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El murmullo del banquete aún se esparcía por el gran salón, mezclándose con las risas y el tintineo de copas que chocaban entre sí. Elyria giraba la suya entre los dedos, observando el reflejo carmesí del vino a la luz de las lámparas doradas. No lo disfrutaba.
Su mente estaba demasiado ocupada en los recuerdos de lo ocurrido hace un rato.
Kieran… ¿qué demonios fue todo eso?
Se suponía que su matrimonio era solo un contrato. Él mismo lo dejó claro desde el principio. No tenía interés en ella, no le importaba, no la veía como algo más que un acuerdo político. Y sin embargo, la miró con celos.
O al menos, eso parecía.
Elyria suspiró y terminó su copa de un solo trago. No tenía sentido seguir analizando sus acciones. Kieran siempre fue así. Un hombre que mostraba una cosa y sentía otra completamente diferente.
Las horas pasaron, y cuando la bienvenida llegó a su fin, Elyria salió en silencio por uno de los pasillos laterales. Necesitaba aire.
El jardín nocturno la recibió con una brisa fría y el suave aroma de las rosas. Sus tacones se hundieron un poco en la hierba húmeda mientras avanzaba sin un rumbo fijo.
Finalmente, se dejó caer sobre el césped, con la mirada perdida en la luna.
Brillante. Solitaria. Distante.
Muy parecida a él.
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Kieran cruzó los pasillos del palacio con pasos firmes y apresurados.
Cuando terminó el banquete, asumió que Elyria habría regresado a su habitación. Sin embargo, al llegar, lo único que encontró fue un espacio vacío.
No entendía por qué le molestaba tanto. No tenía derecho a sentirse irritado, ni siquiera preocupado. Pero lo estaba.
Su mirada se oscureció.
¿Por qué demonios la estaba buscando?
Maldijo entre dientes y pasó una mano por su cabello en un intento frustrado de aclarar sus pensamientos.
Porque su ausencia te pesa.
Ignoró esa voz en su cabeza y siguió caminando. Sabía dónde encontrarla.
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No fue difícil dar con Elyria.
Allí estaba, sentada en el césped, con la mirada fija en la luna. Su vestido se deslizaba sobre la hierba, y la brisa nocturna jugaba con sus cabello plateado, haciéndolos danzar suavemente bajo la luz de la luna.
Por un instante, Kieran solo la observó.
Algo en su pecho se apretó.
No deberías sentir esto.
Intentó convencerse a sí mismo, pero no funcionó.
Finalmente, respiró hondo y caminó hacia ella.
—Elyria.
Ella giró lentamente el rostro. Sus ojos color miel se clavaron en los de él, pero no dijo nada. No lo echó. No lo ignoró. Solo esperó.
Kieran sintió que su garganta se cerraba por un momento. Nunca había sido bueno con las palabras. No sabía cómo disculparse. Pero sentía que debía explicarse.
—Sobre lo que pasó en el banquete… —empezó, pero su voz se apagó a la mitad.
Elyria ladeó el rostro.
—Si viniste a decirme que fue un error, no te molestes. Ya lo sé —su tono era frío, pero no distante.
Kieran sintió un pinchazo en el pecho. No quería que lo viera así, como alguien inconstante. Como alguien que no sabía lo que quería.
Guardó silencio por un instante. Luego, con la mirada baja, dijo en voz baja:
—No… no fue un error.
Elyria parpadeó, sorprendida.
Él evitó su mirada. Se pasó una mano por la nuca y suspiró pesadamente.
—No espero que entiendas… pero hay cosas que… no sé cómo cambiar.
Ella frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
Kieran tragó saliva. Hablar de esto era difícil.
Quería confiar en ella. Pero al mismo tiempo, su mente le gritaba que no lo hiciera.
Miró la luna, como si buscara en ella las palabras adecuadas.
—Desde que era niño… siempre me dijeron que las mujeres eran peligrosas. Que solo buscan poder, riquezas, que si bajas la guardia, te lo arrebatarán todo.
Elyria abrió los ojos con incredulidad.
—¿Quién te dijo eso?
Kieran sintió un nudo en la garganta. Su piel se erizó con un recuerdo que intentaba enterrar, pero que siempre encontraba la forma de salir.
—Alguien que estuvo conmigo durante mucho tiempo —susurró, con la mandíbula tensa—. Me manipuló. Me hizo creer cosas que ahora… no sé cómo dejar atrás.
Hizo una pausa y soltó una risa amarga.
—Por eso no quería este matrimonio. Pensé que serías como ella.
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Editado: 26.02.2025