención era lo único que me ayudaría en esos momentos.

—Quiero ir con vos —afirmó contundente Adria cuando le comenté que me ausentaría unos días.

—Viajaré hasta Chile —respondí lo obvio.

—Sé dónde vas, Victorio. Hemos ido un montón de veces y tu papá me adora, o es que ya le contaste todo…

—Ni siquiera le he dicho que estás embarazada.

La expresión dolida y la mandíbula que se le cayó unos centímetros me dieron a entender que no era la respuesta que esperaba. Sin embargo, guardó silencio, gesto que agradecí porque no podía más con tanto drama.

Luego de la cena, me senté frente a la notebook y saqué dos pasajes de avión. Al terminar, como ella ya se había retirado a su habitación, golpeé suavemente la puerta que se abrió ligeramente.

—Salimos el lunes a las 10 de la mañana, preparate.

—Gracias por permitir que te acompañe —habló dejando relucir cierto amor en su tono.




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