Atrapados en el aire

11. VICTORIO

João se encargó de terminar los papeles para que nos entregaran las habitaciones. Después de llorar y de recriminarme por las supuestas mentiras que le había dicho, Giovana había caído rendida en la cama tras beber un vaso de leche tibia que le había conseguido Maite. Le pedí a João que me acompañara afuera de la habitación porque necesitaba sacarme una duda.

—¿Era ella? —le pregunté a mi amigo.

—¿No la viste?

—Nunca levanté la vista. En ese momento solo pensaba en Gio pero creo que no tuve el valor para enfrentarla, cachai.

—Sí, era ella. Se le desfiguró el rostro cuando Gio la llamó “bruja feia”. Estoy seguro de que estaba a punto de llorar.

—¿Estaba sola?

—Estaba sentada al lado de un muñeco de torta, no sé si estaban juntos o no.

—¿Qué voy a hacer, João?

Mi amigo no alcanzó a responder, una conocida voz que había añorado con locura habló detrás de él.

—No quiero molestar más a Giovana, pero quisiera saber cómo está —habló Adria con su melodiosa voz.

João dio media vuelta para enfrentarla, terminó hablando él, porque a mí me habían abandonado las palabras.

—Ha sido un gran shock encontrarte acá… para todos —añadió al finalizar.

—Victorio —me llamó, pero yo no podía levantar la vista para mirarla. Estaba petrificado.

João me cubrió con su cuerpo y volvió a responder por mí.

—Adria, nos regalas un poco de tiempo, tá bom? Hace cuatro años que no te vemos, esto no es fácil para nadie y tenemos que proteger la psiquis de una menina.

—Entiendo, mi suite es la número 727 —ese puntual detalle me llevó a enfrentarla..

—¿Qué es lo que quieres? No estás aquí de casualidad —la acusé haciendo varios pasos hacia adelante.

—Nunca imaginé que ella podía reconocerme, nunca imaginé que después de lo que hice vos le hubieras hablado de mí.

—¿Qué mierda quieres de nosotros, Adria? —volví a preguntar emputecido.

—Una oportunidad —respondió mientras silenciosas lágrimas caían por sus mejillas.

Di media vuelta y me oculté de ella dentro de la habitación que compartía con Gio.

—¿Estás bien? —preguntó Maite.

Asentí antes de encerrarme en el baño, necesitaba digerir lo que estaba sucediendo. Salí veinte minutos después porque me pareció que Gio se había despertado, pero no fue así, solo se había movido en la cama. Al verme con los ojos enrojecidos de tanto llorar, João le sugirió a Maite que me dejaran a solas, y aunque ella insistió en quedarse, mi amigo fue tenaz y terminó exigiéndole que me diera privacidad, lo cual agradecí. Luego de cerrar la puerta, me quité las zapatillas y me recosté con mi niña, pegué su espalda a mi pecho y la abracé con fuerza. Sintiendo el cálido perfume de su cuellito me dormí con ella.

El sonido del celular nos despertó a los dos, João me avisaba que iba a estar en el comedor comiendo algo, por si queríamos acompañarlo.

—¿Si salimos nos vamos a cruzar con ella? —preguntó Gio todavía echa un bollito junto a mi cuerpo.

—Es muy posible. ¿Querés que volvamos a casa? Yo no tendría ningún problema en hacerlo.

—No, quiero hablar con mi nonina —con ese apodo llamaba a su bisabuela—. Quiero decirle que me mentiste, Adria es una bruja feia.

—¡Ay, amor mío, Adria puede ser muchas cosas, pero fea ni un poquito! —afirmé mientras me ganaba una fiera mirada de mi hija.

Y lo decía en serio, porque me bastó mirarla un par de segundos para reafirmar que la madre de mi hija era una beldad. Su cuerpo completo se hallaba en perfecto equilibrio, la delicadeza de sus largas pestañas, cubriendo unos hermosos ojos negros. Los labios tan rosados como las mejillas, que ocultaban una perfecta dentadura blanca, todo enmarcado por la melena castaña rebosante de rulos y acompañados por esas generosas curvas que tantas veces me habían enloquecido de placer.

—¡Papi —se quejó Gio al sentirse ignorada—, quiero hablar con mi nonina!

Me moví en busca del celular y marqué el número de la casa de mi padre, Giovana de inmediato les indicó que pusieran altavoz o como decía ella “ese botón que hace que todos me escuchen, cachai?”. Cuando supo que tenía la atención de ambos, inició el reclamo.

—Abu, nonina, mi papá me mintió. Adria no es hermosa. ¡Es una bruja feia! —insistó.

El silencio del otro lado de la línea me obligó a interferir.

—Hoy, cuando nos estábamos recepcionando, Giovana reconoció a Adria que se hospeda en el mismo hotel que nosotros.

—¡Nonina, es una bruja feia! —remarcó esperando apoyo.

Mi abuela suspiró vencida ante el dolor que guardaban las palabras de mi hija.

—Mi pequeña princesa, se le pueden achacar a tu madre miles de defectos, pero la fealdad no es uno de ellos —repitió el mismo mensaje que le había dado yo antes de la llamada.

—¡Abu! —se quejó Gio para nada conforme con las palabras de su nonina.

—Cuando las personas nos hacen daño es difícil que las veamos bonitas —respondió mi papá—, es verdad lo que decís. Para vos Adria es una bruja fea porque te lastimó pero para nosotros no lo es porque gracias a ella tenemos el tesoro más preciado de nuestras vidas. Nuestra princesa Gio.




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