Omnisciente
Restaurante Zum Blauen Löwen…
—Tengo muchas preguntas —añadió Zaira después de comer una cucharada de su postre favorito.
—Te escuchamos, princesa —Friedrich la animó a hablar.
—¿Quién es mejor papá, Axl o mi papá? —cuestionó, y tanto Friedrich como Klara fruncieron el ceño.
—¿Por qué la duda, cariño? —preguntó Klara.
—Primero, ¿están seguros de que de verdad es mi papá? —soltó con la esperanza de que dudaran de sus afirmaciones, pero no fue así—. Es que es muy torpe; es lindo, pero yo más —sonrió, batiendo sus pestañas.
—Así se conoció con tu mamá ocho años atrás —aseguró.
Friedrich no estaba informado de que la historia de Axl y su hija había iniciado mucho tiempo antes, justo cuando estaban en la escuela. Él solo conocía el choque el día de aquel compromiso que no se efectuó, pues estuvo presente cuando sucedió.
—Eso solo confirma que es torpe —dijo ella en medio de un bufido.
—También es terco, inteligente, sabelotodo y cree tener la razón en todo momento: es muy difícil que logren hacerle cambiar de opinión —aseguró Klara.
Los ojos de Zaira se abrieron de par en par.
—¿Hablan de mí o de él? —aceptó que ella era así.
—No te olvides de que es malgeniado —añadió Friedrich.
—Mientes —afirmó Zaira, aún recordando la actitud de ambos tres días atrás en el consultorio.
Todos rieron, excepto ella, puesto que entendía que su abuelo tenía razón, y eso no le gustaba. Odiaba equivocarse y, para su desgracia, su verdadero padre también.
—¿Le dirán a mamá lo de Axl? ¿Que es mi papá? —preguntó, llenándose de valor, pero en realidad tenía miedo.
—No, princesa, no podemos intervenir…
Johann-Bernhardt Universitätsklinikum…
—Revisión de exámenes y, por último, la clase del doctor Vogel —respondió su asistente.
—¿Clase? —cuestionó Axl, un poco disgustado; no tenía conocimiento de ello.
—Está enfermo y la junta te designó para cubrirlo. Solo supervisarás un examen, nada más —explicó Adelaide.
Axl llenó sus pulmones de aire, el suficiente para tranquilizarse y no estallar. No debía desafiar a la junta médica, mucho menos a la de la universidad. Tampoco podía parecer un hombre caprichoso, ya que el foco siempre estaba sobre él, y estresarse previo a una cirugía no era lo indicado. Además, ya tenía suficiente con Zaira y Jade, que ocupaban gran parte de sus pensamientos.
—No quiero más sorpresas —añadió con molestia mezclada con resignación.
—No te estreses, el tiempo es de noventa a ciento veinte minutos; en ese lapso, aprovecha y culmina la calificación de tu clase y luego te marchas, ya que te necesitamos fresco, sin presiones para mañana —recordó Adelaide—. Demonios, se me olvidaba que debes reunirte a las cuatro con el equipo quirúrgico que te acompañará.
La cirugía era de gran importancia: debía separar a dos gemelos craneópagos totales. Llevaban más de seis meses preparando ese momento, así que todo debía ser perfecto, ya que cualquier error podría arriesgar la vida de uno o de ambos gemelos.
—Gracias —dijo tomando un rumbo distinto.
Axl caminó hacia su consultorio, puesto que debía almorzar antes de siquiera acercarse al aula y necesitaba su billetera junto al portafolio, pues, aunque el hospital era universitario, el ala estudiantil quedaba muy alejada de donde él se encontraba.
Al ingresar, con afán, comenzó a tomar sus cosas, sin percatarse de nada a su alrededor. De repente, su corazón dio un vuelco cuando la silla frente a su escritorio giró lentamente y la escuchó hablar.
—Hola, Axl —saludó Zaira con una enorme sonrisa en su rostro, tras ver el efecto que lograba en su creador.
—¿Qué haces aquí? —demostró su confusión.
—¿Esa es tu forma de saludar a la hija que días atrás descubriste que tienes? —preguntó seria, muy disgustada.
—Lo siento, prince… Zaira —se disculpó y corrigió gracias a la mirada de ella sobre él.
—No me convences —fue directa.
—Lo lamento, Zaira —repitió—, pero para ser sincero contigo, es la primera vez en mucho tiempo que no sé qué hacer —reveló, y Zaira, sin quererlo, reemplazó la mueca en su rostro por una leve sonrisa.
Axl tomó asiento frente a ella, donde normalmente se sentarían sus pacientes, y la observó a detalle. Suspiró sin motivo aparente, pero en realidad, comenzaba a redefinir su significado e imagen de perfección, pues esa pequeña de ceño fruncido y brazos cruzados, con ojos azules y mejillas coloreadas, era lo más hermoso y perfecto que había visto en toda su vida.
—¿Con quién viniste, princesa? —preguntó, y ella puso sus ojos en blanco.
—Mi abuelo y mi abuela me trajeron porque quiero decirte que nadie te dio permiso para que mi mamá se quedara en tu casa.
Se mostró aún más molesta y lo señaló.