Un canto se oye a la distancia, nadie sabe de quiénes son las dulces voces, han surgido muchas teorías de dónde provienen o quiénes cantan, algunos creen que es una maldición, otros que son almas en pena, pero la teoría más acertada es la de un joven joyero que habita cerca del castillo, él creía firmemente que en aquella dulce melodía se encontraba una historia, un origen, algo más que simples voces entonando las delicadas notas, pues este joven cada noche a la misma hora se sentaba a escuchar con atención los exquisitos sonidos hasta quedar dormido, podría decirse que replicaba a la perfección la melodía en su viejo y destartalado piano. Un día el rey lo invitó a cenar para la entrega de las preciadas joyas, una vez en la mesa al llegar la hora otra vez se escuchó la canción, pero esta vez más fuerte, el joven sorprendido observó la reacción del rey, pero este ni se inmuto, parecía que le estuviera prestando atención a algo más, ya que cerraba los ojos de vez en cuando, el joyero no pudo contenerse más y se dirigió al rey con todo el respeto que podía proporcionarle.
El rey se alegró repentinamente, lo miró un momento y lo llevó de la mano por un sinfín de estancias, hasta al fin llegar a la habitación del rey, decir que era grande sería un insulto, pero la sencillez y el buen gusto no la abandonaban, en una esquina un elegante piano casi intacto por las pocas habilidades del rey para el instrumento estaba esperando ser tocado, el joyero lo miró emocionado como niño al ver un juguete nuevo, el rey sonrió al ver la emoción que expresaba el joven sin darse cuenta.
Sus dedos comenzaron a deslizarse suavemente por el teclado recreando a la perfección la fascinante canción, al llegar al final el rey golpeó fuertemente la mesa con una sonrisa que denotaba más sorpresa que alegría, no podía creer lo que sus oídos acababan de percibir, eso desató el recuerdo de las últimas e incomprensibles palabras que por años había tratado de descifrar y solo hasta entonces tuvo éxito.