El duque de Vigny entró en su habitación con pensamientos tristes. La niñera le dijo que había escuchado a Azalea llorar en su habitación después de que ella le dijera que la boda sería en una semana, no en un mes como se esperaba anteriormente. Pero cuando vio que las cortinas de la puerta de la terraza se balanceaban, como si alguien hubiera pasado recientemente, rápidamente apartó los tristes pensamientos de su cabeza. Por alguna razón pensó que era Azalea, y cuando escuchó que la puerta de su habitación se cerraba, finalmente se convenció de ello.
“¿Qué estaba haciendo ella aquí? - se preguntó Jean-Michel. – ¿De verdad miraste dentro de mi dormitorio? ¡Y la cama!”
- Me intereso si le gustaban las figuras eróticas de recién casados desnudos.
El hombre se sentó en la cama, mirándolos como si fuera la primera vez. Trató de imaginar lo que estaba pensando la muchacha mientras miraba esa “abominación”, como a ella le gustaba llamarla. Michel se puso de pie y se quitó el abrigo. Hacía mucho calor allí. Decidió montar a caballo, así que fue al armario para colgar sus pantalones y ponerse algo para montar.
-¿Dónde está la camisa que estaba en el suelo? –el duque se sorprendió.
Abrió una de las puertas de la izquierda y colgó su abrigo en una percha libre. Luego se quitó los pantalones y también se los colgó con cuidado. Buscando con la mirada algo más cómodo, vio la misma camisa que había dejado caer al suelo en su prisa esa mañana. ¡Alguien lo puso aquí!
– ¡Azalea! ¡Qué interesante eres! -Jean-Michel se alegró. - ¿Qué es esto? Recuerdo que el cuadro estaba mirando hacia la pared, pero ahora está al revés.
Tomó el retrato de su novia en sus manos y lo miró atentamente. Cada vez que lo miraba, recordaba su primer encuentro. Y ahora él también recordó todos aquellos acontecimientos.
- ¿Te gustó esta portreto, mi querida Azalea? -le preguntó a la muchacha del retrato. - Te gustó, estoy seguro.
Después del paseo, Jean-Michel se cambió de ropa y bajó a cenar. Su hermana y su prometida ya estaban sentadas a la mesa, charlando agradablemente.
- ¿Llego tarde, queridas damas? – preguntó galantemente.
- No, llegas justo a tiempo.
Jean-Michel se sentó a la cabecera de la mesa. A la derecha estaba sentada su hermana y a la izquierda su futura esposa.
-¿De qué estabais hablando aquí? ¿Puedo saber? ¿Es esto un secreto?
-Hablamos sobre estilos de vestir de moda. ¿Estás interesado?
- Sí, claro. Me interesa todo lo relacionado con las mujeres, ya sabes.
- Sí, Michel, eres un amante incorregible de las mujeres.
-No, Suzy. Esta vez estás equivocado. Yo era un mujeriego. Pero desde que conocí a mi prometida - miró a Azalea, que escuchaba atentamente su conversación, - ya no miro a otras mujeres. Todos se desvanecen en los rayos de tu belleza, Azalea.
Él tomó su mano y la besó. La señorita Beckett miró hacia abajo, avergonzada.
-Te prometo, querida mía, que nunca más volveré a mirar en dirección a otra mujer. Y Susana es testigo de ello. ¿Me crees, querida mía? - le preguntó.
- Sí, mi señor - respondió ella en voz baja.
La criada entró y trajo la cena. Comieron en silencio. Todo el mundo estaba pensando en algo. La habitación estaba tan silenciosa que se podían oír los relinchos de los caballos de los establos, justo afuera de las ventanas.
-¿Puedo preguntarle algo, mi señor? – preguntó Azalea inesperadamente.
- Por supuesto, mi amor - respondió Jean-Michel. – Y no tienes que pedirme permiso para preguntarme nada. Sólo pregunta.
-¿Me permitirás estudiar idiomas extranjeros?
- Sí, estudiar. ¿Y a ti cuales te gustaría estudiar?
- Italiano y español.
- Estos son idiomas maravillosos. Incluso puedo ayudarte a aprender italiano. Tengo un poquito de ello.
- Gracias, mi señor. Si fueras tan amable de contratarme un tutor que me ayude. No quiero molestarte.
- Bueno, ¿y tú qué, querida? Estoy feliz de poder ayudarte. Además así pasaremos más tiempo juntos. Y realmente quiero esto. Quiero saber más sobre ti. Para ser completamente honesto, quiero saber todo sobre ti. – Las palabras del hombre hicieron que la niña se sintiera avergonzada y mirara hacia otro lado. Ella fingió estudiar cuidadosamente el patrón del plato que tenía frente a ella.
- Y tú, Azalea, ¿no quieres saberlo todo sobre mí? –preguntó el duque a la muchacha, admirando sus mejillas sonrosadas y su boca abierta.
—Hermano, basta —dijo Susana, avergonzando a su marido, defendiendo a su pobre amigo. -No ves que la estás haciendo sonrojar como una flor de amapola. Éstas no son las típicas leonas sociales que disfrutan de este tipo de conversaciones. Mi amigo está hecho de un material diferente.
- ¿Y qué pasa con el francés, querida? – continuó el duque, ignorando las palabras de su hermana mientras continuaba seduciendo a su novia. - Este es mi segundo idioma. No quieres aprenderlo primero y luego abordar los demás.
—Es una idea maravillosa, su gracia —respondió finalmente la señorita Beckett, mirando a su novio. —Pero no quiero cargarle con mis asuntos, mi señor.
Editado: 07.06.2025