Incapaz de aceptar la realidad me volví un autómata. Mi rutina consistía en madrugar y alimentar a Gio para luego salir a caminar juntos, recorriendo la ciudad. Después, mientras yo organizaba la casa y algo de comida, mi pequeña jugaba con todos los móviles que su padrino le había comprado, luego de que su madre se esfumara. Durante los ensayos, James y Margaret se hacían cargo de ella, al igual que a la hora de la función. Una vez terminada la pega, iba por mi niña y la llevaba a casa a descansar. Los dos nos habíamos mudado de habitación, fue imposible para mí conciliar el sueño en la antigua habitación donde todavía sentía su perfume y su presencia. Mi padre y Delfina, aparecieron un mes después, alertados por mis escasas llamadas y mis frías respuestas en mensajes. No había sido capaz de informarles que la mujer de mi vida, se había ido.
—¿Querí tomarte un tiempo libre de la pega? —me preguntó mi papá mientras mecía a Gio— Tu abuela y yo tenemos ahorros suficientes para los cuatro hasta que estéi listo para volver.
—No voy a abandonar el circo, pa. Demasiado tiempo me aguantó João, ya es hora de madurar y de enfrentar la vida como se me presenta.
—Necesitái espacio para hacer tu duelo.
—Adria no está muerta —desde la última vez que la había mencionado había pasado más de un mes. El dolor seco que sentí en mi pecho al decir su nombre, me cuidé de no demostrarlo frente a mi padre.
—De todas formas es un duelo, cuidá tu corazón y tu cabeza. Gio te necesita sano.
—Que descanses, pa. —Lo saludé dando por terminado el tema.
La situación se complicó cuando Gio comenzó a gatear, era muy pequeña pero a la vez tan imparable que ni Margaret ni James podían seguirle el paso. A punto de llamar a mi padre y rogarle que pasara junto a mí una temporada en el circo, João interrumpió mis pensamientos. Levantó a Gio que gateaba en la arena de las playas de Praia Grande y se la presentó a Maite que venía a su lado.
—¡Mirá la ahijada que tengo! —señaló con orgullo— ¡Va a ser una regia heredera del imperio que pensamos dejarle!
Maite abrió los ojos ante el comentario futurista de João, yo me encogí de hombros sin saber cómo parar al loco que ya estaba planeando el futuro de mi hija.
—¡Hola, Giovana! —la saludó y mi hija tomó con fuerza la mano que se le ofrecía y se la llevó a la boca, desesperada por aliviar la picazón que le provocaban los pequeños dientes que le iban apareciendo.
——¡No te podés comer a las visitas, menina! —bromeó João, provocándole cosquillas en el cuello con la barba mientras la llenaba de besos—. —¿Esa es la educación que te estamos dando! —la risa cristalina de mi hija me llegaba al pecho, rellenando el vacío que su madre había provocado.
Recordé las palabras que me había dicho mi padre tiempo atrás; “Permitite el beneficio de la duda, Victorio. Date la chance sostener en brazos a tu niño por primera vez, alimentarlo, escuchar su risa porque le hacei cosquillas. Y cuando eso suceda, te pegai la vuelta y me explicai qué es la felicidad.”
Estaba con la mirada en Gio y la cabeza en mi padre, pensando en que la próxima vez que habláramos por teléfono le diría que empezaba a entender sus palabras, por lo que no me percaté de la cercanía de Maite.
—Tenés una hija hermosa —habló a mi costado.
—Siendo objetivo: es espectacular, po.
Maite rió.
—Victorio —habló cambiando el tono a uno un poco más serio—, vine a buscar trabajo. ¿Será que podemos dejar el pasado atrás? De verdad lo necesito.
—Yo solo vivo en el presente, Maite —acepté la tregua que me pedía, sabiendo lo que escondían sus palabras y las mías.
Emprendimos un nuevo viaje hacia el sur del continente, por lo que por unos días no tuve que preocuparme por el cuidado del pequeño cohete que tenía por hija. Al momento de levantar la carpa una vez más, la relación de Gio y Maite era casi tan buena como la que mi hija mantenía con su padrino.
João y Maite se volvieron dos ejes fundamentales en mi vida, no tengo idea que hubiera hecho sin ellos para sacar adelante a la pequeña Gio que crecía rodeada de amor, trajes de lentejuelas y acrobacias circenses.
El día en que cumplió dos años, João le regaló un kit de colchonetas, rodilleras y coderas que empezaría a usar para practicar piruetas en el circo.
—¡Estás loco! —se había opuesto Maite.
—Soy precavido ¿Has visto cómo nos imita todo el tiempo? Es mejor que lo haga en un espacio cuidado.
Yo no intervenía porque sabía que mi amigo tenía razón, Giovana era sumamente curiosa, impulsiva y carente de miedo, por lo que intentaba, sin éxito, realizar en tierra las piruetas que hacíamos en el aire.
Por la noche, me dispuse a lavar los platos donde habíamos comido la torta, cuando mi papá la tomó en brazos alejándola de mí, Gio se removió molesta y estirando sus bracitos me llamó.
—¡Pa-pa!
La emoción me volvió líquido los ojos, mi pequeña estaba cansada y buscaba mi cobijo. El vaso que sostenía entre las manos se me resbaló, cuando Gio torciendo la cabecita hacia un costado y con ojos acuosos, como los míos, señaló la foto donde se encontraba Adria y preguntó: