- ¡Maestro, qué hermosa novia tienes! – De repente todos oyeron una voz alegre y vieja. Al girar la cabeza en la dirección de donde venía, vieron a una anciana. - Simplemente no hay suficientes palabras para describirla - continuó la anciana con sus elogiosas odas, sacudiendo la cabeza en señal de increíble admiración por la belleza de la niña.
—Gracias, niñera —le agradeció el duque. -Llámala niñera también - le dijo a Azalea.
-¿Una niñera? ¿Por qué, mi señor? - preguntó ella.
—Pronto cuidaré a sus pequeños, señorita Azalea —respondió la anciana sonriéndole sinceramente. – Por fin volverán a oírse en esta casa la risa y el llanto de los niños.
Jean-Michel y Suzanne sonrieron. Sólo la señorita Beckett no siguió su ejemplo, sino todo lo contrario. Se puso aún más pálida ante la mención de los niños. El marido, al ver el rostro pálido de la novia, comprendió cuál era el motivo y dijo:
- Creo que estás cansada, Azalea, y te vendría bien un buen descanso.
- Sí, eso estaría bien. Gracias, mi señor.
- Niñera, querida, por favor muestra a nuestro invitado la habitación.
- Con mucho gusto, mi querido muchacho. —Ven conmigo, querida —le dijo la abuela a Azalea. Y abandonaron la habitación de invitados.
La anciana les contó y les mostró todo lo que encontraron a lo largo del camino. Las escaleras estaban cubiertas con una alfombra roja. También había alfombras nuevas por todas partes, en tonos y matices muy delicados, lo que resultaba agradable a la vista. Los muebles eran tan exquisitos y caros que Azalea nunca había visto nada igual en su vida. Por todas partes colgaban cuadros de artistas famosos.
-En el primer piso tenemos una habitación de invitados, una cocina, una sala grande, una biblioteca, el despacho del amo e incluso habitaciones para los sirvientes - le informó la niñera a Azalea sobre qué había allí. – Las habitaciones de huéspedes están en el segundo piso. Y en el tercero están los dormitorios de los propietarios.
—Espera, niñera —la detuvo Azalea. -Pero ya pasamos el segundo piso. Y yo soy un invitado en esta casa. ¿No debería dormir en el segundo piso?
- No bebé. ¿Qué tipo de invitado eres? Para nosotros tú eres la futura dueña de esta vasta propiedad de De Vigny. Y mi señor ha ordenado que te coloquen en su habitación en el tercer piso.
—¿Qué? ¿Dormiré en la misma habitación que el duque de Vigny, incluso antes de la boda? – Azalea quedó horrorizada por lo que escuchó. – ¡Pero aún no somos marido y mujer! Y además, en las familias decentes, ¡los esposos y las esposas tienen dormitorios separados! ¿Su Gracia realmente quiere que se digan todo tipo de cosas inaceptables sobre nosotros?
- No tengas miedo, cariño, no tengas miedo, ¡hermosa! - tranquilizó la anciana a la muchacha, cuyo rostro estaba pálido por el shock que le produjo lo que había oído. - Hay dos camas allí y hay una puerta entre ellas que puedes cerrar cuando quieras. ¡Claro que sí, si te apetece, niña! – añadió la astuta anciana, insinuando que después de la noche de bodas tiraría la llave de la puerta para siempre, para no volver a cerrar nunca más su dormitorio.
- ¡Por supuesto, si quieres! – la muchacha estaba indignada. - ¡Y tanto como quieras! –dijo afirmativamente la señorita Beckett, haciendo pucheros caprichosamente y levantando la cabeza con orgullo. – ¡No creas que dormiré en la misma cama con su gracia!
- Hoy no será necesario, mi querida señorita Beckett, pero pronto tendrás una cama con mi amo. Pero no tengas miedo, hermosa. Su Gracia, el Duque de Vigny, es muy agradable y será un hombre muy gentil y cariñoso con usted. Probablemente estés esperando la boda. No puedes esperar, cariño, ¿verdad?
"Claro que no es así", pensó la niña, pero no lo dijo en voz alta para no molestar a la anciana, que amaba terriblemente a su amo, al que había cuidado desde su nacimiento.
Azalea permaneció en silencio, sin saber qué decirle a la dulce anciana. Tenía miedo de no poder contenerse y contarle todo lo que pensaba sobre su maravilloso marido y esta boda. Pero ella recordó las palabras de su padre de que debía ser educada y entonces los demás serían iguales con ella.
Ella siguió a la niñera en silencio. La abuela se detuvo ante una puerta impresionante con ornamentación dorada y un tirador. La mujer abrió la puerta y dejó entrar a la niña primero. La habitación resultó ser enorme y muy luminosa, con una gran ventana y una terraza. La cama estaba frente a la ventana y era tan grande que cabían tres personas a la vez. Las colchas eran de un color rosa suave. Los pasamanos estaban hechos de haya y decorados con adornos de rosas. Un dosel de colores blanco y beige colgaba sobre la cama. A ambos lados de la cama había mesitas de noche con flores: rosas y lirios.
-El dueño no sabía qué flores te gustaban - explicó.
Al otro lado había un gran espejo con mesitas de noche y una otomana.
- La señorita Susanna compró un montón de todo tipo de frascos de perfume, polvos compactos y muchas, muchas otras cosas. - Ni siquiera sé cómo se llama todo esto ni para qué sirve, querida señorita Beckett -abrió la puerta de uno de los armarios y señaló con la mano varias botellas y frascos. – Creo que entiendes todo esto mejor que yo.