Audelion

Segundo día: Familia

Los problemas de la escuela llegaron a los oídos de los padres de Julián. Mismos que acusaron a la institución de egoísta y poco profesionales.

A pesar de todo lo ocurrido, y de lo que le sucedió, Julián pidió con lágrimas en los ojos no ser expulsado, ni que lo saquen de ahí. Prometió ser buen niño y no ocasionar problemas, cosa que no sólo devastó a su madre, sino que llenó de culpa a los profesores que trataron de aminorar lo ocurrido con pequeñas escusas, no echándole la culpa a Julián, pero si defendiendo un poco a los demás jóvenes.

Impotentes, los padres exigieron justicia sobre los que iniciaron el conflicto, prometiendo los maestros hacer lo posible para investigar de inmediato qué sucedió para suspender o expulsar al niño que causó todo. Julián, molesto, respondió que fue Armando quien comenzó todo, cambiando su rostro de uno triste a otro lleno de rabia, impresionando aquello a los adultos, los cuales se vieron los unos a los otros extrañados, asegurando el director que Armando no se saldría con la suya.

Los padres de Julián, poco satisfechos, tomaron al niño y se dieron la tarea de abandonar el lugar, no sin antes ser detenidos por la maestra encargada de su hijo, misma que les pidió hablar con ella a solas.

El pequeño, lejos de impedirlo, propuso ir al auto para no tener que estar en la intemperie, aceptando la madre, abriéndole el coche, poniéndole su cinturón y encendiendo el aire acondicionado, cerrando la puerta del vehículo, retirándose a la entrada del colegio donde platicarían los adultos, todavía viendo al niño desde ahí.

Mientras esto ocurría, Julián, temeroso, se levantó la manga de su brazo, notando la extraña fisura que tenía, tocando los bordes de ésta, sintiéndola dura, áspera y un tanto cremosa, como si se tratara de un gis o barro. Por otro lado, tocaba la piel cercana, sintiéndose normal, jalándola para ver cómo se levantaba hasta el borde, tirando con algo de fuerza, notando que no podía arrancarla, causándole un poco de dolor, pero no consiguiendo nada más, por lo que la soltó, viendo el interior de la fisura, notando un fondo un tanto brillante, de un color similar al fuego que había visto la noche anterior en su recamara.

Los ojos del chico se regresaron a la escuela, viendo a todos sus compañeros jugar como si nada hubiera pasado, corriendo por ahí alegres, riendo, despreocupados y enjundiosos, teniendo él un rostro lleno de ira y envidia, completamente repleto de rabia y dolor, apretando el entrecejo y los labios sin poder dejar de mirarlos desde lejos a través de la ventana.

Pronto, giraría la mirada hacia su aula, notando que alguien se encontraba dentro, viéndole, sin poder notar sus ojos, levantando la figura una de sus manos para ponerla sobre el vidrio de la ventana, asustándole un poco aquello al niño, notando cómo aquella infante pegaba su rostro al cristal, alumbrándose su horrible piel pálida, llena de rasguños, granos y putrefacción, agitando la respiración y los latidos de Julián, quien estaba aterrorizado, hasta que escuchó la puerta del carro abrirse, espantándose mucho, mas llegando a la tranquilidad al ver que sólo se trataba de sus padres, mismos que se veían un tanto serios.

—Todo va a estar bien, corazón. Mañana vas a tomarte el día libre y ya regresas después. ¿Sí?

—Sí, mamá —respondió a la dulce voz de la adulta, quien le acarició el rostro, tapándose Julián el brazo con la fisura, acomodándose la mujer en su asiento y arrancando el adulto, conduciendo a casa finalmente.

Una vez en el hogar, Julián dejó sus cosas en su habitación, se bañó y bajó para almorzar junto a sus padres, mismos que le preguntaron algunas cosas sobre lo ocurrido con más calma, alterándose un poco el niño, agachando su cabeza y tardando mucho en contestar.

Aquello desesperaba al hombre, que se sentía inútil al no poder hacer que el niño hablase, molestándose cada vez más y más, viéndosele algo agresivo, calmándolo la esposa, tomándolo del brazo y haciéndolo respirar hondo, funcionando aquello de momento, sentándose ambos adultos enfrente del niño y continuando con el interrogatorio.

Luego, le preguntaron sobre lo que vio en el salón, negando todo Julián por miedo. Una parte de él quería contarles sobre la niña, pero otra recordaba cómo aquella aparentemente lo miraba desde fuera del salón, y sentía que, si seguía hablando de ella, más presente se haría, por lo que decidió omitirla de momento.

Sin más qué agregar, ambos padres se pusieron de pie y le encomendaron hacer algo que le divirtiera. La señora sacó un montonal de juegos de mesa, videojuegos y demás juguetes que los adultos le compraron al niño a lo largo de los años, tratando de cubrir el enorme hueco que siempre sintió, cosas que el pequeño rechazaba con frustración y miedo, ahora viéndolas con una pequeña sonrisa, ganoso por tratar de empezar a usarlos.

En la tarde, luego de mucha diversión, los abuelos del niño llegaron a casa, felices al ver a su prácticamente nuevo nieto.

La abuelita se acercó con una enorme sonrisa y los brazos abiertos al niño, el cual se puso de pie de inmediato y feliz brincó hacia la vieja, abrazándolo fuertemente aquella y acariciando su cabeza, dándole pequeños besos cerca de su ojo nuevo.

A la escena, se acercó el abuelo, pidiéndole mostrar sus nuevos brazos, únicamente arremangándose Julián el brazo completamente sano, pidiéndole el adulto mayor flexionarlo para ver «sus músculos».

— ¡Mira nada más! ¡Esos brazos tan fuertes son marca de nuestra familia, pequeño hombrecito! ¡Cuídalos mucho! —Dicho esto, la hija del señor apretó el brazo de su padre, mirándolo aquel extrañado y haciéndole una mueca de tener cuidado con lo que decía, girando los ojos el señor.

Ignorando aquello, todos se apresuraron a pasar a la sala, revelando la abuela que había llevado regalos para Julián, entre ellos, un par de guantes y un gorrito de invierno, mismos que el niño de inmediato se colocó, alegre de verdad.




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