Capitulo 4| Un Banquete Amargo

━ «❤︎» ━

El aroma a pan recién horneado y especias flotaba en el aire cuando descendí las escaleras. El comedor principal estaba iluminado por la luz matutina, reflejándose en los candelabros dorados y las largas mesas de madera pulida.

Había varias personas sentadas, pero mi atención no se centró en ninguna de ellas. Caminé con paso firme hasta mi asiento, sin detenerme a buscar a nadie con la mirada.

Un sirviente colocó pan, frutas y un plato humeante frente a mí. Tomé los cubiertos y comencé a comer, sin prisa, sin apuro.

Entonces los murmullos comenzaron.

—Dicen que la tregua solo durará mientras el matrimonio se mantenga estable —murmuró un sirviente de cabello canoso.

—Qué desperdicio de una unión tan ventajosa —susurró otro.

—Apuesto a que no durarán ni un mes.

Seguí comiendo.

—Apostaría que ni siquiera han compartido lecho.

Tragué con calma.

No era nada que no esperara.

No me afectaba.

Pero sí me molestaba.

No porque me importara lo que dijeran sobre él y yo.

Sino porque hablaban como si todo esto no hubiera sido una carga impuesta sobre mis hombros. Como si yo fuera la única a quien juzgar.

Rodé los ojos y tomé otro sorbo de mi bebida, lista para seguir comiendo como si nada.

Pero entonces, una voz fría e imponente rompió el aire.

—¿Tan poco tienen que hacer que se entretienen con rumores sin sentido?

Algunos rieron por lo bajo, incómodos.

No alcé la vista.

No había necesidad.

Podía sentir la tensión en el aire.

Podía sentir su presencia, aún sin mirarlo.

Pero no me interesaba.

Dejé el cubierto con delicadeza y limpié mis labios con la servilleta.

Luego, en el mismo tono sereno, pero firme, hablé.

—Si tienen tanto interés en nuestra vida conyugal, ¿por qué no dedican su tiempo a leer cuentos de romance en lugar de comportarse como chismosos de mercado?

El silencio fue inmediato.

Las miradas que antes estaban sobre mí se desviaron al suelo, incómodas.

Volví a tomar mi tenedor y seguí comiendo.

No miré a nadie.

No esperé ninguna reacción.

No me importaba.

Dejé mi plato a la mitad y me levanté con elegancia, saliendo del comedor sin apuro.

No tenía interés en seguir escuchando.

Y mucho menos en quedarme cerca de él.

Él podía hacer lo que quisiera.

Yo haría lo mismo.