Atrapados en el aire

13. VICTORIO

Por la mañana, una vez que abrí la puerta de nuestra habitación, Giovana salió corriendo en busca de su madre. Yo salí detrás de ella pero fue más rápida al meterse en el ascensor, este se cerró en mis narices, la mujer que había ingresado antes que mi hija, me gritó que se detendrían en la planta baja. No sé si la palabra “desesperación” puede describir lo que sentí en ese momento. Salté los escalones de tres en tres, me llevé por delante a más de un huésped y me tropecé con un escalón que sin mis habilidades físicas me hubiera dejado al menos sin mis dos paletas. La divisé a los lejos, parada bien derechita, apretando con fuerza la sirenita que quería mostrarle a Adria. Me prometí regañarla aunque sus ojos brillaran con lágrimas, Gio había superado todos los límites

Su madre que ya esperaba por nosotros en la recepción del hotel, al verla sola, corrió hacia ella. La sonrisa expansiva de Gio y la manera en que abrió los brazos para recibirla fue una escena que agradecí haber visto.

—Has criado una niña muy sensible —habló João a mis espaldas— y si algo tiene tuyo es el coração, amigo. Pura generosidade, zero rancor.

—¿Cuándo bajastei? No te escuché.

—Detrás tuyo, corriendo igual de demente que tú. Tu filha nos ha vuelto a prueba de balas.

Asentí apoyando mi mano en su hombro.

—”Hemos criado” a una niña sensible, amigo mío —pretendí con mis palabras darle el lugar que le correspondía.

Caminamos hacia Gio y su madre. Antes de llegar, el ascensor le dio lugar a Maite que también se nos unió. No me pasó desapercibida la mirada airada que las dos mujeres mayores se destinaron.

—Papi —me llamó Gio—, mami me esperaba aquí abajo.

—¿Te parece correcto lo que hiciste? —Gio negó sin mirarme a los ojos—. Giovana, mirame.

Se tocó el lóbulo de la oreja, como hacía cuando estaba cansada o nerviosa, antes de mirarme.

—Perdón, papi. Tenía muchas ganas de ver a mamá. La próxima vez, te prometo que voy a tener paciencia.

—¡Eso era todo lo que queríamos escuchar! —interrumpió João, que aunque se quejaba de que Gio era caprichosa, era bastante responsable de dicha situación, las lágrimas de su ahijada eran su talón de Aquiles—. ¿Desayunamos?

Adria tomada de la mano de Gio, caminó a mi lado.

—¿Se escapó?

—Se metió corriendo al ascensor, yo no alcancé a llegar.

—¿Tenés muchas anécdotas así?

—Más de las que quisiera.

—¿Podrías contármelas?

—Sí, Adria.

Ingresamos al salón donde se servía el desayuno, un hombre a lo lejos estiró la mano para saludarnos. Sentí dos suspiros apreciativos a la vez, Maite y Gio habían descubierto al marido de Adria.

—No es necesario que desayunemos con Lorenzo, pero me gustaría presentárselo a Gio ¿Puede ser?

—En algún momento iba a suceder, no tengo opción ¿o sí?

—Solo dos minutos —me aseguró.

Mientras Adria hacía las presentaciones correspondientes, yo decidí sentarme en la mesa frente a Loren… “Ken” le queda mejor. Si ese tipejo iba a pasar tiempo con mi hija mi responsabilidad era conocerlo. João se sentó a su lado, una fugaz mirada de mi amigo, me hizo saber que estábamos en la misma sintonía. Maite y Gio fueron quienes se sentaron a mi lado, ambas escaneaban al hombre con miradas fugaces, en lo absoluto discretas.

—¿Disfrutaste del cenote, Gi? —preguntó Lorenzo haciendo chirriar mis oídos con ese “Gi” que sonó asquerosamente burgués.

—Sí, nadamos mucho —empezó tímida, hasta que recordó su hazaña en el columpio de troncos y se volvió imparable.

Lorenzo parecía realmente interesado en lo que Giovana le contaba, incluso en las pocas oportunidades en que mi hija hizo silencio, él formuló preguntas para mantener activa la conversación. El desayuno no resultó tan incómodo como había imaginado, cuando terminamos el hombre comentó que pensaba dar una vuelta por los stand de artesanías que se encontraban alrededor del hotel.

—¿Podemos acompañarlo, mami? —preguntó Gio con su habitual vehemencia.

No voy a mentir, fue extraño que le pidiera permiso a Adria y me ignorara a mí, yo también estaba acostumbrado a ser el centro de atención de Gio. Su madre se volteó hacia mí.

—Primero, tenemos que preguntarle a papá cuáles son los planes para hoy —sugirió.

Giovana me miró suplicante.

—Si es lo que desean hacer, no tengo problema. Podemos ir.

—¡Siiiii! —chilló saltando de la silla.

—¿A dónde vas, Giovana? —pregunté con acento duro.

Gio, desacostumbrada a mis regaños, quedó petrificada con la mirada en mi, matando el impulso que la llevaría a correr sin escuchar razones.

Caminé junto a Maite y João todo el tiempo que el dúo, que acompañaba a mi hija, paseó por los diferentes locales. Me resultó extraño que en ningún momento Lorenzo intentara tomar la mano de Adria o le destinara un beso. En su lugar, yo ya la hubiera reclamado más de una vez, sobre todo con la falda corta que llevaba en esos momentos y que le apretaba el trasero marcando cada una de sus curvas. Caminaba metido en mis pensamientos cuando Maite los interrumpió.




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