Omnisciente
Múnich…
Su cabeza quería estallar, acababa de salir del quirófano. Nueve horas seguidas con el rostro pegado al microscopio, el bisturí en mano y el destino de un hombre colgando del hilo fino entre la vida y la muerte. Su espalda crujía a cada paso, y sus dedos, aunque firmes, pedían descanso.
Axl se encaminaba hacia su consultorio, sin detenerse, mientras negaba en silencio y con creciente fastidio.
—No soy pediatra. Si quieres sumar puntos con la madre, búscate otro idiota que siga tus juegos. No seré tu cupido —respondió con evidente molestia, sujetando su teléfono entre su rostro y su hombro, mientras pasaba las páginas de uno de los reportes.
—Pero sí, doctor, de los mejores. Solo tiene algunos síntomas, le recetás antibióticos o analgésicos, lo que sea necesario para que se mejore —Dewar rogó con desesperación, se encontraba suplicando.
—Estoy agotado. Acabo de pasar nueve horas con medio cerebro abierto entre las manos. Quiero una ducha, una cama y silencio. Nada de mocos, ni madres solteras. Me largo —sentenció, seco, tajante.
Axl se encontraba exhausto. Tenía los párpados pesados, los músculos rígidos y un leve zumbido punzante detrás de la frente. Su última cirugía había sido un éxito, pero lo había dejado drenado, mental, física y emocionalmente.
Lo que menos necesitaba era lidiar con una mocosa resfriada y una madre que posiblemente fuera coqueta.
Tenía un solo objetivo: llegar a su consultorio, cambiarse y desaparecer del mapa. Pero el universo —y Dewar— tenían otros planes.
Axl abrió la puerta y la cerró, dio un par de pasos y, para su sorpresa y desgracia, su silla se dio vuelta, dejándole ver a una niña rubia, de ojos azules y rostro aparentemente angelical que no hizo más que observarlo con curiosidad. Para él había algo en ella que le resultaba familiar y a ella le sucedía lo mismo, pero ninguno descubría qué, y antes de que buscaran una razón, Dewar interrumpió.
—Muy tarde, trátala bien que ya encontré una niñera… —La llamada finalizó.
—Imbé… —se detuvo, decidió reservarse el insulto, la pequeña aún lo miraba con curiosidad—. ¿Dónde está tu madre? —cuestionó con impaciencia.
—En una llamada, dijo que regresará en cinco minutos y ya van diez. Por otro lado, tú llegas tarde y no me gusta esperar —dijo, cruzándose de brazos y frunciendo su ceño. Si Axl era impaciente, ella más.
Axl blanqueó sus ojos, no ocultó lo irritado que se encontraba por el hecho de que la voz de la pequeña reflejaba lo resfriada que se encontraba, su nariz estaba roja y sus ojos humedecidos, dos signos más, pese a ello, no era considerado una urgencia. Nada que ameritara su tiempo.
—¿Cómo te llamas? —averiguó caminando hasta su escritorio.
—¿Así de doctor eres que no te sabes el nombre de tu paciente? ¿Qué sigue? ¿Cortarme una pierna por equivocación? —dijo con una expresión de horror en su rostro: sus ojos se volvieron saltones.
Axl no pudo retener sus risas, soltó una leve carcajada por las locuras de la pequeña. Negó antes de girarse y volver a fijar sus ojos en ella, peor, en la foto de su escritorio, pensó que se encontraba en un sueño, uno demasiado extraño: la niña se parecía a su madre. Era una versión de siete u ocho años de su madre, lo que significaba que poseía un gran parecido con él: necesitaba observarse en un espejo.
—Ya vuelvo —dijo, se sintió extraño.
Regresó sus pasos y fue directo a la puerta con la intención de buscar a la mujer con la que Dewar saldría esa noche, sin embargo, en el instante en que se aproximó, la puerta fue abierta y recibió un fuerte golpe en el rostro. La sensación de dolor se expandió y sus facciones se contrajeron en una mueca involuntaria. Llevó una mano a su nariz, sorprendido, mientras daba un par de pasos hacia atrás tambaleándose.
—¡Ay, santo cielo! —exclamó una voz femenina, alarmada—. ¡No te vi venir!
Axl levantó la vista, aún sobándose, y se encontró con una mujer de cabello castaño, ojos verdes grandes y cejas arqueadas, tan sorprendida como él. Llevaba un vestido rojo y un aire de urgencia que la hacía parecer más peligrosa que la puerta misma.
—Jade… —murmuró para sí mismo, pero la pequeña lo escuchó.
—¡Ay no! Es él —pronunció la diminuta rubia con marcada voz nasal, antes de estornudar.
Axl la miró con algo más que horror y confusión en su rostro, mismo que la niña no se esforzaba en ocultar: ambos lo habían descubierto.
—Mami, estoy bien, vámo…nos —volvió a estornudar, dejando en evidencia su mentira.
—No, cariño —respondió de inmediato, dando un par de pasos hacia Axl—. ¿Estás bien? —preguntó, con genuina preocupación, aunque sin dejar de sostener firmemente su bolso.
Se detuvo e igualó su altura, acercó la mano al rostro de Axl y con vergüenza sonrió antes de ofrecer una disculpa.
—Lo siento, ¿estás bien? —repitió su pregunta.
Axl negó, pero luego asintió, pues no podía creer que luego de tantos años volvieran a encontrarse; ¿el problema? Ella no sabía quién era y, de enterarse, quedaba claro que lo odiaría. Por lo que se empeñó en creer que en definitiva estaba soñando.