Rashid dejó su taza con un movimiento pausado, satisfecho como si hubiera ganado una pequeña batalla.
—Bien, creo que con esto hemos tenido suficiente tensión para una mañana —comentó con una sonrisa encantadora—. Elyria, cuando termines, estaré esperando para nuestro paseo.
Kieran soltó un resoplido y cruzó los brazos.
—¿Nuestro paseo?
—Sí, Kieran, un paseo —Rashid respondió con naturalidad, como si estuviera hablando del clima—. ¿O acaso hay alguna regla en este castillo que impida a los invitados disfrutar de la belleza del reino con tan agradable compañía?
Elyria sintió cómo la temperatura en la habitación bajaba unos grados.
Kieran clavó la mirada en Rashid con evidente irritación, pero no dijo nada.
Elyria, en cambio, intentó mantener la compostura mientras terminaba su desayuno.
—Será un simple paseo, Kieran —dijo con voz tranquila—. No voy a vender el castillo ni a provocar una guerra.
Rashid sonrió divertido ante su respuesta, pero Kieran no pareció aliviado en lo más mínimo.
Finalmente, Kieran se levantó de la mesa, con la mandíbula tensa.
—Haz lo que quieras —dijo antes de salir de la habitación.
Rashid lo siguió con la mirada hasta que desapareció, luego sonrió y miró a Elyria.
—Qué hombre tan encantador.
Elyria le lanzó una mirada exasperada.
—Disfrutas demasiado provocarlo.
—No es mi culpa que sea tan fácil hacerlo —respondió Rashid, alzando las manos en un gesto inocente—. Pero no hablemos de él. Terminemos con el desayuno y salgamos a ver qué tesoros esconde este reino.
Elyria suspiró, preguntándose en qué clase de problema se estaba metiendo.
Pero una cosa era segura: no podía perder esta oportunidad.
Si quería asegurar el trato del petróleo, tendría que jugar bien sus cartas.
Y, conociendo a Rashid, eso significaba que debía estar preparada para cualquier cosa.
──── «❤︎» ────
Elyria caminaba junto a Rashid por los pasillos del castillo, sintiendo el peso de la situación sobre sus hombros. No era solo un paseo, era una partida de ajedrez donde cada palabra y gesto podía inclinar la balanza a su favor… o en su contra.
Rashid, por su parte, parecía ajeno a cualquier tensión. Se movía con su característico aire despreocupado, saludando con cortesía a los sirvientes y observando los detalles arquitectónicos como si realmente estuviera interesado.
—Tengo que admitirlo, este castillo tiene su encanto —comentó, metiendo las manos en los bolsillos de su túnica—. Aunque el ambiente es un poco… sombrío.
Elyria alzó una ceja.
—¿Sombrío?
—Sí, quizá porque su dueño tiene la personalidad de un témpano de hielo —dijo Rashid con un deje de burla—. Pero no te preocupes, querida Elyria, yo estoy aquí para traer algo de calidez.
Ella soltó un suspiro.
—Rashid, si sigues hablando así, la gente va a pensar que tienes intenciones ocultas.
Él se detuvo y la miró con fingida sorpresa.
—¿Y si las tengo?
Elyria sintió su corazón saltarse un latido, pero se recuperó rápidamente.
—Si las tienes, entonces más vale que sean beneficiosas para todos —respondió con una sonrisa afilada.
Rashid la observó por un instante antes de soltar una risa suave.
—Eres astuta. Me gusta eso.
Siguieron caminando hasta salir al patio del castillo, donde un elegante carruaje negro los esperaba. Los caballos resoplaban impacientes mientras los escoltas terminaban de asegurar todo para la salida. Rashid chasqueó la lengua con aprobación.
—¿Un paseo en carruaje? Vaya, esperaba algo más… ¿aventurero?
Elyria subió con gracia al interior y lo miró desde la puerta con una sonrisa ladina.
—Si crees que el viaje será aburrido, entonces no entiendes cómo se hacen los negocios.
Rashid arqueó una ceja, divertido, antes de tomar su mano para subir.
—Empiezo a pensar que la verdadera negociadora aquí no es Kieran, sino tú.
—Ahora lo entiendes.
Con un ligero movimiento de las riendas, el cochero puso en marcha el carruaje, llevándolos directo al corazón del pueblo.
El suave traqueteo del carruaje acompañaba el murmullo de la ciudad a lo lejos. Elyria observaba por la ventanilla, su sombrero de ala ancha protegiéndola del sol mientras el viento mecía los lazos de su vestido rosa claro. Aunque elegante, su atuendo era lo suficientemente cómodo para moverse con facilidad.
A su lado, Rashid se acomodó con una sonrisa perezosa, observándola con la barbilla apoyada en su mano.
—No pareces alguien que disfrute quedarse encerrada en un castillo —comentó con interés.
Elyria le lanzó una mirada de reojo.
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Editado: 26.02.2025