- Su hija es tan hermosa que estoy dispuesto a soportar sus caprichos por el resto de mi vida. Me deja sin aliento cuando la veo. ¡El mundo nunca ha conocido tanta belleza! Ella es como el sol para mí, calienta mi alma solitaria, ilumina mi vida. Estoy tan cansado del bullicio, quiero un hogar acogedor, un espíritu afín que me salude cada vez que regrese a casa...
- Y además, Su Gracia, es usted muy hábil para los cumplidos.
- Igual que usted, mi señor.
- Pero ya basta de hablar de cuál de ustedes es más bello y más digno el uno del otro. Nos hemos desviado demasiado del tema que quería discutir contigo, Duque. Usted, mi señor, ciertamente no está privado de la atención femenina; Por el contrario, estás sobredotado y malcriado por la atención y los cumplidos femeninos. No me equivoco, ¿verdad, Su Gracia?
—No, no se equivoca, barón Becket —coincidió Jean-Michel. —Pero si piensas y temes que traicionaré a su hija, estás profundamente equivocado y no debes tener miedo de eso.
—No tengo miedo de este duque de Vigny —dijo el barón con tono serio. - Y tengo miedo de que a mi hija le sea indiferente tanto si la engañas como si no. Incluso estará feliz si caminas hacia la izquierda, sólo para no tocarla nuevamente.
- No le entiendo, mi señor.
- Ahora lo entiendes. Le mentiste a la abadesa sobre tu intimidad con mi hija, ¿no? —preguntó, estudiando atentamente la reacción del duque.
- Sí - respondió Jean-Michel con firmeza y sinceridad.
- ¿Por qué? -El barón continuó el interrogatorio. - Sólo dime la verdad, Duque.
—Está bien —aceptó, levantándose de la silla. - ¿Quieres la verdad desnuda en todos los más mínimos detalles, mi señor?
—Sí, gracia, si le place, entonces vamos a limpiarnos.
- Bueno, entonces escucha. Le mentí a la abadesa para que su hija no se hiciera monja. Al fin y al cabo, comprenderás que después de la tonsura ella se volvería inaccesible para mí. Y no podía permitir que eso sucediera. Y además, no tuve que mentir mucho. Tan pronto como le dije a la abadesa que había apretado a la señorita Beckett contra mi cuerpo semidesnudo, ella decidió por sí misma que había privado a la muchacha de su virginidad, aunque ciertamente no me permití hacerlo, aunque Dios sabe cuánto lo deseaba en ese momento.
- ¿Por qué?
- ¿Estás hablando de por qué quería privar a tu hija de su virginidad? ¿No sabes por qué un hombre intenta privar a una muchacha de su principal dignidad?
- Joven, no es eso de lo que estaba hablando. No tuerzas mis palabras - Me refiero a la razón por la que le mentiste a la abadesa sobre... - El Barón pasó los dedos por el aire, eligiendo palabras para describir lo que quería decir.
- ¿Cercanía con ella?
- Sí.
- Bueno, le digo, mi señor, la razón principal de mi pequeña mentira es mi deseo de privar a su hija...
- ¡Oh, joven, oh, joven! ¡Qué mujeriego eres!
- Ver a Azalea sin su hábito monástico y con la camisa mojada - comenzó el duque, recordando su primer encuentro con la hija del barón Beckett. - Entiendes que pude ver todos sus encantos de niña. Y yo estaba escondido detrás de las piedras, completamente desnudo. ¡Oh-oh-oh! – notas embriagantes salieron de la garganta de Jean-Michel, cuya causa fueron los dulces recuerdos de los momentos felices que había pasado a solas con Afrodita, quien emergió del lago y reveló sus seductoras y virginales curvas a sus ojos, compartiendo tan graciosamente tal belleza con él. Por eso, tuvo que morderse el labio inferior con sus afilados dientes lo más fuerte posible, para que le doliera, para satisfacer el deseo salvaje que había vuelto a encenderse en él, en serio, de distraerse de los dichosos minutos pasados con la hija del barón Beckett. - ¡Cuánto la deseaba entonces! Cómo me ardía la sangre dentro al imaginar que besaba sus labios, pero no los de su cara, sino los de entre sus largas y seductoras piernas, en su lugar más secreto...
- ¡Suficiente! - lo detuvo el dueño de casa, golpeando el puño sobre la mesa, levantándose de la silla. - ¡Esto es indignante! ¿No lo cree usted, duque de Vigny?
- ¡No hay nada escandaloso en el amor, barón Beckett! Y yo amo a tu hija. ¡Y la amo tanto que estoy dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguirla!
- Nos avergonzaría decirle algo así a nuestro padre - dijo indignado el barón Beckett al ardiente admirador de su hija.
- Barón, usted también es francés. Puedo escucharlo en tu pronunciación. Yo también soy francés. Y todos los franceses son muy voluptuosos. ¿Lo sabes, verdad?
- Joven, mi hija no quiere casarse contigo, y no sólo contigo. Ella rechazó a muchos. Y es mejor para ella permanecer solterona hasta el final de sus días que compartir la misma cama con un hombre. "Ella es fría ante las caricias masculinas", dijo el barón con tristeza en los ojos y dolor en la voz.
—No lo entiendo —dijo Jean-Michel en voz baja.
-¡Qué es lo que no se entiende aquí, duque de Vigny! —exclamó enojado el barón. - ¡Ella es frígida! ¿Entiendes lo que esto significa? ¡Ella no es capaz de obtener placer y orgasmo en las relaciones íntimas!