Audelion

Prólogo

Día 01 de junio de 1994, nace Julián Gámez en el hospital central de la ciudad.

Durante los nueve meses de gestación, los padres de Julián habían estado esperando el momento con mucha alegría, el día en el cual su primer hijo finalmente iba a nacer.

Todo fue un misterio para la pareja de recién casados, tanto así que, de haber sido niña, se hubiera llamado «Juliana», variante femenina del nombre ganador.

El padre se encontraba ansioso, alegra y desesperado por ver a su bebe, al igual que la madre, misma que gritaba con mucho dolor en la sala de parto, asistida por dos enfermeras y un medico partero, el cual le animaba a ser fuerte y seguir pujando para concluir el parto.

El proceso fue un éxito, un niño nació y pegó el llanto tan pronto el doctor le dio un par de nalgadas.

La madre, agotada, tratando de darse un respiro, pedía ver a su bebe a las enfermeras, notándolas un tanto desorientadas, hablando entre ellas mientras veían a la criatura.

—Mi bebé… mi bebé —exigía la mujer, estirando con todas sus fuerzas su mano hacia las señoritas, girándose una de ella hacia la madre, agachando al niño para que lo viese la mujer—. Mi bebé —expresó tiernamente la mujer, comenzando a notar a su hijo tan pronto se lo acercaban.

—El infante no muestra signos de enfermedad o de ser prematuro… vivirá —dijo el doctor preocupado y algo temeroso, esperando la reacción de la nueva madre.

—No… ¡No! ¡MI bebé! ¿QUÉ LE PASA A MI BEBÉ? ¿QUÉ LE HICIERON? —Gritaba la señora, completamente molesta y alterada, escuchando el escándalo su esposo, tratando de apersonarse, deteniéndolo los trabajadores, oyendo cómo los gritos se transformaban en sollozos.

El niño Julián nació sin brazos, teniendo uno a la mitad y el otro menos de eso. Por si eso fuera poco, su ojo derecho no se había desarrollado, ni siquiera había un parpado ahí, sólo un hueco que mostraba una carne rojiza y palpitante al fondo, misma que el cuerpo aún no terminaba de cerrar.

Fuera de ello, el niño tenía excelente salud y se desarrollaba con los años de manera normal, en términos médicos.

La familia de Julián rara vez lo visitaba, ni siquiera los abuelos iban a verlo tan seguido, y cuando él era quien los procuraba, notaba que los adultos lo evitaban, como si no lo quisieran cerca. Algunos con asco, otros con lastima, los últimos con desprecio. Únicamente sus padres le atendían, le cuidaban.

Sus primos nunca quisieron jugar con él, defendiéndolo sus progenitores cuando mencionaban cosas terribles al pequeño, burlándose de Julián o maltratándolo de distintas maneras, haciéndolo llorar.

Las reuniones familiares para la familia Gámez-Villagrán simple y sencillamente se terminaron por una horrible discusión en torno a ello.

— ¡También es un niño! ¡Un ser humano! ¡Trátenlo como tal, malditos monstruos! —Gritó la madre del infante, abrazándolo mientras veía a los demás adultos.

El tiempo pasó, y por recomendación de los psicólogos, enviaron a una escuela de paga a Julián para que diera sus primeros pasos en la convivencia social, que aprendiera a crear vínculos y amistades, así como reconocer autoridad y ser más responsable en equipo.

Aquello, lejos de ser algo completamente bueno, comprobó ser un infierno para el niño.

Las maestras parecían no quererlo con ellas, pues debían ayudarle en todo. A muchos niños les desagradaba que Julián tuviera que usar sus pies para dibujar o escribir, como se le había enseñado en clases particulares antes, por lo que lo molestaban, llamando «chango manco».

A pesar de todo, los abusos no pasaban a más de ser insultos, y el dolor de estos iba aminorándose, hasta volverse casi nulo para él, combinado con una actitud un tanto más obstinada y agresiva.

En la escuela primaria, los apodos se volvieron un poco más creativos. Lo llamaban «pala tuerta», pues recogía todo con la parte de abajo solamente, defendiéndose el niño a palabras, consiguiendo sus primeros golpes, además de caída en el lodo. Gracias a ello, Julián terminó por ser regañado junto a los compañeros que lo molestaban, llamando las maestras a los padres del niño para hacerles saber lo que su hijo había dicho fuera de contexto, dando a entender que él inicio el conflicto.

Incluso así, la madre de Julián no se tragó esas palabras y reclamó al instituto no hacer bien su trabajo, regresando a su casa molesta, lista para cambiarlo de escuela.

Ya en su hogar, la mujer habló con su marido para inscribir a Julián en otro lado, pero con pesadez el hombre se negó.

—La escuela es cara y ya pagué la colegiatura. No podemos cambiarlo ahora, Lorena —explicó tranquilamente el hombre, escuchándose el cansancio en sus palabras.

— ¡Y piensas permitir que sigan abusando de tu hijo! ¿Estás loco, Israel? ¡Necesito que nos apoyes en este tipo de situaciones!

— ¿Y qué crees que hago? ¡Estoy haciendo lo que puedo para pagarle todo al niño! Yo también necesito que me apoyen esta vez. Sólo por este año y te prometo que lo cambiamos. ¿O deseas que corte el presupuesto del psicólogo y el terapeuta físico?

— ¿Es en serio? ¿Cómo es posible que no tengas dinero?

— ¿Sabes cuánto cuesta mantener esta casa? ¿Tienes idea?

— ¿Pues cuánto ganas?

— ¡AL MENOS GANO ALGO!

— ¡BASTA! —Gritó desesperado Julián, llorando desconsoladamente, tapándose la boca el padre y dándole la espalda a su familia, yendo la madre a abrazar a su hijo, resguardándolo y acariciando su cabello, tratando de consolarlo, diciéndole que todo irá bien.

A pesar de todo, Julián continuó en el mismo lugar, y cuando una vez más trataron de molestarlo, alguien lo defendió.

Se trataba de una compañera de su salón, Marion, la cual calló a los agresores y les pidió irse para dejar tranquilo a la víctima, aceptando aquellos por razones extrañas, viéndola Julián desconcertado, dedicándole ella una bella y suave sonrisa.




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