Atrapados en el aire

12. VICTORIO

Había invitado a Adria al paseo porque sabía que Maite tendría todo el día ocupado visitando a unas colegas mexicanas. Mi amiga desayunó temprano y pasó por nuestra habitación para saludar a Gio y desearle suerte en la excursión, no dejó de asombrarme que mi hija no hiciera ni un comentario sobre la compañía especial que tendría ese día.

Eligió su ropa con detenimiento, tuve que ponerme firme porque estaba decidida a calzarse un vestido de princesa que a duras penas la dejaba moverse y que me había obligado a meter en la valija.

—Giovana, vas a llevar la malla nueva y vas a elegir entre el vestido corto o un short, necesitas ir cómoda —hablé serio.

—¿Adria usa bikini? —preguntó ignorando mi reprimenda.

—No —respondí conociendo a su madre.

—A mí tampoco me gustan —habló arrugando su pequeña nariz.

—A mí me gustas tú —le hice upa y le besé la punta de la nariz.

—¡Papá! —se quejó—, se me cae la corona.

Unos golpes a nuestra puerta nos pusieron alerta.

—”¡Y si hacemos un muñeco! —empezó a cantar, la conocida canción de Frozen, João del lado de afuera de la habitación— ¡Ven vamos a jugar! Ya no te puedo ver jamás… —Hubo un silencio corto, y luego siguió, más bajito— Hermana sal, parece que no estás”.

—”¡Solíamos ser amigas y ya no más. No entiendo lo que pasó!” —continuó Gio mientras se calzaba las zapatillas con lentejuelas que le había bordado Margaret. Se apuró para ponerse en pie y por fin abrió la puerta.

—”¿Y si hacemos un muñeco? No tiene que ser un muñeco.” —terminaron de cantar los dos antes de abrazarse.

Al separarse, João silbó apreciativamente mientras hacía que Gio girara sobre sí misma.

—¡Qué guapa te has puesto para ir a bucear! —mi amigo levantó la vista hasta dar conmigo— ¡Ah bueno! ¡Os dois se han puesto guapos!

—Es que mi mamá va al cenote con nosotros.

João sonriente le guiñó un ojo.

—¿Estás contenta? —preguntó compinche como era.

—Sí —respondió Gio con una timidez que no sabía que mi hija poseía.

—¡Salgamos, estamos en horario! —los apuré.

—¡No hagamos esperar a la reina madre! —respondió mi amigo con picardía.

Adria nos esperaba cerca de unos sillones que adornaban el salón donde se servía el desayuno, se la notaba nerviosa. Lucía un vestido playero con mangas hasta el codo, con arabescos de colores que variaban entre blanco, azul, verde, amarillo y anaranjado. Un toque en extremo sexi, era que había dejado caer la tela dejando al descubierto su hombro izquierdo, el escote mostraba el inicio de los senos donde la tela se anudaba.

—Quizá Adria no es tan feia —habló Gio sacándome de mis pensamientos.

—¡No lo es! —respondí sin pensar.

Fue grato para mí que al descubrirnos, Adria buscara de inmediato a Giovana, mi niña se aferró con fuerza a mi mano.

—Estamos contigo —habló João dándome a entender que también se había aferrado con fuerza a él.

—Hola Gio —la saludó Adria—, qué hermosa corona, se te ve muy bien entre tus rulos.

—Son como los tuyos —remarcó mi niña.

—Igual de piraos —bromeó João para distender el momento.

Giovana se soltó de la mano de mi amigo y le destinó un codazo sin dejar de impostar una sonrisa falsa hacia su madre, lo que causó hilaridad a todos, pero nos cuidamos de mostrarla.

—Tu vestido está bacán —devolvió el piropo Gio.

—¡Bacán sería desayunar, me muero de hambre! —volvió a interferir João.

En esa ocasión, mi hija le regaló un pisotón.

—No te preocupes por tu padrino, Gio —habló Adria—. Yo lo conozco mucho mucho.

—¿De cuando vivías en mi casa? —se interesó.

—Y de antes también.

Gio asintió sin decir más.

—Busquemos una mesa para dejar las mochilas, po —hablé por primera vez—. Yo también muero de hambre y además no quiero que se haga tarde para tomar el micro de la excursión.

Adria me miró y me regaló una amplia y cálida sonrisa.

Gio se sirvió lo mismo que desayunaba João: yogur rebalsado de frutas y cereales. Mi hija a pesar de su corta edad, se alimentaba abundantemente. Adria tomó un vaso de jugo con algunas frutas y yo me armé un sandwich de pavita y huevos revueltos, lo acompañé con un jugo natural de piña.

—¿Tu marido no te acompaña? —pregunté porque volvimos antes que los demás a la mesa.

—No quería incomodar a Gio, creo que ir de a poco es lo mejor.

—¿Qué es lo mejor, Adria? —pregunté de pronto molesto.

—Me costó dejar de pensarte anoche, sentía tus besos en todo mi cuerpo.

Su voz me erizó la piel, le sostuve la mirada hasta que Gio y João regresaron a la mesa.

Una vez sentado en la Trafic que nos llevaría a la excursión, Adria abrió su mochila y le pasó un pequeño paquete a Gio. Ella lo abrió desesperada, adoraba los regalos. Su madre le había comprado un chaleco salvavidas con motivos de Frozen.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.