- Cariña... - empezó Azalea, tartamudeando.
- Por favor - pidió la niña con una voz suave que parecía el maullido de un gatito callejero.
Los ojos de los niños miraban a la Duquesa de tal manera que le partía el corazón decirle a la pobre niña que "no".
-¿Pero qué dirá tu papá? - preguntó Azalea.
- No dirá nada - respondió rápidamente.
- ¿Está él también en una nube?
- No.
- ¿Y luego qué?
- Es que ahora no tiene tiempo para mí. Se casó y está de luna de miel. Su joven esposa es más importante para él, no yo - soltó la niña con tristeza.
- Entonces, tienes otra madre - dijo Azalea. - Y por eso no puedo ser tu madre.
- No, tú sí puedes - insistió la niña. - Esa mujer es mala y no puede ser mi madre.
- ¿Por qué es mala?
- Me robó a mi padre - declaró la niña con celos. - Se olvidó de mí por culpa de ella. ¡Es mala! ¡Es una bruja! - Alzó la voz.
- ¡Ahí estás, pequeña sinvergüenza! - Azalea oyó una voz femenina enfadada.
Al girar la cabeza, vio a una joven criada. Esto era evidente por su ropa y su forma de hablar.
—Te busco, te busco. ¿Y dónde estás, niña fea? —Con estas palabras, agarró de la mano a la asustada pequeña—. Todas nos perdimos buscándote. ¡Esto es lo que te va a pasar en casa papá! Tuvo que dejar a su joven esposa después de su primera noche de bodas por culpa de tu estúpida broma. ¡Te va a dar una buena paliza! Vete a casa.
-No quiero. No volveré a casa - insistió la niña, sujetando a Azalea con la otra mano. - ¡Mami, no me dejes ir con ella, por favor!
—Disculpe, señorita —la criada se volvió hacia Azalea, sin saber que frente a ella estaba la propia duquesa de Vigny, a quien era absolutamente inapropiado usar la palabra «señorita». El sinvergüenza huyó de casa y lleva consigo quién sabe qué.
La muchacha insistió, lloró, le rogó a Azalea que no la abandonara ni la entregara a esa malvada arpía. De alguna manera, con el corazón lleno de dolor, la criada logró soltar la mano de la joven duquesa y arrastrarla hacia el pueblo.
La muchacha, entristecida por lo sucedido, entró lentamente en la casa. El duque no estaba por ningún lado, y suspiró plácidamente al llegar a su habitación y acostarse en la cama. No podía olvidar la voz de la muchacha, sus ojos. Sus palmas aún conservaban el calor de la palma de Liza. Pensó en ella un buen rato hasta que se durmió.
El duque de Vigny permaneció junto a la ventana observando cómo las nubes flotaban lentamente en el cielo. De niño, su pasatiempo favorito era tumbarse en la hierba y contemplar las nubes. Cada una le recordaba algo: Un caballo, un dragón, una princesa, o todos juntos. Se imaginó a sí mismo, ya adulto, cabalgando, matando a un malvado dragón que escupía fuego y rescatando a la joven princesa que había secuestrado. La hermosa mujer se enamoró de él a primera vista y le dio un beso.
Desafortunadamente, en la vida real todo sucede de otra manera. No hay dragones en este mundo. Y cuando se hizo adulto, no salvó a ninguna princesa de las garras de una terrible bestia, y ella no se enamoró de él. Aunque conoció a una chica tan hermosa como la reina, quizás incluso mejor, ella no se enamoró de él; al contrario, lo odió por haberla salvado de las garras de la soledad y el encarcelamiento en un monasterio.
-Maestro, no se calma - dijo la abuela, que entró en la habitación.
- ¿Sigue llorando? - preguntó Jean-Michel.
- Sí, mi señor. Todo se precipita hacia una mujer a la que llama madre.
- ¿Qué tontería le ha entrado a esta niña traviesa? - se enfureció el Duque. - ¡Llamar madre a una mujer que no conoce!
La criada entró y anunció:
-Su Gracia, la niña llora sin parar. Me temo que se va a poner muy enferma.
—¡Ay, estas mujeres! ¿Qué quieren de mí? ¿Quieren volverme loco? Una hace lo que quiere en la finca, la otra sabe Dios qué aquí. ¡Y el Señor me envió a semejantes arpías! ¿Qué he hecho mal en mi vida? ¡Pues dime, niñera! —se volvió hacia su abuela—. No lo sé, hijo mío. Más te vale conocer tus pecados —respondió ella—. No lo soporto más. La oigo sollozar desde aquí. —Lucille, descríbeme a esa mujer —le pidió a la criada—. Si quiere una madre, la tendrá.
—¿Pero aceptará esa mujer ser su madre? —preguntó la niñera.
—Que se lo cuente a la niña. Así se tranquilizará —respondió el duque.
Al oír que vería a su madre, la niña dejó de llorar al instante y besó al duque en ambas mejillas. Jean-Michel subió a la niña al caballo y, tomando las riendas, condujo el caballo tras él. Detrás de él iban la niñera y la criada. Llegaron al lugar donde Lucille había encontrado a la niña ayer.
—¡Bueno, aquí estamos! ¿Dónde está tu madre? —Jean-Michel bajó a la pequeña del caballo con mucho cuidado, como si tuviera el mayor oro del mundo en sus manos. —Me dijiste todo el camino que te estaría esperando. ¿Y dónde está?
-Se quedó dormida en algún sitio - respondió la chica con astucia. - Está durmiendo detrás de un arbusto. Me esperó y me esperó y se cansó. Así que se echó a descansar en algún sitio.
Editado: 07.06.2025