Atrapados en el aire

17. VICTORIO

—¡Loca, casi me matai del susto! —me quejé.

—¡¿Yo soy la loca?! —se burló de mí—. ¿Qué demonios hacés dentro de mi cuarto?

—Si te vistes, te lo digo —respondí fingiendo una indiferencia que mi cuerpo había dejado de sentir, porque volvió a reaccionar a sus curvas al desnudo.

—¡Desubicado! —se enojó mientras me daba la espalda para buscar algo con que cubrirse. Su culo al descubierto, esponjoso y accesible me volvió líquida la boca.

—¡Me cago en lo que te cubriste! —objeté luego de que se pusiera un camisón de seda que le quedaba pegado al cuerpo, remarcando con más ahínco los pezones erectos.

—Cómo estás plenamente enamorado de tu novia, no veo el inconveniente con mi camisón.

—No dejo de ser un hombre, Adria.

—Cada vez digo más en serio que Maite se quedó con lo peor de vos, ¿Cuándo estabas conmigo también deseabas a otras mujeres?

No respondí a la pregunta porque aceptar que era ella la única capaz de enloquecerme y hacerme actuar como el más primitivo de los hombres, no era una opción. En cambio, salté al tema que me había movilizado en primera instancia.

—Mañana vuelvo al circo, ¿lograstei solucionar lo tuyo?

—No, —se aferró a mis brazos para enfrentar mi dura mirada— y desde ya te aclaro que no lo estoy haciendo a propósito. Son los tiempos de la justicia los que se demoran, no los míos.

—¿Entonces, qué va a suceder con Giovana? —ella no liberó mis brazos y yo no le pedí que lo hiciera, estábamos tan peligrosamente cerca que podía sentir su aliento a menta.

—Preguntarle qué es lo que desea hacer —admitió vencida.

La música del celular que ella no había alcanzado a apagar, tocaba de fondo la canción de Prince Royce, “El amor que perdimos”. Fue tal la nostalgia que me inspiró que tomé a Adria desde la cintura y la abracé. El corazón me latía frenéticamente, olí el perfume de su cuello como solía hacer con Giovana. Adria se aferró a mi cintura y sobre mi pecho habló, mientras empezaba a mover los pies:

—Bailá conmigo.

Todo junto a esa mujer era una puta locura, y lo peor era que me encantaba. No existía un solo motivo para imaginar que esa noche terminaríamos bailando bachata, en lo que parecía una tregua en medio de la guerra. En una de las vueltas que le dí, cuando quedó de espaldas a mí con su trasero casi rozando mi hombría, le pregunté lo que me daba vueltas en la cabeza desde hacía algún tiempo.

—¿Sucede algo entre tú y João?

Giró la cabeza con brusquedad, los ojos desorbitados.

—Por lo que más quieras te pido que cierres esa bocota que tenés, cada vez que la abrís arruinás el momento.

—Adria, necesito una respuesta.

—Es que lo que decís es absurdo, João es como un hermano para mí.

—Hacé rato no asiste a ningún carrete ni lo escucho hablar con sus “conquistas”, la comunicación entre ustedes es tan fluída que pensé…qué quizá… tú y él…

—¡Shhh! —siseó para que dejara de balbucear—. Dejá de pensar tanto, disfrutemos este momento.

Se giró sola en el inicio de una nueva canción de Prince Royce, y siguió guiando mis pasos como siempre lo había hecho. Luego de unos minutos, mirándome directo a los ojos cantó, con la feminidad natural que poseía, una sentida estrofa:

“Quiero saber si todavía te quedará un poquito de amor por mí,

la carretera se hace larga y yo siento que puedo morir”.

Cuando la canción llegó a su fin, Adria se abrazó a mí, esperó unos segundos antes de levantar el rostro buscando mi mirada. Nuestros labios se rozaron, ella acarició los míos dulcemente con la punta de la lengua.

—Adria…

—Ya lo sé —respondió de inmediato—. ¿La amás?

Tomé el valor que necesitaba para alejarme, no pensaba responder a aquella pregunta.

—Mi avión sale a las 7 de la tarde, vengo temprano para que hablemos con Gio.

Asintió y dejó que me fuera sin decir una sola palabra más.

Al día siguiente, llegué decidido a la casa de Adria. Gio todavía no se despertaba y su madre tomaba un café en el desayunador de la cocina.

—No quiero que le preguntes a Giovana qué es lo que quiere hacer, no quiero que siga decidiendo entre tú y yo.

—¿Entonces?

—¿Me juras que esto no es un plan para mantenerla lejos mío?

—Victorio, por favor, no soy un monstruo.

—Necesito escucharte, Adria.

—Se resuelve mi último trabajo y llevo a Gio dónde vos estés.

—Yo tampoco regresaré al circo hoy, voy a ir a visitar a mi papá. Me lo sugirió el día del cumple de Gio y creo que puede ser una buena idea, lo necesito.

—¿Tomarías un café conmigo? —me ofreció.

Como toda respuesta me senté frente a ella, sobre una de las banquetas. Iniciamos una distendida conversación en la que Adria terminó por confesar que el caso tan importante que estaba llevando era el divorcio de sus padres. Hablando en perfecta armonía nos encontró Giovana que venía en busca de su vaso de leche tibia.




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