Atrapados en el aire

19. VICTORIO

Adria que al principio vivía en la casa de James y Margaret, con la ausencia de João se mudó a su habitación. Obviamente, invitada por Giovana que ni se molestó en pedir mi opinión. Sin ponernos de acuerdo iniciamos una rutina en la que ella cocinaba el almuerzo y yo dejaba todo listo para comer luego de las funciones. La convivencia gozaba de una armonía que nos hizo muy bien a los tres, tanto en la casa como en el trabajo donde Adria se encargaba de liderar al elenco. Los únicos momentos en que tambaleaban todas mis máximas, era cuando aparecía con poca ropa al salir de la ducha o por las noches, cuando enfundada en un diminuto camisón de seda, pasaba a mi lado en busca de dos vasos con leche tibia para compartir con Gio. Sin embargo, como la semana libre de João estaba por llegar a su fin, creí que podía soportarlo con la frente en alto.

Spoiler: me equivoqué.

Las cortas vacaciones de mi socio y amigo se extendieron sin motivo, por lo que mi hija y su madre se sumaron a las noches de show con su cuadro de acrobacias y baile. Los camerinos se transformaron en un lugar más donde ver el cuerpo, que más había deseado en mi vida, con lycras y transparencias que dejaban poco a la imaginación.

Una noche, vivimos un desagradable momento cuando un espectador, le gritó palabras obscenas a Adria mientras se elevaba en el aro junto a Giovana. Me encargué personalmente de sacar de la carpa al desubicado poco hombre y de mostrárselo bien a James, para que no lo dejara ingresar a ninguna otra función. Pasado el incómodo momento, pudimos terminar el show con normalidad, Adria saludó al público y se perdió con premura por los pasillos, dejé a Giovana bajo el cuidado de Margaret y fui tras ella.

—¡Adria! —me quejé al toparme con todo su cuerpo al desnudo—, cualquiera puede entrar y encontrarte sin ropa.

—¿Qué querés Victorio? —preguntó con cierto hastío.

—¡Qué dejei de andar desnuda por todos lados! No puedo seguir así —confesé sin pensar.

—¿Me tenés miedo? —levantó el mentón provocadora y dejó de anudar la bata que se había echado encima.

—No —mentí—, no soy un maldito animal que no tiene autocontrol.

—Pero…

—No hay peros —Entonces —empezó a hablar acercándose peligrosamente a mí—, vas a poder considerar mi idea. —No pude responder, debí utilizar toda mi energía para no transformarme en el animal que acababa de describir—. Armemos un cuadro juntos, incluyendo a Gio. Algo que no demande demasiado exigencia para vos ¿No sería hermoso?

La ilusión brilló en sus ojos, el aroma exquisito de su aliento golpeó mis labios despertando la hombría entre mis piernas. Saberme envuelto en mi brillante traje pegado al cuerpo me hizo sentir inseguro y cometí el peor de los errores, miré hacia el sur de mi ser. Adria siguió mi mirada y dio con aquello que tanto me avergonzaba, que se mordiera el labio inferior y se apoyara en mi pecho, cortó las cadenas de la contención que tanto había deseado mantener bajo control. Como un enloquecido tigre en celo, le tiré mi cuerpo encima y agarrándola de la nuca devoré sus labios hambriento de todo su ser. Me desquició un poco más cuando en el momento en que la levanté, tomándola por las nalgas, para acomodarla sobre la mesa, abrió la piernas para facilitarme el acercamiento. Me encontraba medio tumbado sobre ella, mordiendo y lamiendo como un obseso, su cuello mientras sentía como me apretaba con ambas manos el trasero para refregarse contra mi sexo, cuando una dulce voz me recordó que no estábamos solo.

—¿Papi? —me nombró Giovana.

Lentamente fue soltandola, mientras pensaba cómo iba a explicarle a una niña de cinco años lo que acababa de presenciar. Adria se acomodó la bata y se bajó del tablón, con las mejillas encendidas.

—Amor —saludó a nuestra hija con voz temblorosa.

—Gio —hablé yo sin tener una mínima idea de qué podía decir—, mami y yo estábamos…

—Besándonos —concluyó Adria y los ojos acuosos de Giovana, brillaron con la misma ilusión que antes había visto en los de su madre.

Mi niña saltó de alegría y dando pequeños brincos nos abrazó a los dos. Antes de que las dos únicas neuronas que me funcionaban en ese momento se conectaran, ella ya corría en busca de su granny para contarle la buena noticia.

—Ahora sí vamos a recibir el premio a los padres del año —me lamenté.

—Le dije que nos estábamos besando porque me pareció que Gio pensó que me estabas haciendo daño —se justificó.

—También lo noté, parecía asustada.

—Perdón si no era lo que querías decirle.

—Era lo que estaba sucediendo —asintió de repente tímida—. A fin de cuentas, yo venía a preguntarte cómo te sientes por lo que sucedió con el desagradable que te gritó durante el show.

—Incómoda, sabés bien que no me gusta que se refieran a mi cuerpo con ningún adjetivo.

—Hay que concederle que tienen buen gusto —bromeé mientras acomodaba uno de los rulos que se le había escapado del tocado.

—Si lo decís vos, no tiene ninguna validez —pude notar como la tensión se apoderó de su cuerpo—, considerando tus gustos.

—La mayor parte de mi vida me hai gustado tú —respondí mientras ella se alejaba de mí en busca de sus pertenencias.




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