Atrapados en el aire

15. VICTORIO

—¡No puedo volver ahora, Victorio no está bien! —del otro lado debieron responder porque hizo un largo silencio—. No voy a dejar a Giovana y tampoco puedo llevármela— la última palabra ante su mutismo, me endureció hasta la mandíbula—. Lorenzo —delató por fin a su cómplice—, Victorio no me dirige la palabra, no hay posibilidades de que me deje llevar a la niña conmigo, necesito más tiempo para que confíe en mí. —Mi cerebro funcionaba a mil por hora, recordé todas las veces que Maite me advirtió solo para darme cuenta de que tenía razón. Adria había vuelto para robarme a Giovana—. Acordate que yo también soy abogada, sé bien lo que tengo que hacer —fueron las últimas palabras que acabaron con mi paciencia y mi cordura.

—¡Por fin mostrai tu verdadera cara! —la enfrenté.

Adria separó el móvil de su oreja y casi en cámara lenta se puso de pie y dio media vuelta para mirarme.

—No sé que escuchaste, pero creéme cuando digo que todo tiene una explicación.

—¡Siempre la misma porquería! —disparé levantando el tono de mi voz.

—Escuchame y no te alteres —murmuró.

—¡Qué no me altere! ¡Queréi arrebatarme a Giovana y me pides que no me altere!

—¡Victorio, vas a despertar a todo el mundo, bajá la voz! —suplicó mordiendo las palabras.

—¡Eres una maldita arpía! ¡Volví a confiar en tí y mira lo que estai haciendo! —lamenté escondiendo el rostro entre mis manos—. ¡Agarra tus cosas y vete! —grité totalmente perdido.

—Estás confundido, por favor, dejame explicarte lo que sucede —volvió a insistir.

Di media vuelta y me metí a la casa con la única intención de buscar sus pertenencias para que se alejara de nosotros.

—¿Qué está pasando? —se interpuso en mi camino João, descalzo y con los pelos alborotados.

—Adria se va.

—Victorio son las tres de la mañana, Adria no se va a ningún lado —me desafió—. Lo que van a hacer es lo siguiente…

—No tenei idea qué es lo que tiene planeado, piensa llevarse a Gio con ella —lo interrumpí.

—No es cierto, João —habló sollozando—. No me ha dejado explicarle.

—¡Se va ahora mismo! —afirmé de inmediato.

—¡No! Mi mamá no se va a ningún lado —chilló Giovana que con mis gritos se había despertado y miraba todo desde la puerta de su cuarto.

—¡Regresa a tu habitación! —la reprendí como nunca antes lo había hecho, avanzando hacia ella.

Mi hija, hábil con su cuerpo, me esquivó y corrió hacia su madre. En el intento de retenerla tomándola del brazo, cuando Adria ya casi la tenía con ella, rocé mi mano con el hombro de Adria, haciéndola perder el equilibro. João impidió que Giovana cayera junto a su madre porque la agarró en el aire, pero la mujer quedó sentada de culo en el suelo lleno de tierra. Yo quedé estático, sin saber siquiera cómo había llegado a ese momento. Mi hija, lloraba enloquecida aferrada al cuello de su padrino que mientras la consolaba, bajó los tres escalones del motorhome para auxiliar a Adria.

—Estoy bien —habló la mujer a la pregunta de João—, no fue nada.

—Me imagino —respondió él, con la voz cargada de sarcasmo.

Giovana no encontraba consuelo, quise acercarme pero la niña chilló más fuerte cuando lo hice. Adria que ya se había puesto de pie, acarició sus mejillas, aprovechando para quitarles la humedad. La mayoría de los adultos, empezaron a abandonar sus caravanas para ser testigos de lo que sucedía. Margaret y James fueron los últimos en llegar, mientras el hombre disipaba a la multitud, la mujer le habló a João al oído y se alejó con mi amigo y mi hija hacia su casa. Maite se acercó a mí.

—¿Necesitás algo?

—Que desaparezcas del mapa —respondió Adria.

—¡La experta en desaparecer sos vos, linda! —replicó antes de recibir una bofetada de parte de la madre de mi hija.

—¡Stop! —gruñó James—. Vuelve cada uno a su casa. ¿No les bastó el daño que le han hecho a Gio? —Bajé la cabeza avergonzado, pensé durante un par de segundo y decidí ir tras mi hija—. No, Victorio. Margaret no te va a dejar entrar a nuestra casa. Metete debajo del agua helada y pensá qué demonios es lo que estás haciendo.

Antes de irse, James obligó a Maite a que se fuera a su motorhome.

—¿Vos pusiste los cascabeles en la puerta? —preguntó Adria cuando nos quedamos a solas. Aunque la miré no le respondí—. Cuando lleguemos a la ciudad, me voy a ir Victorio, no quiero ocasionar más problemas.

—Ojalá nunca hubierai regresado —disparé antes de entrar en mi casa y encerrarme en mi habitación.

Adria, no se quedó callada, me siguió y detrás de mi puerta me gritó lo injusto que estaba siendo y me rogó que no interviniera en la relación que empezaba a forjar con Giovana. Todas sus palabras me sabían a mentira y manipulación, no soportaba ni el timbre de su voz.

Por la mañana, salimos dos horas después de lo planeado. João se presentó en nuestra casa y buscó ropa.

—¿Cómo está Gio? —lo interrogué.

Mi amigo me fulminó con la mirada.

—Asustada.

—¿Dónde vas?




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