Omnisciente
Múnich,
—Jade… —pronunció una vez más, creyendo que soñaba.
—Santo cielo, no soy doctora, pero creo que tienes una contusión —acotó ella, pues no hacía más que decir su nombre, parecía un disco rayado.
—Es un tonto y está averiado, mami, mira —dijo Zaira acercándose y, sin siquiera preocuparse, haciendo de su mano una pequeña bolita, le dio un golpe en la cabeza.
—¡Demonios! —maldijo Axl, dejando su espasmo de lado y llevando ambas manos a donde se había trasladado el dolor.
—¡Zaira! —Su madre elevó la voz.
—Mira, se desbloqueó. A veces hay que darle un golpe a las máquinas que funcionan mal —aseguró, pero lo que de verdad deseaba era dejarlo inconsciente y huir—. Necesita otro, creo que aún está fallando.
Intentó volver a asestar un golpe, pero Axl sostuvo su mano; sin embargo, la pequeña fue insistente: con su otra mano impactó y aprovechó sus pies para darle un pisotón.
—¡Maldición! —Axl se lamentó de inmediato. Se sintió en el infierno por el impacto en su cabeza y, por si fuera poco, aquella criatura malévola, por alguna razón, deseaba mandarlo a mejor vida.
—¡Zaira, basta! —exigió Jade apartándola de la escena que por poco se volvía un crimen—. Lo siento, no es así de mal portada —habló con la intención de disculparse, pero la pequeña soltó un ladrido.
Axl la observó y, con cada segundo, la duda se disipaba: en definitiva era su hija, pues cuando algo no le gustaba, él de alguna u otra forma lo expresaba y la niña hacía lo mismo.
—Quieta —ordenó Jade alejándose de ella—. Lo lamento, discúlpame —insistió.
—Los niños son así, ¿no? —cuestionó, visiblemente aterrado con la actitud del demonio que posiblemente tenía por hija.
—La verdad, nunca se comporta así, debe ser que está irritada con la congestión —justificó Jade.
—No estoy enferma, esto… y bien… —Zaira estornudó en distintas ocasiones, tanto que las flemas brotaron por sus fosas nasales.
Entre tanto, Axl calmaba cada uno de sus dolores, sin apartar la vista de la criatura a la que le retiraban las flemas con un paño húmedo. En el instante en el que Jade finalizó, se acercó a él y le extendió su mano para ayudarlo a ponerse en pie, acto que llevó a su mente imágenes de ocho años atrás, cuando se encontraron envueltos en una situación similar: le rompió la nariz con una puerta.
—Si te digo que ya hice esto hace algunos años, ¿me creerías? —preguntó ella, observándolo con curiosidad—. ¿Te conozco? —averiguó y Axl negó.
—No, no creo que nos conozcamos y no cabe duda de que eres letal, ¡ouch! —señaló su rostro y se quejó; logró hacerla reír, en cambio Zaira, colocaba ambas manos en su rostro y, sintiendo vergüenza, las bajaba lentamente, deformándolo.
—¡Ay, no! De verdad que soy un desastre —expresó con nerviosismo, pues estaban demasiado cerca el uno del otro—. También pienso que necesitaré otro médico para el doctor —se rio un poco y Axl la acompañó.
—No te preocupes, estoy bien —decidió restarle importancia a pesar del dolor.
—Si no me detienen, no lo estarías —intervino Zaira, con denotada molestia en su voz.
—¿Tienes hijos? —averiguó Jade y Axl asintió observando a la mini copia, pero luego se retractó, deseando que solo se tratara de una simple coincidencia—. ¿Sí o no?
—No —dio una respuesta corta y rápida.
Zaira debía ser la hija perdida de su hermana, tal vez de su hermano. Aún se negaba a que ese ser humano pequeño proviniera de él.
—Te aconsejo que no los tengas, son lindos hasta cierta edad, luego se vuelven unos monstruos exigentes —volvió a bromear y la pequeña soltó un pequeño jadeo como resultado de su indignación.
—Creo que…
—Escuché quejidos, ¿sucede algo? —interrumpió la enfermera que apareció de repente.
—¿Tienes grilletes o esposas? Las necesito para ella o no saldré vivo de aquí —señaló en dirección a su pequeña copia y todos, excepto ella, rieron.
Lo que Axl no contemplaba era que la pequeña ya planeaba su deceso, puesto que ya contaba con un padre y deseaba reconciliarlo con su madre. Así que ni él, mucho menos Dewar, intervendrían.
—Es tierna —dijo la enfermera.
—Lo dices porque no viste cómo por poco se convierte en una criminal —respondió Axl y Jade quiso retener sus risas, puesto que su hija la observaba con ojos achicados.
—Quiero irme a casa, mami —habló con voz un tanto deteriorada.
—Estás enferma y querías venir al doctor, aquí estamos y no nos iremos hasta que recibas un medicamento que te permita descansar.
Zaira creyó que al convencer a su madre de llevarla a un centro médico, impediría que saliera en la noche, ya que quien la atendiera, debería recomendarle a su madre quedarse junto a ella y cuidarla toda la noche, no que se encontraría con el hombre del que solo sus abuelos alguna vez le hablaron.
—Entonces, como todo está bien, me voy —dijo la enfermera.
—No te marches, no puedo escribir —Axl enseñó su mano, sus dedos estaban rojos—. Necesito algo de ayuda.