Omnisciente
Quirófano principal, Johann-Bernhardt Universitätsklinikum – 03:27.
Las luces del quirófano brillaban intensamente, mientras un tenso silencio se apoderaba del lugar; todos contenían el aliento, conscientes de que cualquier error podría ser fatal. Axl ejecutaba los últimos pasos de una de las cirugías más complejas de su carrera: la separación de los vasos sanguíneos compartidos por los gemelos había sido un éxito. Solo restaba sellar, verificar la correcta circulación de oxígeno en el cerebro y cerrar.
—Hemostasia completa —anunció sin elevar el volumen de la voz.
—Ambos flujos cerebrales estables —confirmó el doctor Lukas Neumann, situado al otro lado del campo quirúrgico, centrado en el gemelo A.
Justo entonces, un pitido diferente cortó el ambiente. El monitor de flujo cerebral del gemelo B descendía rápidamente.
Axl se tensó.
—Tenemos una caída de oxígeno en el hemisferio derecho. Lukas, ¿venoso o arterial?
—Revisando… el injerto venoso que conectamos al seno transverso está perdiendo presión. Puede ser un colapso de retorno.
—¿Tiempo?
—Sesenta segundos antes de daño cortical.
Axl no dudó.
—Aumenta el flujo intravenoso. Yo estabilizaré desde aquí.
Moviéndose con destreza quirúrgica, Axl se inclinó sobre la zona comprometida. Con una mano reposicionó la derivación; con la otra, suturó un microvaso que había cedido. La sala se sumergió en un silencio absoluto.
—Flujo recuperado —dijo el anestesista, observando los niveles.
—Presión cerebral estabilizada —añadió Lukas.
Axl exhaló apenas.
—Ahora sí… separación completada.
Se incorporó ligeramente y levantó la vista hacia el ventanal superior del quirófano. El cristal transparente permitía ver con claridad la sala de observación.
Allí estaban: el comité médico del hospital, representantes de la universidad, colegas conectados por videoconferencia desde Zúrich, Seúl y Nueva York, y, entre todos, para su sorpresa, sentada cerca de una esquina, Jade, con los ojos brillantes, sin parpadear desde hacía varios minutos.
Axl los miró directamente. Entonces, con naturalidad y sin romper la compostura, levantó ambos pulgares en señal de éxito.
—Houston… separación completada.
El quirófano no explotó en aplausos, pero se llenó de sonrisas detrás de las mascarillas, dado que uno de los momentos de mayor tensión había finalizado. Una enfermera soltó una risita ahogada. El anestesista murmuró entre dientes:
—El cielo bendiga a los astronautas con bisturí.
Axl asintió con una media sonrisa y se volvió hacia el equipo de cirugía plástica y reconstructiva, que ya estaba listo al margen del campo.
—La pista está despejada. Todo suyo.
Con precisión, comenzó el relevo. El equipo reconstructivo entró sin demoras. Axl retrocedió con cuidado hasta salir del campo estéril, cruzando la línea delimitada al borde del quirófano. Solo entonces, ya en la zona no estéril, comenzó a quitarse el equipo quirúrgico: primero los guantes, luego la bata, y por último la mascarilla y el gorro.
Desde la puerta lateral del quirófano, se volvió una vez más para observar a los gemelos. Estaban dormidos y en camillas separadas. Dos cuerpos. Dos cerebros. Dos futuros.
—Bienvenidos a sus propias vidas —murmuró.
Y salió en silencio.
Axl se dirigió a las duchas. Al estar allí, dejó que el agua cayera y, al sentirse en completa soledad, por fin liberó toda la emoción que había estado reteniendo.
—¡Demonios, sí! —gritó mientras su corazón latía con fuerza, las lágrimas se camuflaban entre el agua que descendía por su rostro y su cuerpo se sacudía a causa de la felicidad.
Por más distante que tratara de ser, salvar o perder pacientes lo afectaba demasiado, más aún cuando se trataba de niños, pequeños con un futuro por delante y unos padres que no perdían la esperanza hasta el último segundo. Y luego de descubrir a Zaira, todo cambiaba, puesto que, al igual que él no soportaría perderla, entendía cómo se sentían los padres en ese momento y lo odiaba; sin embargo, la satisfacción de ese corto instante, lo era todo.
Axl terminó de ducharse y volvió a usar uno de sus uniformes, junto a su bata. Abandonó el lugar y no perdió el tiempo para ir a la sala de espera y encontrarse con los padres de los gemelos, quienes de inmediato dieron un brinco para ponerse en pie y caminar directo hacia él, con rostros atormentados, pero del mismo modo, esperanzados. Sin embargo, la sonrisa de Axl fue suficiente para que ambos terminaran envueltos en lágrimas, abrazándose el uno al otro en el suelo, pues sus piernas fallaron al sentir el alivio recorrerlos.
—Hola —saludó al cruzarse por su lado y, pese a la humedad en su rostro, sonrió—. ¿Me das un momento? —pidió Axl.
Jade asintió.
Axl continuó, caminó hasta donde se encontraban los padres y se puso de cuclillas y, luego de un enorme suspiro, habló.