Atrapados Entre Filo y Fuego

Capítulo 7| Ojos Del Pasado

━ «❤︎» ━

El día había sido agotador.

Reuniones, estrategias, documentos…

La carga de ser emperador no era algo que cualquiera pudiera soportar.

Mis ojos ardían por el cansancio y mi visión se volvía borrosa de vez en cuando. No había descansado lo suficiente, pero eso no importaba. El imperio no se manejaba solo.

Con un suspiro, caminé por el pasillo sin prestar atención a mi entorno. Solo quería llegar a mis aposentos, deshacerme de esta pesada capa y cerrar los ojos, aunque fuera por un momento.

Entonces, ocurrió.

Un impacto repentino.

El suelo desapareció bajo mis pies y, antes de darme cuenta, mi espalda chocó contra el mármol frío del pasillo.

El golpe me hizo gruñir.

Sentí otro peso sobre mí.

Alguien más había caído.

Una suave exhalación de dolor llegó a mis oídos.

Abrí los ojos.

Y la vi.

La emperatriz.

Su largo cabello caía sobre sus hombros, enmarcando su rostro con suavidad. Sus labios estaban ligeramente entreabiertos, como si tratara de recuperar el aliento después del golpe.

Pero no era eso lo que me hizo quedarme en silencio.

Fueron sus ojos.

Por primera vez, los vi de cerca.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

No la había mirado en la boda.

No me importaba.

Este matrimonio no era más que una unión política, un arreglo sin significado.

Pero ahora, en este instante, me sentí diferente.

Esos ojos…

Eran los mismos que había intentado olvidar.

Los mismos que pertenecieron a la única mujer a la que alguna vez amé.

Los ojos de mi madre.

La mujer más amable, la más hermosa.

La que el destino me arrebató demasiado pronto.

Un vacío familiar se formó en mi pecho.

¿Por qué ella?

¿Por qué esta mujer tenía esos mismos ojos?

Mi mandíbula se tensó.

No podía permitirme pensar en esto.

Parpadeé, rompiendo el trance.

Y ella, como si también hubiera despertado de algún pensamiento, apartó la mirada.

Se movió con torpeza para incorporarse, con una sonrisa falsa en el rostro.

—Mis disculpas, Su Majestad.

Su voz era educada, pero vacía.

Se puso de pie y me ofreció su mano con amabilidad fingida.

Como si realmente le importara.

Apreté los dientes.

Hice una mueca de disgusto y aparté la vista, levantándome por mi cuenta sin aceptar su ayuda.

El pasillo quedó en silencio por un instante.

Pero entonces, comenzaron los murmullos.

—¿Viste eso?

—Ella no debería casarse con nuestro señor…

—Qué vergüenza…

—Da asco.

Fruncí el ceño.

Las sirvientas hablaban sin ningún tipo de recato.

Siempre había sido así. Mujeres obsesionadas con la idea de que yo era algo más que un emperador.

Esperaba que la emperatriz hiciera lo que cualquier otra mujer en su posición haría.

Que bajara la cabeza.

Que ignorara los comentarios.

Que se marchara en silencio, sin hacer una escena.

Pero no lo hizo.

En su lugar, giró sobre sus talones y se acercó a ellas con pasos firmes.

—¿Repetirías lo que dijiste? —preguntó, con calma.

Las sirvientas intercambiaron miradas, inseguras.

Pero una de ellas, más atrevida, alzó la barbilla con descaro.

—No sé de qué habla, Su Majestad.

—Oh, yo creo que sí.

—Nosotras solo…

—Solo estaban faltándome el respeto en mi propia casa —su tono seguía siendo sereno, pero tenía un filo peligroso.

La sirvienta frunció el ceño, sin amedrentarse.

—Usted debería agradecer que Su Majestad la aceptó como esposa.

El sonido de la bofetada resonó en el pasillo.

La sirvienta se llevó la mano al rostro, con los ojos abiertos por la sorpresa.

—Si vuelves a hablarme de esa manera, no serán solo palabras las que perderás —su voz no tembló ni un segundo.

Silencio.

El pasillo quedó envuelto en un aire tenso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.