El vizconde Francisco había salido corriendo de su hogar, caminaba apuradamente por los pasillos del palacio mientras intentaba no perder la calma por ir contra el tiempo. Conoce al Rey mejor que nadie y aunque no le guste venir cada vez que a él le apetece tiene una deuda de moral con él.
En medio de su camino se detuvo a hacer una reverencia para la infanta Annet con quien se encontró en el pasillo izquierdo. La mujer de rizos castaños y ojos café no se sorprendió de verlo por ahí, lo miró de arriba abajo, pero terminó por darle una sonrisa pequeña.
—¿Viene a ver a mi primo, vizconde? —preguntó la infanta viéndolo a los ojos. Annet era la prima del rey Maxon, pero mantenía una pésima relación con él. Era la tercera en la línea de sucesión para la corona y estaba muy enterada de todo.
El vizconde quitándose el sombrero asintió. Lady Annet era muy bella, bonita y con un título muy respetado e inalcanzable para las plebeyas del reino, pero su carácter arruinaba todo lo bonita que era.
—Sí, Lady Annet, su primo, el rey, me llamó y me temo que debo dejarla antes que su paciencia se agote. Discúlpeme mucho—se apresuró a decir el vizconde haciéndole una reverencia antes de retomar su camino a los aposentos del Rey.
La infanta Annet alzó las cejas con poca simpatía y asintió, lo vio irse por el pasillo y desaparecer. Apretó sus manos por sobre su estómago y avanzó a paso decidido en busca de su hermano mellizo, el príncipe Mathías. Los guardias la miraron de reojo, la familia real solo la componían el rey y sus primos Annet y Mathías, pero a diferencia del Rey, los mellizos eran más queridos que él en el pueblo.
Al llegar a los aposentos de su hermano tocó y no esperó mucho porque encontró a su hermano frente a ella. Su rostro frío y con absoluta seriedad la invitaron a pasar. El príncipe cerró la puerta y se volteó esperando que su melliza hablara.
—¿Qué tienes para decirme, Annet? —preguntó cruzándose de brazos, su hermana le sonrió. Tanto Mathías como Maxon se habían preparado para asumir el trono en un futuro por ordenes del difunto rey, pero Maxon por ser primogénito del monarca tomó el control de todo dejando a su primo, el príncipe en el olvido.
Los hermanos, Annet y Mathías, eran mellizos, hijos de la hermana del rey, su tío antes de morir les otorgó los títulos de príncipes, pero la envidia de Mathías era más. Él merecía asumir el trono y no su primo que era un total libertino.
—Como lo predijiste, llamó al vizconde, me lo encontré en el pasillo, el consejo debe estar presionándolo y si no acepta tendrá que abdicar lo que significará que al ser el segundo tú entrarás como rey, el pueblo te adora y conseguir una esposa será fácil, solo necesitamos que abdique rápido, dudo mucho que se case, es un total libertino que no conoce de moral—aseguró la infanta informándole lo que sabía. El plan de los hermanos era sacar a Maxon del trono, eran primos, pero la envidia y el odio entre ambos era mutuo.
Mathías sonrió, su hermana era tan ingenua que a veces dudaba que tuviera veintiséis años, ella debería ya estar casada, pero no ha querido buscar marido. Él al ser su hermano, puede buscarle uno, muchos la pretenden, pero Annet no acepta a ninguno.
—No seas tonta, Annet, nuestro querido primo no dejará que nos quedemos con el trono. Eso puedo apostarlo—sentenció el príncipe con palabras sabias porque estaba completamente seguro que Maxon era capaz de cualquier cosa por permanecer en el trono.
Annet arrugó la nariz molesta, pero decidió no responder.
El vizconde Francisco había llegado tarde a los aposentos del rey, estaba sudando por todo lo que corrió, pero ni, aunque él fuera un hombre de más de cuarenta años a Maxon no le importaba. El rey bebió de su vaso pensando.
—Están decididos a que me case y puedo asegurarte que es por causa de mis primos—declaró el rey molestándose. En el fondo no le tenía miedo al matrimonio, en su vida no ha tenido novias, solo una o quizás dos, pero solo con una ha querido casarse. Ahora, con treinta y cuatro años no quiere dejar de ser un libertino, hace mucho debió de darle un heredero a su pueblo, pero no quiere, no desea atarse a una sola mujer.
El vizconde que lo conoce desde niño lo observa.
—Con respeto, majestad, no creo que sea por incentivo de sus primos, usted tenía que casarse antes de los treinta como dicta la regla que estableció su padre, pero no ha querido hacerlo—pronunció el vizconde sin temor, Maxon lo mira entre ceja y ceja rodando los ojos, es un total irrespetuoso, pero nunca le ha importado nada. Es el rey de todo un reino que tiene que obedecerlo sin decir nada.
—No me hagas recordar, les diré que no, esa será mi respuesta mañana, no está en mis planes casarme con ninguna muchachita de pueblo, es condenarme a pasar el resto de mi vida con alguna mujer convenida—habló molesto el rey, le provocaba un trauma tan solo pensar en casarse con una mujer sin clase o título. Pero la regla era esa, necesitaba una esposa que fuera de su pueblo y que amara cada pedacito de su reino.
Francisco al verlo tan decidido a no casarse trató de hacerlo entrar en razón.
—Si no se casa, tendrá que cederle el trono al príncipe Mathías, el consejo puede obligarlo. Recuerde que usted no es precisamente el favorito del pueblo, su imagen solo alimenta los rumores—aconsejó el vizconde jugando con fuego. El rey lo fulminó e hizo una mueca.
—¿Qué buscas decirme? —pronunció el rey mirándolo fijamente, el vizconde no tembló, dentro de todo el reino el único que tenía suficiente confianza con el rey era él, pero a veces lo dudaba. Maxon podía mostrar una cara, podía jugar con cualquiera y nadie le diría nada porque es el rey, nada se le niega, todo lo que quiere lo obtiene.
—No obligue al consejo a quitarle su trono que por derecho le corresponde, busque una muchachita con quien casarse y podrá continuar gobernando, además debe darle un heredero a la corona antes de los dos años de casados—propuso el vizconde corriendo el peligro que Maxon lo bote a gritos de sus aposentos.
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Editado: 02.05.2021