Omnisciente
Johann-Bernhardt Universitätsklinikum…
—Dime que esta no es ella —exigió Axl, mostrando las imágenes que constataban lo crítica que era la cirugía que debía practicar.
Estaba al tanto de que cualquier error o movimiento indebido, tal vez una complicación, podría dejarla sin memoria, en parálisis, en estado vegetal o en coma.
—¿Qué sucedió? Estaba bien cuando recogí a Zaira —buscó una respuesta, y tanto el rostro de Dominic como el de Greta y el resto del personal médico se fruncieron: Axl tenía conflicto de intereses en esa situación.
—No lo sé, no tengo más respuestas de las que tú tienes. La policía se comunicó por el seguro de auto y no entendí nada, hablaron de disparos y de que la trasladarían al hospital —respondió con el rostro descompuesto, en señal de que hablaba con la verdad.
—Solo discutimos y salió enojada de la casa... No entendemos nada… —intervino Klara, quien tampoco entendía lo que sucedía.
—Firmen el maldito consentimiento —ordenó con la impotencia recorriendo su cuerpo, haciendo temblar sus manos.
—Axl —pronunció Greta en medio de negaciones—. Si es lo que pienso, la madre de tu hija, no…
—Soy el mejor y lo sabes, que sea ella no va a impedir que dé lo mejor de mí en ese quirófano —interrumpió.
—Quiero otro cirujano o la trasladaré a un mejor hospital —advirtió Dominic con tono amenazante.
—No eres nadie aquí —respondió Axl, guiado por la ira: recordaba lo que Jade le había contado.
—Soy su esposo —replicó.
—¿De verdad usarás esa carta? ¿Caerás tan bajo? —preguntó entre risas, retándolo—. La traicionaste, te acostaste con la maestra de Zaira y quiere el divorcio, tiene la solicitud desde hace más de seis meses —reveló, y el rostro de Dominic se contrajo.
Axl no mentía; había conversado al respecto y Jade le había contado sus planes y también que dudaba si era o no lo correcto, pues Zaira estaba en medio.
—Así que sus padres toman la decisión y creo que confían más en mí que en el hombre que traicionó a su hija y por el cual desde hace un año sufre —agregó, provocando que la furia y el deseo de desatar un enfrentamiento a golpes se aglomeraran en Dominic—. Si esperan a que llegue otro cirujano, podría morir sin antes llegar a un quirófano. Si la trasladan, podría quedar paralizada, perder la memoria o en coma, eso si llega viva al otro hospital —fue objetivo, solo en parte, pues los estaba forzando a tomar una decisión—. Dieciséis años, ocho años, me lo deben —dijo, dejándolos sin salida, más a Friedrich, que ya se sentía culpable.
—Salva a nuestra hija —respondió el hombre, quien se encontraba abrumado y desesperado, pues la calma que expresaba se debía a que no deseaba preocupar más a su esposa.
A lo único que Friedrich podía aferrarse era a la confianza que tenía en Axl. Conocía sus sentimientos por Jade y no tenía dudas de que siempre velaría por su bienestar, al igual que esa noche cuando decidió dejar atrás el compromiso que se le había propuesto y ayudarlos sin que Jade saliera involucrada, menos herida. Solo que el temor de Friedrich por no obtener apoyo o que todo se arruinara lo forzó a continuar con dicha unión.
Axl se marchó y, detrás de él, en medio de los graznidos de Dominic, lo hizo Greta. Él pretendió ignorarla, pero no funcionó, pues mientras se retiraba la ropa para iniciar el proceso de desinfección, ella lo abordó.
—¿Estás demente? —le espetó, dudando de su cordura.
—Morirá si no se hace algo —respondió seco, cortante, deseando continuar sin interrupciones.
Greta negó en silencio.
—¿Tienes miedo? Apártate, di que desobedecí; yo asumo la responsabilidad —añadió con furia contenida. Sus manos aún temblaban, y eso era lo que más le preocupaba a ella.
Axl tenía miedo, pero no por cometer un error, sino por no actuar a tiempo y que Jade terminara con daños irreversibles. Le habían disparado en la cabeza, seguía viva por obra de un milagro, y tentar a la suerte era un riesgo que no estaba dispuesto a correr.
—Desaparecerá cuando tome el bisturí —aseguró, intentando calmarla. Greta, sin embargo, sostenía sus manos con firmeza.
—Jamás negaré que eres el mejor en esto… y también guapo —soltó una pequeña risa por lo último, aliviando un poco la tensión—. Pero eres un idiota.
—¿Y eso es una novedad? —ironizó él, pero su voz apenas se sostenía.
—Tengo cuarenta, Axl. Ya alcancé lo que quería en mi vida. Muchos esperaban que fracasara, que hundiera este servicio, pero aquí estoy, y el hospital sigue en pie. En cambio tú… tú lo arriesgas todo. Es la madre de tu hija. Y por lo que vi y logré asumir, aún sientes algo por ella —soltó, con una mezcla de observación clínica y brutal sinceridad.
Axl no respondió.
—Si por “x” o “y” motivo algo sale mal, si queda en coma, si pierde la movilidad o sus recuerdos… ¿podrías cargar con eso? ¿Dormirías sabiendo que tu intervención, en lugar de salvarla, la dañó? ¿Vivirías con ello, sabiendo que pudiste haberte alejado?
Greta tenía razón. Y lo conocía como pocos. Fue una de las pocas personas que abogó por él cuando, a causa de su ansiedad y la presión del cargo que hoy ocupaba, querían negarle esa oportunidad. Ella había visto el potencial detrás de la ansiedad, y no se había equivocado.