TIEMPO DESPUÉS…
Adria
Llevábamos meses viviendo juntos como una pareja. Victorio cada día se mostraba más relajado pero por las noches, se aferraba a mi cintura como si temiera no encontrarme por la mañana. Ese sentimiento que todavía anidaba en su pecho, era el peor de mis castigos. Recostada a su lado, me mortificaba por mis acciones del pasado ya que intentar entenderlas, me era imposible. Ni siquiera recordaba de dónde había sacado el valor para alejarme aquella fatídica mañana. Muchas horas invertidas en mi salud mental y la compañía leal de Lorenzo, me hicieron comprender que realmente me había ido por temor a arruinar la vida de mi pequeña Giovana. En ese momento, tenía la convicción de que la única manera en que la niña lograría ser feliz era al lado de Victorio. Giré el rostro para observarlo dormir, sonreí con la certeza en la mente; ese chico que me había enamorado tantos años atrás, había hecho todo bien. Supo amarme, aceptarme y entenderme, supo cuidarme y luego hizo lo mismo con nuestra pequeña. No puedo imaginar los miedos que atravesó al saberse solo con una bebé tan pequeña. Sin embargo, guiado por el amor que solo una persona tan pura puede sentir, volvió a hacerlo todo de nuevo. Y si conmigo lo había hecho bien, con Giovana se había lucido.
Nuestra hija era su obra maestra, tallada con amor, paciencia, entrega y la pizca exacta de libertad.
Me removí para sacar un pie fuera de la sábana, el calor empezaba a gobernar mi cuerpo. Por ese simple movimiento, Victorio me acercó más a su cuerpo, apoyando sus manos abiertas sobre mi vientre desnudo. Volví a sonreír emocionada, siendo consciente de que mi futuro esposo, sin saberlo aún, protegía como un león al pequeño ser que empezaba a gestarse dentro de mí. Planeaba contárselo al día siguiente, cuando acompañado de nuestra familia circense, João oficiara nuestra ceremonia de matrimonio. Me insté a respirar profundo y a calmar el calor que subía por mi piel, no tenía ninguna intención de hacer sentir inseguro al padre de mis hijos, ya demasiado había sufrido por mi ausencia.
Por la mañana, me despertó una alegre Giovana que traía “el desayuno para la novia” con una yerbera adornando la bandeja. Mis chicos, siempre pendientes de todos los detalles, me hacían muy feliz.
Junto a Margaret y a Delfina, nos vestimos para la ocasión. Giovana y yo, llevábamos el mismo vestido largo y sin mangas, de diferentes tonalidades y transparencias en el torso. Justo en la unión del escote, tres flores de tela lo adornaban. Margaret las había confeccionado, tan similares a las yerberas que adorábamos, que parecían naturales. Apenas nos habíamos sujetado los rulos con unos strass para evitar que, con el viento de la costa, nos taparan el rostro. Caminar detrás de Giovana, aferrada al brazo de mi padre, era por lejos, mucho más de lo que había soñado algún día.
A Alonso, lo había llamado el mismo día en que me enteré que estaba nuevamente embarazada, lloramos juntos mientras le confesaba toda la verdad. No dudó un segundo en tomar un vuelo privado y llegar hasta mí para conocer a su nieta. Giovana, digna hija de Victorio, lo recibió con los brazos abiertos, provocando carcajadas cuando remarcó que debía ser la niña que más abuelos tenía en el “mundo mundial”.
Victorio me esperaba bajo el arco de flores que Lorenzo había mandado a armar para los dos, emocionado hasta las lágrimas, no se avergonzaba de demostrar sus sentimientos. Caminé hasta él, recordando la primera frases que me había dicho la noche que compartimos en la habitación 727: “Parece que tu corazón andaba con ganas de conocer el mío”. Nunca le dije cuánto me habían impactado sus palabras en aquel momento, porque era exacto lo que yo estaba sintiendo.
Miré hacia Giovana y le entregué el ramo que llevaba en mi mano derecha, luego mirando a mi trapecista a los ojos, la apoyé en mi corazón y luego en mi vientre. Victorio lo comprendió de inmediato, me mostró su espléndida dentadura luciendo una amplia sonrisa nerviosa. Llegué hasta él, y besé su mejilla. Mi futuro esposo había quedado mudo.
—¿Estás segura? —preguntó João, qué ubicado unos pasos detrás de su amigo, había comprendido la muda conversación.
—¡Segurísima! —respondí con los ojos puestos en el amor de mi vida.
Victorio no pronunció una palabra, si no que me alzó en el aire y me hizo girar frente a todos los invitados que no entendían nada.
—¡Papi! —se quejó Giovana—. ¡Le arruinai el vestido!
Victorio se aseguró de que mis pies volvieran a tocar el piso y se volvió a nuestra pequeña.
—¡Ya! ¡Es que tu madre tiene la habilidad de darme las mejores noticias de mi vida!
—¿La amas? —quiso saber ella.
—Es la causante de cada latido de mi corazón —respondió besando galante la mano de su niña.
—¿Y vos mami? ¿Amas a papi?
—Desde el instante en que nuestros corazones se conocieron —hablé con sinceridad.
La íntima ceremonia duró lo necesario para hacernos llorar a todos los adultos. Giovana, en cambio, sonreía tanto que llegué a pensar que podía dislocarse la mandíbula. Bailamos, comimos y bebimos junto a nuestros seres queridos. Una vez que nuestra niña cayó rendida en la cama de su padrino, nos retiramos a pasar la noche de bodas en nuestra habitación especial, número 727. Mi marido no esperó a llegar a resguardo, me arrancó unos cuantos gemidos mientras el ascensor subía piso tras piso.