Atrápanos si puedes

CAPÍTULO X

Omnisciente

Casa de Axl…

—¡Despierta, bella durmiente! —dijo Everett, apartando las persianas.

La luz del día traspasó el cristal y, rápidamente, la incomodidad y el enojo de Axl volvieron un poco denso el ambiente del lugar.

—¡Lárgate! —bramó, dándose vuelta e impidiendo que la luz chocara con sus ojos.

Como todo hermano mayor al que le causaba placer y gracia llevarle la contraria a su hermanito, Everett se lanzó desde la distancia hacia la cama, logrando aumentar su molestia al provocar que esta se moviera junto a él.

—¡De pie, mocoso! —repitió las mismas palabras de cuando solo eran unos jóvenes y su madre lo enviaba a despertar a Axl por la mañana cada vez que llegaba después de medianoche a casa.

«Por esto me mudé», pensó para sí mismo en medio de la insistencia de su hermano.

—Levántate y cuéntame lo de la hermosa Jade, ¿cómo que hicieron historia y hay una niña? ¿Es como tú? ¿Tendré una aliada para hacerte la vida a cuadros? —averiguó entusiasmado.

—No te interesa —fue cortante, y Everett rio.

Axl bufó, ya que la única al tanto de la situación era su hermana y, por lo visto, aún le contaba cosas a Everett que finalmente era tan hablador que sus padres terminaban enterándose, y él aún no tenía la menor idea de cómo sería su presente, menos a futuro, sabiendo que Jade aún no se divorciaba y, por lo visto, la posibilidad de regresar con su esposo aún existía. Si eso sucedía, Zaira, ella también se iría. La pequeña tenía una vida en Francia y él no era parte.

—Solo habla —exigió Everett.

—Vete —replicó Axl, ocultando la leve sonrisa que, pese a las circunstancias, sentía necesaria.

—¿Cómo es? —cuestionó sin rendirse, pues no era una opción.

Axl suspiró y se dio vuelta, lo observó.

—Rubia, hermosa, tiene siete años y tres meses y es idéntica a mamá.

Everett sonrió de par en par.

—Eso significa que es igual a ti —afirmó.

Axl se limitó a asentir.

—¿Qué se siente? —averiguó, pues él y su esposa llevaban años buscando un bebé.

—Una locura, no hay palabras para describirlo —respondió.

Se sentía extraño, feliz, pero al mismo tiempo molesto por los padres de Jade y confuso, pues no tenía la menor idea de cómo decírselo a la castaña sin que enfureciera y lo mandara al diablo.

—¡Felicidades, mocoso! Quiero conocerla —dijo animado.

—Tenemos una cita —reveló entre risas, recordando el nerviosismo de Zaira cuando besó su mejilla.

—Me apunto —Everett se incluyó en la invitación.

—No, solo seremos ella y yo.

Él planeaba aprovechar al máximo su tiempo con Zaira.

—Te niegas y te advierto que la conoceré antes y la pondré en tu contra —advirtió.

—Ya es muy tarde —Axl se burló—. Me pidió un estetoscopio y quiere mi oficina. Está hasta contando los minutos para que abandone este mundo y así, como única heredera, quedarse con todo.

Sin poder evitarlo, ambos empezaron a reír. La pequeña tenía ingenio.

—Es una ternurita —aseguró Everett—, le ayudaré.

—¡Aléjate de mi hija! —demandó, y su corazón latió con fuerza.

Una emoción indescriptible se apoderó de su pecho, pues por primera vez, la consideraba su hija. Zaira era suya.

—Con más razón me acercaré y, cuando te vayas al más allá, nos quedaremos con todo —replicó, poniéndose en pie, pero no logró evitar que su rostro recibiera un almohadazo.

Como venganza, Everett tiró con fuerza de las sábanas, logrando desestabilizar a Axl y enviándolo directo al suelo. Antes de huir, levantó el colchón y, sin una pizca de delicadeza, se lo aventó, dejando a su hermano molesto y despotricando en el suelo.

—¡Everett! —gritó, saliendo de debajo del colchón y yendo detrás de su hermano mayor.

Ambos bajaron las escaleras con rapidez; la diferencia era que Axl estaba irritado y Everett reía a carcajadas como un maniático. Para escapar de la furia que acababa de desencadenar en su hermanito, Everett huyó a la cocina y, sin perder la oportunidad, se ocultó detrás de su madre, que cruzaba por allí con unos platos: planeaba llevar de comer a Axl.

—¿Qué hiciste? —cuestionó la mujer mayor.

—Lo normal —le restó importancia.

Axl apareció de la nada, con el rostro rojo y descompuesto por el disgusto, mientras su tórax se expandía por su respiración agitada.

—Hola, cariño —saludó ella con una enorme sonrisa.

—Hola, mamá —respondió él, olvidandose de su hermano.

Axl sujetó con cuidado las mejillas de su madre antes de dejar un pequeño beso sobre su frente.

—¿Qué has comido? —preguntó de inmediato, y la felicidad de Axl se vio empañada por la vergüenza.

Anneliese negó.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.