Aura

Dolores del alma

Aura

No pude dormir en toda la noche, me sentía intranquila e impaciente al ver que Julián no llegaba. Él nunca había sido así, solo en los últimos tres años estaba cambiando, llegaba algo tarde, al principio no le vi importancia, pero ahora me siento angustiada. Solo espero que no le haya pasado algo malo.

Trato de cerrar los ojos, pero escucho un carro llegar, vaya ya era hora que llegara. Miro el reloj y este me indica que son las tres de la mañana. Escucho el sonido de la puerta abrirse y enseguida cerrarse; permanezco en mi sitio, muy quieta.

Siento algo de frío en el momento en que Julián llega a nuestra recamara, algo golpea en el suelo, me imagino que son sus zapatos, tirándolos por el lugar. Se acomoda a mi lado y en menos de un minuto cae dormido. Tengo tantas preguntas, pero siento temor de escuchar las respuestas. Lo que realmente me atemoriza es saber que no es la primera vez que siento miedo cuando él llega.

Aunque no había dormido del todo bien -bueno en realidad no dormí- decido levantarme e iniciar mis labores en casa, labores que desempeño hace cinco años, a pesar del tiempo no me he podido acostumbrar a ellas.

—Buenos días Ligia.

̶—Buenos días señora Aura, como sentía que iba bajando las escaleras le prepare un cafecito, como a usted le gusta -amo a esta mujer, me va a malacostumbrar.

—Gracias Ligia es justo lo que necesitaba.

Recibo de manos de mi ama de llaves la taza caliente, oler el agradable aroma de una de mis bebidas favoritas calma mi ansiedad. El sabor sencillamente es perfecto, aunque al principio no me gustaba el café, ligia hizo de aquella bebida un néctar, mi energizante del día.

—¿El señor llegó esta mañana a casa?

No sabía si esta pregunta necesitaba respuesta, Ligia ha vivido en esta casa desde mi matrimonio, incluso algunos años antes. Estoy segura que ella escuchó cuando Julián llegó esta madrugada, no en la mañana.

—Sí Ligia, aun duerme -respondí con desgana.

—Y tú niña, ¿lograste conciliar el sueño?

Me gustaría decirle que sí, que dormí como un bebé e inclusive decirle que hasta con los ángeles soñé, pero no es así, ahora que lo recuerdo nunca ha sido así.

—En un momento prepararé el desayuno.

Le agradezco a Ligia que no siga con la conversación, porque de seguro no saldría bien librada y cuando me refiero a “bien librada” me refiero a mí.

Necesito respirar algo de aire libre y el único lugar para poder hacerlo es en mi pequeño jardín. Dejo la taza de café en una pequeña mesa cerca de la puerta trasera de la casa, busco una regadera y mis guantes para entretenerme un poco allí. 

No sé cuánto tiempo había pasado, siento el sol calentar en lo alto y me agrada. Veo las rosas en su gran esplendor, sufrí cuando veía que no florecían, pero de nuevo Ligia llego a mi rescate y me enseñó algunos secretos de jardinería, mismos que su esposo le había enseñado.

—¿Qué haces aquí?

Juro que por poco me da un infarto, mi mano se encuentra en mi pecho calmando a mi asustado corazón; veo a Julián en la puerta y me mira con seriedad, pareciera que esta disgustado.

—Buenos días Julián, mira -le enseño las rosas que antes miraba- no crees que están be…

—No me importa cómo están tus matas -el timbre de su voz me alarma por completo- te pregunté el ¿qué haces aquí? Y ¿por qué no estás ayudando a Ligia? 

—Solo estaba regando las flores y mirando que no estén enfermas -trato de sonar lo más calmada posible y evitar una discusión.

—¿Enfermas? ¡Te estás escuchando Aura! No quiero que me digas que te preocupa la “salud” de tus estúpidas flores.

Julián está histérico, toca el puente de su nariz y cierra los ojos, parece que le molesta el que me encuentre aquí. Decido que lo mejor es salir del lugar, entrar de regreso a casa e ir directo a la cocina.

—Voy a ver que necesita Ligia -mi voz sale algo quebrada y sin fuerza, un pequeño susurro.

Dejo los guantes en un pequeño mueble, paso cerca de Julián y siento su mano en mi brazo.

—Aura, no quiero ver como desperdicias tu tiempo -siento su respiración en mi cuello y su voz dura y cortante provoca que mi cuerpo se erice por completo- mientras estoy fuera o dentro de casa.

Siento que su agarre se aprieta cada vez más, provocándome dolor.

—Por favor suéltame Julián, mira, voy a ayudarle a Ligia, solo suéltame y…

—Eso espero Aura, ya lo sabes.

Julián me suelta y salgo presurosa del alli, trato de ocultar mi dolor, siento como mis lágrimas se acumulan en mis ojos y quieren salir, pero me niego a ello, no quiero que me vean llorar. Veo a Ligia arreglando los platos en la alacena y busca aquellos para servir el desayuno.

—Disculpa Ligia -entro casi silenciosamente, entretanto guardo mis manos en los bolsillos traseros de mis pantalones- voy a darme un baño y ahora bajo.

—Ve tranquila -dice mientras se limpia las manos con la toalla que lleva en su delantal- aquí ya acabé, en unos minutos los llamare para que desayunen, ¿quieres algo en especial?




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