La ciencia del amor
La semana pasa volando y no me doy cuenta que las tareas se acumulan cada vez más. Yo creo que es un delito que nos manden tantas cosas, si apenas tenemos semanas en esto, ni siquiera un mes.
—Es increíble. Ya estoy cansado de estudiar, quisiera hacer otra cosa. Esto me mata del aburrimiento —digo dejando de leer un libro de la biblioteca—. Esto es demasiado cursi para mi gusto, no me gusta el romance, prefiero la acción.
—Señor Harris, silencio. Es la biblioteca.
—Lo sé Sra. Danna. Lo siento —le digo a la bibliotecaria—. Ahora bien, esto es absurdo. Leernos una novela que tiene más de cien años, como si entendiéramos los jeroglíficos que colocan. Estamos en el siglo XXI y todavía nos siguen mandando lo mismo. Ya quisiera leer algo más interesante, no sé. Sería estupendo poder leer una historia de francotiradores y que mataran a una nación entera y, al final, ellos también sean asesinados por un arma nuclear y, finalmente, los extraterrestres vengan a invadir el mundo. Cómo me hubiese gustado ser un guerrero medieval, pero todavía puedo ser agente secreto y especializarme en asesinar. Sería estupendo.
Blaide me presta atención a medias y no voy a discutir por eso. Sé que está concentrado leyendo el libro que nos mandaron.
—Por eso quiero lanzarme en paracaídas para contemplar el panorama y cuando me toque una misión, pueda conocer bien el terreno y matar a mis enemigos. Por lo pronto, jugaré fútbol hasta fallecer, porque mis padres no van a arriesgarse a mandarme a un ejército ni nada de eso. Me conformo al menos, con ser el mariscal de campo. Eso es todo lo que deseo, lejos de mi sueño de ser espía o algo que se le parezca.
Mi amigo no me dice nada al respecto. Seguramente, le gusta mucho el libro y es por ello que no hace comentarios de lo que estoy hablando. Ahora sí me siento ignorado. Estoy hablando con los libros. Me veo como un demente psicópata, que busca amigos en algo que es objeto y no habla. Me he vuelto loco literalmente.
Mi madre me ha mandado muchos mensajes, uno de ellos es que tengo que ir rápido a la casa porque tiene algo sumamente importante que decirme. Sí, imagino que papá se enteró que tengo a alguien secreto que me gusta y mi madre le comentó toda su fantasía. Una cosa es que me gusta mi mejor amigo y otra muy distinta es que sea una chica, eso último no lo creo posible. Las chicas no me atraen como antes y dudo mucho que me atraigan de ahora en adelante. Son simpáticas y todo lo demás, pero al verlas y compararlas con Blaide, lo prefiero a él mil veces.
Es tan sencillo como comer pan con mermelada y queso derretido, más un yogurt con cereal y frutas, más unos deliciosos panqueques con miel y azúcar. Lo sé, amo comer. La comida es mi adicción, Blaide es mi delirio y el fútbol es mi pasión. Las tres cosas que más amo en este mundo.
—El personaje principal adora el postre —dice Blaide, luego de media hora estando en este lugar donde los libros absorben mi felicidad. No me gusta leer, no me gusta escribir, no me gusta nada de eso. Prefiero jugar fútbol, ver series animadas, comer mucho, dormir, estar con Blaide. En cambio, mi amigo ama leer todo tipo de historias, le gusta ver programas interesantes donde se aprende mucho y adora estar en silencio—. Deberías leerlo. Sabes que tienes que hacer el ensayo.
Bah. Eso lo busco por internet y listo. No pienso analizar nada, me da flojera. Blaide se queda con el libro a acreditación del colegio, debido a su carnet Vip exclusivo y nos vamos al estacionamiento. Es aquí donde nos debemos separar, su padre lo necesita en el taller y yo debo cumplir mi deber de limpiar el jardín, sacar la basura y reunirme con mis padres, quien sabe para qué.
—En la noche vemos una película. Traigo snacks.
—¡Sí! ¡Nos vemos!
Esperar el bus solo no me gusta, siento que en cualquier momento saldrá la chica del Aro y me matará. ¡Demonios! Eso pasa por ver películas de terror cuando no tengo sueño. Ya siento que estoy esquizofrénico, viendo cosas que no existen.
Llego a mi casa y mi madre me espera junto a unos invitados. Hay una pareja y una chica sentada en el mueble viendo la televisión. Quizás sea una nueva vecina o mamá hizo amistades en el supermercado.
Dejo el bolso en el suelo y voy al refrigerador para ver qué consigo de rico. Agarro la garrafa de leche y bebo del mismo pote. Amo la leche, es lo máximo.
—Robert, ven un momento cariño.
Me limpio la cara con la manga del suéter y voy hacia donde están ellos.
—Zac Martín y Marine Martín, su hija Trey Martín —me los presenta mamá y sonrío solamente—. Son viejos amigos de la escuela, nos vimos en el supermercado esta mañana.
«¡Lo sabía! También consigue gente que estudió con ella y se instalan a charlar por horas».
Suena mi celular y sonrío al ver el contacto. Es lo que más me emociona en todo el mundo.
— ¿Estás solo?
—No, ¿por qué?
—Necesito decirte algo. Estoy en tu habitación.
—Okey —le tranco y todos se me quedan viendo—. Debería cambiarme para almorzar. Regreso rápido.
—Ve con mi hijo Trey. No pasará nada.
—Madre, bajo enseguida, ¿sí? No limpié mi habitación esta mañana y no es adecuado que una chica lo vea así. Prometo regresar rápido —la mentira funciona.
La chica ni caso me hace, quizás no quiera estar conmigo y la entiendo. Es mejor así. Mi madre no dice nada y sigue charlando animadamente junto a la pareja.
Corriendo llego a mi cuarto y está Blaide de pie y muy serio.
—¿Dime qué pasa? Creí que estabas con tu padre.
—Quiero que sepas que te amo y mucho, Robert.
«Okey, ¡Qué confesión tan profunda!»
—Eso ya lo sé, pero cuál es el punto. No viniste sólo a decirme esto, ¿verdad?
—Esto es difícil, Ro.
—¿Dime qué sucede?
—Me van a transferir a otra escuela Ro.