Ayme: La Favorita Del Rey

Cap. 9: Mía

Los días habían pasado como una suave ventrisca de aire, no hacía demasiado calor, pero se sentía asfixiar dentro de esas cuatro paredes llenas de lujos, riquezas y de dinero. Intentó concentrarse, pero le empezó a doler la cabeza como una punzada que le dolía cada que abría los ojos o pestañaba. Llevó sus manos a su cabeza quitándose su brillante corona para ponerla en frente suyo.

El vizconde quien estaba junto con el rey en el gran salón dejó de hablar y de enumerar todas las reuniones y deberes que tenía por cumplir en el día. Maxon no habló, se puso a pensar mientras acariciaba la corona con sus dedos.

El consejo había sido muy estricto con él y obedeciendo por primera vez se sometió bajo el control de Francisco. Estuvo conviviendo con las candidatas, hablando con ellas e interesándose por intentar desposar a una de las cinco que quedaban, pero todas eran como un vaso sin agua, vacías y superficiales. Todas hablaban de lo mucho que les gustaría vivir en palacio y lo bien que lucirían las joyas que obtendrían al casarse con él.

Ninguna le interesó, tres de ellas eran de clase plebeya y solo dos de la nobleza, pero las cinco estaban en el mismo nivel.

Suspiró fuertemente poniéndose de pie, dejó su corona sobre la mesa y subió la mirada, la ropa que usaba era la más ligera, pantalones y una camisa blanca, pero con bordados que representaban su puesto en el país entero.

—¿Se encuentra bien, majestad? —preguntó el vizconde mirándolo con algunos papeles en sus manos, Maxon bajó la cabeza rascándose la nuca. ¿Por qué no puede sacársela de la cabeza? ¿Por qué no ejerce su poder y la toma como siempre lo ha hecho con todas las mujeres que le han gustado? ¿Por qué siente que hay alguien que también la quiere para sí?

—No, no me encuentro bien, vizconde—respondió enderezándose y colocando las manos sobre la mesa. ¿Acaso hay alguien mejor que él? ¿Acaso Ayme será tan tonta como para no aceptarlo? ¡Él es el rey! ¡El mejor de todos y la quiere para él! Francisco lo miró, la mirada del Rey lo delató, su cuerpo entero se congeló, estaba seguro que Maxon solo quería a su hija por capricho y no iba a permitir que la lastime—¿Sabe? Intenté quitarme a Lady Ayme de la cabeza, incluso le pedí consejos a Lady Leticia, pero simplemente no puedo, no me importan las candidatas, no me importa el consejo, quiero desposar a su hija, vizconde y eso haré—declaró fuertemente haciendo resonar cada palabra por todo el salón, el vizconde se quedó sin habla, no pudo articular y tampoco hacer un movimiento.

Maxon lo veía, no le importaba si Ayme compartía sangre con el vizconde, la convertiría en su esposa, en su mujer, en su reina y la madre de su heredero. Quizás era un capricho por parte suya, puede tener a cualquier mujer, menos a ella y eso lo hace más interesante. Anhela tenerla en su cama.

Unos segundos después el vizconde reaccionó, mantuvo la calma y se puso de pie dejando los papeles importantes sobre la mesa.

—Majestad…—Maxon lo calló percatándose de su tono.

—Maxon, trátame como siempre lo has hecho sin la corona, ahora solo soy Maxon, esa corona me convierte en tu rey, pero ahora no soy él—vociferó cansado de que todo mundo se cohíba por su título, sabe que es intimidante, lo hace a propósito, ha enamorado y roto corazones de muchas doncellas nobles y plebeyas y no le importa, todo lo que quiere lo obtiene y aunque Ayme no sea una candidata ya la acaba de elegir, es su favorita, la que ha llamado su atención.

El vizconde asintió y pronto su rostro se tornó serio, frío e inexpresivo.

—Maxon, mi hija no será el consuelo y tampoco la sustituta de nadie, no permitiré que mi hija sufra cuando está en mis manos evitar ese sufrimiento, estás lleno de recelo, eres soberbio, egocéntrico y no sabes querer, mi hija no será tu juguete y tampoco tu diversión. Ayme es la única que me queda—explicó el vizconde señalándole todo lo malo que le puede ofrecer a su hija menor. Maxon sonrió maquiavélicamente, no le gustó que Francisco le dijera eso, no le agradó que le dijera en su cara lo mal hombre que es.

—Creen que la historia de hace años se repetirá, pero no es así, Victoria Dagger quedó en el pasado, la libertina de tu hija mayor está lejos de aquí y es posible que jamás vuelvas a verla por razones que sabes. Sin tu amistad conmigo jamás hubieras conseguido nada, conocí a tu hija mayor e incluso estuve a punto de casarme con ella, pero la muy descarada se fue, me abandonó y si no te meto a prisión por traición es porque llegamos a un acuerdo—refutó colérico el rey haciéndole arder esa herida que llevaba por dentro el vizconde, extrañaba demasiado a su hija mayor, pero aquellas palabras del Rey también lo hirieron—Con o sin la corona sigo teniendo influencias, hoy en la tarde iré a tu casa, pediré tu permiso para cortejarla y me lo concederás. Tienes prohibido conceder tu permiso para cualquier otro cortejo hacia ella que no sea el mío y si no quieres terminar junto con ella en un calabozo por el resto de tu vida aceptarás—amenazó enterrándole lentamente la mirada que le atravesó el alma al vizconde.

Maxon tomó su corona y salió dejando preocupado al vizconde.

Hace años el rey se enamoró de la hija mayor del vizconde, en ese entonces Francisco era un plebeyo, un lacayo y fue invitado por el mismo rey al baile en honor al cumpleaños de la infanta Annet. Su hija la menor era apenas una niña y no la podía llevar, pero acudió a la ceremonia con Victoria, su hija mayor, el vivo retrato de Francisco.

En ese baile se conocieron el rey y Victoria, Maxon había quedado cautivado por la belleza de la joven y cuando la invitó a bailar con toda la atención en ellos quedó enamorado de ella. Todo lo que había ocurrido con Ayme ya el rey lo había vivido con Victoria, en el cómo se conocieron y como quedó cautivado ahora.

Maxon todavía no cumplía los treinta años y se comprometió con Victoria, a pedido de su prometida le otorgó el título de Vizconde a su padre y pronto dejaron de ser plebeyos para convertirse en figuras importantes de toda Inglaterra, todo iba muy bien, la pareja real era muy querida, pero a dos días de efectuar la boda Victoria desapareció, huyó dejando al rey destrozado, con una herida abierta.




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