Johann-Bernhardt Universitätsklinikum…
—Ya todos en el hospital te dijeron que apenas despierte se comunicarán contigo —recordó Genevieve.
—No, estoy bien —respondió, removiéndose en el sillón.
Ambos estaban en la oficina, Genevieve recostada en el espaldar del sillón y Axl recostado sobre sus piernas. Ya habían transcurrido más de doce horas y Jade aún no despertaba. Axl, además de culparse, se negaba a ir a casa y descansar; su hermana continuaba insistiendo.
Lo mucho que tardaba Jade en recuperar la conciencia se debía a la hemorragia en medio de la cirugía, lo cual podía considerarse como una leve confirmación de que, posiblemente, habría daño en algunas de las estructuras internas de su cerebro. También podría deberse a lo lenta que fue la respuesta del personal médico y al tiempo que tardaron en trasladarla, o la ubicación del disparo, pero, inclusive con todos sus conocimientos, Axl apostaba a la primera. Sin embargo, habían decidido sedarla y realizarle los estudios pertinentes para así confirmar o tener una mejor idea de lo que estaba ocurriendo.
No obstante, ese no era el único motivo por el cual sentía su ánimo por los suelos, ya que tres horas atrás, Zaira había despertado y lo primero que encontró fue a él y a Dominic discutiendo, prácticamente culpándolo de lo que le había sucedido a Jade.
—De pie —La voz de Greta interrumpió el silencio de la habitación.
—Ya discutimos esto —respondió Axl.
—Cuando los exámenes estén listos, te haré llegar una copia. Entretanto, estos hombres serán tan amables de llevarte a tu casa y de asegurarse de que permanezcas allí por lo menos ocho horas. Así que, de pie —ordenó ella sin esperar réplicas de parte de Axl, y Genevieve solo rio.
Axl se apartó de las piernas de su hermana, pues a pesar de su cansancio, estaba dispuesto a dar lucha; sin embargo, al ver el tamaño de aquellos hombres, supo que lo mejor era ceder: nada bueno saldría de allí, ya que, en contra de su voluntad, lo llevarían a su casa. Sería prisionero en su propio hogar.
—Iré a despedirme —dijo, aún reacio a la idea de marcharse, pero sin más opciones—, pero te quedarás sin cirujano —advirtió en un intento por manipularla.
—Ya lo solucioné: un amigo se encuentra presente y Neumann ya está mejor. Además, hiciste distintas entrevistas y solo dos neurocirujanos cumplieron con tus exquisitos requisitos —dijo.
Axl gruñó como un cachorro rabioso, pero sabía que Greta estaba en lo correcto.
El departamento de neurología estaba siendo ampliado y se posicionaba como uno de los mejores del país, gracias al esfuerzo que Axl, junto con algunos de sus colegas, había realizado durante los últimos años. Como parte de esa transformación, el personal fue renovado y las instalaciones contaban con nueva infraestructura, adaptada a las investigaciones que el equipo llevaba a cabo. Por ello, necesitaban contratar nuevos neurocirujanos, y Axl, en compañía de otros médicos, se encargaba de seleccionarlos. Sin embargo, él era demasiado exigente y meticuloso: no se conformaba solo con los mejores, necesitaba algo más. El tiempo que estaba tardando en encontrarlos y recomendarlos era prueba de ello.
Mientras Axl abandonaba el consultorio en compañía de los guardias, Genevieve no perdió el interés en Greta, menos en entender lo que a ella le estaba sucediendo.
—¿Lo sabe? —preguntó, entrometida e indiscreta.
—¿Que lo haré quedarse más tiempo del necesario? —replicó Greta, confundida por la insinuación de Genevieve.
—Estás pálida, has estado vomitando, y cuando te encontré en su apartamento hace meses no lucías así —señaló sus caderas y frunció el ceño—. Y tu actitud hacia él… tan considerada, además del beso… no deja dudas. Mi hermano es el padre —afirmó con seguridad.
—No, no tiene la menor idea. Y no creo que deba saberlo, porque este embarazo es inviable —respondió Greta con serenidad forzada—. Te agradecería que no se lo dijeras —añadió, algo nerviosa.
—Tiene derecho a saberlo...
—Y yo, a decidir sobre mi cuerpo y mi vida —la interrumpió con firmeza—. Pensaba hablar con él y explicarle la situación, pero ahora mismo tiene suficientes problemas como para sumarle un feto que no puedo llevar en mi cuerpo. Estoy segura de que tampoco se emocionaría con la noticia —añadió con crudeza, provocando que Genevieve soltara un leve jadeo.
—Es una vida...
—Yo soy la profesional de la salud. Y médicamente, no lo es. Es un cuerpo extraño que puede matarme hoy, mañana o dentro de cinco meses... si tengo suerte. O peor: podría despertar una mañana y encontrar una mancha roja en mis sábanas.
No se contuvo. Ni siquiera le debía explicaciones a la hermana de Axl y aun así, estaba allí, dándolas.
—Pero la medicina...
—No seas ingenua. Si la medicina y la magia de los cuentos que les lees a tus hijas cada noche funcionaran tan bien, la gente no moriría. Ni sufriría en una cama de hospital —respondió, sin perder la calma.
Greta había estado en el lugar de Genevieve en el pasado. Pero tras ver aquella pequeña caja blanca y casi perder la vida por su terquedad, comprendió que no todos podían ser salvados. Que incluso los niños morían porque la humanidad aún no había encontrado una cura milagrosa. La vida era cruel. Y ella lo sabía mejor que nadie.